martes, 30 de mayo de 2017

ESCENAS DE LA BOHEMIA PARISINA

Place du Tertre. Montmartre. Paris.
Si alguien a quien no le gustase mucho la ópera me preguntase, yo le recomendaría probablemente La bohème. Y si no le gustase La bohème, le recomendaría que fuese al médico, a ver si tiene cura. Ópera cortita de duración, con historia romántica y sencilla, de alegre inicio y triste final, de los que hacen llorar, ambientada en la siempre evocadora ciudad de París, música con encanto y pegadiza -¿quién no ha entonado alguna vez Che gelida manina, Mi chiamano Mimí o el vals de Musetta?...- Son los ingredientes que han hecho de esta obra de Puccini una de las más representadas y populares del repertorio. Tan es así que aquí en el Maestranza ya se ha representado en varias ocasiones antes de que el pasado domingo tuviera lugar una nueva première de este título con el que se  que cierra la presente temporada. Recuerdo especialmente la primera, con aquella producción de Franco Zeffirelli que levantaba los aplausos del público nada más subir el telón del rutilante segundo acto. En esta ocasión el regista es también italiano. El turinés Davide Livermore, uno de los más acreditados en el panorama actual, creó esta producción para Les Arts de Valencia. Livermore no necesita hacer cosas raras para contar estas escenas de la vida bohemia, a cuyo libreto es absolutamente fiel. Para ir ambientando y realzando la expresión de cuanto ocurre en las tablas le bastan los medios técnicos y el color, mucho color salvo en el frío tercer acto, de la mano de los pintores que hicieron de la Ville Lumière el centro mundial de su arte en el siglo XIX. Resultó espectacular, tanto escénica como musicalmente, el segundo acto, largamente aplaudido por el público, en esta ocasión al final del mismo. En el foso, de nuevo Pedro Halffter, que firmó un gran trabajo al frente de su ex orquesta, si bien a mi juicio en ocasiones abusa un tanto del volumen. Especialmente en el cuarteto del tercer acto me resultó difícil escuchar cada una de las voces entre tanta masa orquestal. Claro que ustedes pueden decir que a lo mejor estoy mal del oído. Es posible. Pero si así lo piensan, mejor no sigan leyendo, porque lo mismo se puede decir de lo que viene a continuación. Sigo. El elenco vocal estaba formado por un ramillete de buenos intérpretes hispanos, incluidos los dos excelentes coros, del propio teatro y de la Escolanía de Los Palacios, con el aditamento de la soprano rumana Anita Hartig, exitosa Mimí en diversos escenarios internacionales, que hizo gala de su voz idónea para el personaje, aunque para mi gusto debería poner más emoción en la interpretación. Especial mención me merecen los onubenses Juan Jesús Rodríguez y David Lagares, en sus papeles del pintor Marcello y el músico Shaunard. También es andaluza Musetta, personificada por la granadina María José Moreno, que se lució en su famoso número. Fernando Radó hizo un buen elogio del viejo gabán de Colline, antes de llevarlo a vender. En cuanto a José Bros, de quien recuerdo entre otras interpretaciones una de nuestro Miserere hace ya bastantes años,  nos ofreció su hermosa voz de timbre brillante y limpio, si bien un tanto ligera para el papel de Rodolfo, lo que hizo que sonara como raspada en algunos pasajes.

La vida bohemia es bonita, pero se pasa hambre y privaciones. Es lo que les ocurre a los protagonistas de nuestra historia. Claro que a veces, para dedicarse a la creación y al arte hay que renunciar a todo lo demás. Y eso que en aquella época no había un malvado Montoro que hostigara a los artistas, como al resto de los mortales, con el odioso IVA. Esperemos que su reciente reducción se note en los precios de los abonos de la nueva temporada, y podamos seguir asistiendo a tan satisfactorios espectáculos.     

domingo, 16 de abril de 2017

MENOS VALLAS, MÁS INTELIGENCIA

El palio de María  Santísima de la Concepción poco antes del primer incidente
¡¡Qué profunda tristeza tener que volver a hablar sobre este tema tras una Semana Santa en tantos aspectos espléndida!! Pero lamentablemente hay que hacerlo porque los sucesos de la Madrugada han venido a corroborar que la seguridad que nos habían vendido las autoridades municipales era pura baratija. Mercancía barata para hacerse notar y sacar pecho ante algunos incautos. El problema de la Semana Santa no está en la aglomeración de público en tal o cual calle. Cuando no se concentra en una lo hace en otra. El problema está en la educación y en la actitud de ese público. Por eso no tiene sentido limitar indiscriminadamente acceso a algunos lugares cuando por el resto de la ciudad siguen campando a sus anchas toda clase de gamberros y de elementos extraños a la celebración.
 Viví en directo las carreritas del 2000 y me quedó entonces la desalentadora sensación de la constatación de la enorme fragilidad de nuestra fiesta. Mi impresión, y la de muchos cofrades es que en aquél asunto no se llegó a hasta el final. Se tomaron algunas medidas, que el tiempo se reveló insuficientes. El año pasado llegó un señor que venía a arreglarlo todo, y lo único que ha hecho es fastidiarnos un poquito más.
 El viernes pasé por la Ecarnación algo antes de las tres y había una numerosa pandilla de gamberros formando gresca sin que nadie les molestara. Pero a mí, cuando llegué a Francos la policía no me dejaba entrar en la aforada calle. Me tuve que conformar con Villegas, también parcialmente inutilizada por el dispositivo de “seguridad”, que sin embargo no impedía la presencia de un grupito de niñatos hablando en alto y riéndose a carcajadas, a pesar de que pasaba el Silencio. Nada más terminar de pasar la cofradía se produjo la primera estampida de las que presencié ¿de qué sirvió la policía que allí estaba sólo para cortar accesos? Absolutamente para nada. ¿Tendrían que ver los niñatos de las risitas con el incidente? Un poco después, al otro lado de la carrera oficial, la hermandad del Calvario se encontraba atrapada en calle O´Donell. La recorrí de inicio a fin porque aquello no tenía trazas de moverse en un buen rato. Al llegar a la plaza de la Magdalena, ocupada ya en buena parte por el cortejo de la hermandad de la Esperanza de Triana, se produce de pronto otro revuelo y al rato otro. Allí no había ningún policía. Los nazarenos del Calvario, en una actitud ejemplar, pero yo diría que hasta un punto temeraria, aguantaron sin siquiera saber qué ocurría a sus espaldas. Uno de ellos cayó con su cruz al suelo. Fue suficiente. Si no por mí, sí al menos por las que me acompañaban. De vuelta a casa un nazareno de la Sentencia abandonaba también con su cirio roto, sin duda por algún atropello sufrido en la propia carrera oficial. Después de todo lo visto, y de lo que se comentaba por redes sociales, me pareció vergonzosa la actitud de los medios de comunicación en directo. Una cosa es no alarmar y otra ocultar la realidad. Aquí parece que todos se han puesto de acuerdo para taparle las vergüenzas al señor al que aplauden en los pregones. Sus medidas sin embargo se han mostrado ineficaces para atajar los verdaderos problemas. Habrá que hacer más y de manera diferente. Sobre todo pediría que no nos tomen el pelo más a las hermandades y a los sevillanos. 
La Semana Santa tiene hoy probablemente más enemigos que nunca en su dilatada historia. Hay que ser conscientes de esto y actuar en consecuencia. La seguridad hay que garantizarla frente a esos enemigos. Desde los que están manifiestamente en contra hasta los que simplemente no la respetan con sus actitudes incívicas. Si las autoridades son capaces, que lo hagan. Si no, que no nos vengan con milongas. Hacen falta menos vallas y más inteligencia. 

miércoles, 12 de abril de 2017

CALLES ROBADAS

La calle de Placentines,
estrecha y larga, parece
que la rasgó una saeta
con su punta fina y breve...


Así evocaba la angosta calle Placentines el poeta  Ramón Cué, el sacerdote jesuita mejicano, autor de aquél libro “Cómo llora Sevilla” que inundó de versos cofradieros nuestros años mozos. Es la calle desde la que se obtiene una de las mejores vistas de la Giralda, a veces estropeada por el merchandising kistch de las tiendas para turistas. Debe su nombre a los naturales de la ciudad italiana Piacenza que acompañaron al Rey Santo en la conquista de Sevilla. Hoy la calle de Placentines, tanto en su parte ancha (lateral del Palacio Arzobispal) como en la estrecha que recordaba el poeta,  es una calle prácticamente muerta para el disfrute de las cofradías. Paulatinamente fueron primero dejando de pasar cofradías por la parte más angosta, como la mía de la Sagrada Mortaja, como se dejó de pasar por otras calles estrechas como Cerrajería para sustituirla por la Cuesta del Rosario. Ahora han venido a darle el golpe de gracia los cabildos, tanto civil como eclesiástico, de la ciudad. Los canónigos se han reservado para ellos toda la grada y la acera del lateral del patio de los Naranjos, para poner allí cuatro famélicas filas de sillas a disposición de sus beneficiados, en el sentido amplio de la palabra. Han excluido a cientos de personas que ya no pueden disfrutar de ese espacio, que por otra parte estaba prácticamente vacío las veces que he estado por allí. Por su parte el Ayuntamiento ha cerrado la parte más estrecha de la calle, convertida en vomitorio para cangrejeros, y aforado el resto, con lo que el acceso queda al arbitrio del poli de turno que a ojo de buen cubero diga que aquello ya está lleno. Mi amiga Rosana Reyes vivía en una casa en el tercer tramo de la calle, que desemboca ya en Francos. Allí acudía con frecuencia en las Semanas Santas de mi época de estudiante, y aún después, a contemplar el paso de las hermandades. Ahora seguramente ya no podría hacerlo porque me lo impedirían los aforadores.  Nos podemos olvidar de Placentines para ver cofradías. Como nos podemos olvidar de Francos, Alcázares-Sor Ángela o -me han dicho, porque yo no he querido ir a verlo- del Arco del Postigo Aquí ha llegado un señor que ha dicho “la calle es mía” (¿les suena?) y lo más grave es que incluso le aplauden en los teatros en actos supuestamente “cofrades”. "Hay otras calles", ha dicho este señor. "Depende de para qué", le respondo yo. Habrá que lamentar, como Romero Murube con los cielos, las calles que perdimos. O más bien, las que nos robaron. 

domingo, 2 de abril de 2017

QUE LA DISFRUTEN

Confieso que estoy viviendo estos días previos a la Semana Santa con más escepticismo que ilusión. A las incertidumbres habituales acerca de la climatología, se une este año la preocupación por saber dónde nos van a dejar Cabrera y Pérez ver las cofradías y dónde no. Dicen los que saben que la Semana Santa necesitaba adaptarse a los tiempos. Me temo que para una adaptación completa a los que corren más bien debería desaparacer. La Semana Santa es una celebración viva, pero sus raíces y sus fundamentos son de otro tiempo. Así que cuidado con las adaptaciones. En materia de cofradías la modernidad por regla general nunca fue un activo. La novelería fue siempre uno de los males que las acechan. Ahora, en aras de esa adaptación, hemos entregado nuestra fiesta a los burócratas de la seguridad, que estaban deseando tener la ocasión de demostrarnos, una vez más, que sin ellos no podríamos vivir. Son, han llegado a tener la desfachatez de decir, los “salvadores” de la Semana Santa.

Yo, que soy un rancio, más que como salvadores los veo como una amenaza. No por la seguridad en sí mismo, que indudablemente es necesaria. Sino por la forma simplista de buscarla, alejando la presencia de público de los cortejos procesionales. Cierto es que con dichas medidas se han mostrado encantadas las cofradías que salen a hacer su desfile procesional, concepto antes denostado y que ahora habrá que recuperar, y a las que al parecer les molesta la gente que va a verlas. Me gustaría que se hiciese público un listado para ahorrármelas sin necesidad de aforamientos. También están satisfechos los establecimientos hoteleros: todo el que esté en la calle y no le dejen ver una cofradía es, de rebote, potencial consumidor en esos establecimientos. Encantada está por supuesto la televisión local, cuyo modelo de negocio, basado fundamentalmente en las retransmisiones de esta semana, se ve fuertemente reforzado con el aumento de audiencia. En cuanto a los opinadores profesionales me sorprende la actitud acrítica con que por lo general han abrazado la reforma. Pero al menos, los arrogantes perpetradores del invento deberían admitir que aquí hay unos damnificados: los sevillanos a quienes simplemente nos gusta ver las cofradías en la calle y llevamos toda la vida haciéndolo. Se ha llegado a decir que la seguridad contribuye al recogimiento. Si es por recogimiento lo que habrá que cerrar son los bares, sr Cabrera. No quiera ser usted más papista que el Papa.

Tras la entrada como un elefante en una cacharrería del pasado año, el presente parece que se han reconocido algunos errores y que se corregirán algunos excesos. Las salidas extraordinarias del Señor del Gran Poder de hace unos meses demostraron bien a las claras que las cofradías pueden andar perfectamente -cuando quieren- sin necesidad de vallas, aun cuando haya una afluencia numerosísima de personas para verlas. Pero a pesar de ello, de momento ya se anuncian numerosos sectores que quedarán vedados o restringidos a la presencia de público. Más aún que eso me preocupa que se multipliquen los obstáculos a los desplazamientos, mediante la proliferación de ratoneras valladas y aforadas, cuando lo que habría que hacer, precisamente por seguridad, es facilitar la movilidad.

No descarto que sea cosa de la edad, pero a mi esta aggiornada Semana Santa, con su creciente intervencionismo municipal, sus maleducadas masas, sus horrísonas marchas, su ridículo andar de algunos pasos y otras lindezas, cada vez me gusta menos. Que la disfrutéis los que podáis.


martes, 21 de marzo de 2017

EL ESCÁNDALO DE LA VERDAD

La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Esta es la idea matriz que defiende el filósofo francés Jean-Francois Revel en su libro “El conocimiento inútil”. Para comprobar cuánto de cierto encierra esta frase no hay más que ver cuanto está ocurriendo en estos días con el autobús de la organización Hazte Oir. En la era de la posverdad lo que escandaliza es precisamente que se diga la verdad a secas, sin prefijos. Porque no otra cosa dice el mensaje del famoso autobús: una verdad incontestable, cuando menos desde el punto de vista biológico. Pero esta sociedad desquiciada e inmadura no soporta la verdad, y prefiere hacerse trampas al solitario inventándose mil y una teorías para esquivarla y amoldarla a sus caprichos. Es así cómo sorprendentemente decir una verdad, por decisión arbitraria del pensamiento único imperante, se convierte en “odiar”. Cuando hace unos años un grupo proselitista ateo puso a circular por varios países de Europa un autobús con el lema “Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”, a nadie se le ocurrió tacharlo de “creyentófobo”. Sin embargo cualquier cosa que se diga en contra de los postulados del movimiento LGTB,  se convierte, interesadamente, en un supuesto acto de odio hacia las personas por su condición sexual.
Lo diré claramente y sin ambages: a mí las personas homosexuales, bisexuales, transexuales, etc me merecen todo respeto, pero el movimiento LGTB no me merece ninguno. Simplemente porque sus militantes no respetan nada ni  a nadie que les contradiga en su voluntad de imponer su credo a toda costa.
Cualquiera que esté medianamente informado sabe que el autobús de Hazte Oir no va en contra de las personas transexuales, y mucho menos de los niños. Lo que va en contra es de la ideología de género, y sobre todo, de que esta se imparta en las escuelas como dogma oficial. La ideología de género es, en mi opinión, un disparate sin ninguna base científica. Allá cada cual que lo quiera comprar, pero que no nos la impongan a los que no comulgamos con ella, y mucho menos a nuestros hijos. Hay que recordar que la iniciativa del bus no es autónoma, sino que surge como respuesta a otra campaña anterior en la que falsariamente se defendía que hay niños con vulva y niñas con pene.  Pero todo esto a la jauría no le interesa. Nuevamente la verdad queda relegada. Es la mentira la que se impone con la finalidad totalitaria de aplastar a los discrepantes. Incluso habiendo voces de transexuales muy de acuerdo con el mensaje de Hazte Oir, nadie las escucha, porque no interesa la verdad.
El penúltimo episodio –porque habrá más-  lo hemos vivido hoy. En Pamplona, una tipa se agarra a la puerta del autobús en marcha y se deja arrastrar por él hasta caer al suelo (eso lo he visto yo en el video). Las redes y, lo que es más tremendo, la prensa hablan sin embargo generalizadamente de una joven “atropellada por el autobús”. Ciertamente la fuerza del lobby gay es asombrosa. Si Revel levantara la cabeza seguro que dedicaba un capítulo a este episodio en una edición revisada de su libro. 

lunes, 13 de febrero de 2017

UN CUENTO MASÓNICO

Juan Carlos Muñoz. Diario de Sevilla.
Por fin un título que agota las localidades para sus cuatro representaciones desde días antes del estreno. Pero Wolfgang ¿qué les das? No pensaba yo que “La flauta mágica” tuviese tanto tirón ¿O es que se ha acabado, por fin, la crisis? Motivos ambos para alegrarnos, en cualquier caso.
A pesar de todo, alguna deserción hubo entre el público. Hacía falta tener ganas de ópera para moverse de casa en una tarde de perros como la de ayer. Máxime si, como en mi caso, andaba uno, al calor del hogar, enfrascado en la lectura de un novelón como “Patria”. Pero cuando se saca el abono es difícil predecir la meteorología, así que chaquetita y corbatita, en honor de los “trabajadores de la cultura”,  y caminito del Maestranza, donde nos esperaba el reino de la luz y de la verdad, desafiando, cual Tamino,  a los elementos y a lo mal que están hechas las calles en Sevilla. ¿Dónde estaban los funcionarios municipales el día que recepcionaron el acerado del Paseo de Colón?¿De parranda? ¡Qué chapuza!¡Con lo estrictos que son para otras cosas!¡No se pueden juntar más charcos en menos espacio! Por cierto, que recomendaría a la dirección del teatro que pusieran unas maquinitas de esas que hay en las tiendas –o en el Museo de Bellas Artes-  para enfundar los paraguas, y así no poner el vestíbulo hecho un asco cuando llueve.
Un elenco muy nacional (sólo dos voces foráneas) y muy joven el que se anunciaba. Tanto que no tenía referencia de la mayoría de sus integrantes. Apuesta arriesgada a la vez que inteligente, pues el conjunto fue muy notable. Los que más me gustaron fueron sin duda Papageno (Peter Kellner) y Pamina (Erika Escribá). También Monostatos (Mikeldi Atxalandabanso). Más limitados vi a Tamino (Roger Padullés), Sarastro (Javier Borda) y la Reina de la Noche (Sara Blanch), aunque defendieron bien sus papeles. Los demás solistas y coro también cumplieron sobradamente. Y sobre todo me encantaron los niños de la Escolanía de los Palacios ¡qué nivel!¡qué soltura!¡qué manera de cantar! La orquesta, con Halffter de nuevo al frente,  estuvo menos brillante, más irregular que otras veces, pero en todo caso foso y voces consiguieron momentos de gran belleza. La producción traída del Teatro Regio de Turín me pareció un poco ñoña, pero funcionó. Sin alardes, pero también sin excentricidades.
“La flauta mágica” es una sucesión de hermosas melodías, un derroche de creatividad mozartiana al servicio de una historia, que es como un cuento,  que, según dicen, encierra un ritual de iniciación masónica. La historia de un camino iniciático que conduce a la sabiduría y a la felicidad. Todo muy bonito. Pero al mismo tiempo hay que darse cuenta de lo machistas que eran estos masones, si es que Schikaneder, masón él como Mozart, se refería  realmente a ellos en este singspiel. Aparte de continuas exaltaciones de la virilidad, se pueden encontrar en el libreto algunas perlas como estas:
-“¿Así que te ha ofuscado una mujer? Una mujer hace poco y charla mucho” le reprocha el Orador a Tamino. O “un hombre debe guiar vuestros pasos pues sin él suelen las mujeres sobrepasar la esfera que les corresponde”, que le espeta Sarastro a Pamina. O esta otra: “Pura palabrería, repetida por mujeres..” según explica Tamino a Papageno  para desacreditar las acusaciones contra Sarastro.

Esto dicho en alemán pasa desapercibido para los que no entendemos la lengua de Goethe, y nos quedamos con lo bonito de la música. Pero en las traducciones se puede leer. A lo mejor por eso le tenía tanta inquina la Reina de la Noche al machista Sarastro. A veces las ideas más aparentemente luminosas esconden grandes sombras. A ver si va a resultar ahora que la reaccionaria reina es la buena y el sabio misógino el malo. A ver si va a resultar ahora que Donald Trump, aunque sabio no parece,  es masón.

viernes, 9 de diciembre de 2016

BOLENA SUBLIME

Ana Bolena es el nombre de la segunda de las seis esposas de Enrique VIII de Inglaterra y el de la primera de las óperas con las que Gaetano Donizetti presentó verdaderamente sus credenciales para figurar en el Olimpo del belcantismo junto a los ya entonces consagrados Rossini y Bellini. Se trata además de la primera de las obras de la trilogía que el compositor de Bergamo dedicó a las reinas de la disnastía Tudor, que se completa con “Roberto Devereux” y “María Stuarda”. Sólo tenía una referencia de esta ópera, pero menuda referencia: la de su representación en Viena en 2011, con Netrebko, Garanca, D’Arcangelo y Meli a las órdenes de Evelino Pidò (disponible en DVD).

El Teatro de la Maestranza ha programado esta obra como único título novedoso de la presente temporada y con un cartel, como dirían los taurinos, perfectamente rematado. Dos figuras internacionales como Angela Meade  y Ketevan Kemoklidze, debutantes aquí, junto a magníficos cantantes españoles ya conocidos en la plaza como Ismael Jordi, Simón Orfila, Stefano Palatchi, Manuel de Diego y Alexandra Rivas, bajo la dirección de un reputado donizettiano como Mauricio Benini, discípulo nada menos que de Giannandrea Gavazzeni, el recuperador de este título en tiempos de la legendaria María Callas.

A pesar de lo atractivo del elenco, la primera sorpresa, negativa, de la velada es que el teatro no se llenó, algo que pasa últimamente demasiadas veces. Es preocupante que esto ocurra en una ciudad que, aparte del potencial público autóctono, cuenta en estos días de superpuente con una importante afluencia turística. Algo debe estar fallando en la promoción. Por ejemplo, no sé si las habrá en algún sitio, pero yo no he visto en esta ocasión las tradicionales banderolas que me ayudan a recordar cuándo se aproxima una nueva cita del abono. En todo caso, los que faltaron ayer aún están a tiempo de recuperarse en las tres funciones que restan. No se arrepentirán.

Para empezar, me gustó la propuesta escénica de Graham Vick, otro de los atractivos de la función, moderna y clásica a la vez, de impacto visual pero respetando el libreto, la época, etc, y con hábiles cambios para ambientar, con pocos elementos, las numerosas escenas que se alternan en los dos actos de la obra. Merecen mención el vestuario y, como detalle menor, pero que también suma en lo que es el nivel de una producción,  el trabajo de peluquería con la protagonista.

En el apartado vocal diré que me encanta la forma de cantar de Ismael Jordi y me gustaría verlo con más frecuencia por Sevilla en papeles de más enjundia que el de Lord Percy, que resolvió sobradamente con exquisito gusto. La mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze,  que hace unas fechas ya intervino en un concierto de la ROSS, viene avalada por la consecución de prácticamente todos los premios ganables. No cabe duda de que posee una bellísima voz y que sabe cómo emplearla, pero quizá es un poco ligera para una Seymour. De Simón Orfila se ha dicho que es más bajo-barítono que bajo estrictamente. Quizá por eso su Enrico, el papel menos agradecido del reparto, sonó más potente que grave, y con cierto vibrato al inicio, que fue no obstante desapareciendo. Sobre el coro referiré los elogios que le dedicó Benini en la víspera, y destacaré en esta ocasión a las voces femeninas, especialmente en su bellísima introducción de la escena final. En cuanto a la dirección del maestro italiano en su tercera comparecencia en nuestra ciudad, siempre con títulos belcantistas, fue cuidada en las dinámicas y en los detalles, ofreciendo una lectura perfectamente adecuada para el lucimiento de las voces.

Pero el reinado de la noche, como no podía ser menos, estaba reservado a la protagonista. Y no defraudó en absoluto las expectativas. Aunque el inicio fue comedido, luego fue ganando altura, y de qué manera, hasta la estremecedora escena de la locura, precedente de la más famosa de Lucía. La Meade tiene todo lo que es musicalmente exigible para un papel tan exigente. Quizá deba mejorar su faceta actoral, pero su voz es capaz de emitir con fácil naturalidad desde esos increíbles filados que dejan sin respiración a todo el auditorio antes que a la propia intérprete, hasta  unos sobreagudos de impecables  colocación y emisión, no faltándole facultades ni para los graves ni para las agilidades. Su interpretación fue sencillamente sublime, y arrancó la entusiasta respuesta del público.

Mostraba yo aquí mi pesar por la cancelación del año pasado, cuando la soprano estadounidense estaba anunciada en Norma, otro de sus papeles favoritos. Ha merecido sin embargo la pena esperar este tiempo para escuchar esta Bolena que quedará para el recuerdo.    



sábado, 26 de noviembre de 2016

A VUELTAS CON LA EDUCACIÓN

Una de las leyendas urbanas  más extendidas entre la desorientada opinión pública española es la de que desde que se retomó la democracia en nuestro país, cada gobierno ha impuesto su modelo educativo de forma que la educación en España viene dando continuamente bandazos a diestra y siniestra desde hace décadas, sin encontrar un camino cierto. Hasta a gente que suponía mejor informada, como el filósofo Fernando Savater, le he leído en los últimos días decir algo de esto.

Nada más lejos de la realidad. La primera ley educativa gestada en democracia fue la LOECE en 1980, impulsada por UCD. Pero determinados problemas de constitucionalidad denunciados por el PSOE y el posterior acceso al Gobierno de este partido hicieron que la ley no entrase nunca en vigor. La formación política liderada entonces por Felipe González impulsó primero la LODE, (1985), luego la LOGSE (1990), que supuso el fin de la hasta entonces vigente LGE de 1970, y por último la LOPEG (1995). Los estragos que la segunda y más importante de estas normas ha causado en la calidad de la enseñanza en España son sobradamente conocidos. Una generación entera de españoles puede considerarse víctima de la LOGSE. Para corregirlos, el PP, en el segundo gobierno de José María Aznar (ya tardó), aprobó la LOCE en 2002, pero la llegada al poder de Zapatero volvió a impedir su aplicación, como  ocurriera con la de la UCD. En 2006 se aprobó una nueva ley, la LOE. Esta, del PSOE como se sabe, por supuesto que sí entró en vigor y es la que ha regido hasta ahora, a expensas de lo que ocurra definitivamente con la LOMCE, aprobada en la anterior legislatura (2013), pero pendiente de aplicación. Es decir, que desde que se instauró el régimen constitucional de 1978, las únicas leyes aprobadas en democracia que han regulado la educación en España han sido leyes socialistas.

Cuando Mariano Rajoy accedió a la presidencia del Gobierno, aupado por una notable mayoría absoluta obtenida en las urnas para encarrilar el desastre en todos los sentidos a que el zapaterismo había llevado al país, una de las decisiones que más me sorprendió es que se nombrase ministro de Educación a un independiente, José Ignacio Wert, como si en el Partido Popular no hubiese gente solvente y con las ideas claras acerca de qué hacer en este campo. Así, el sr Wert acometió a su aire una de las pocas reformas no económicas emprendidas por el Gobierno en la anterior legislatura, y sacó adelante la LOMCE, contra una oposición generalizada. Quiero decir con esto que aunque el partido, sumiso como siempre, defendió como suya la reforma, era más bien la reforma del Gobierno, liderada por un señor independiente. Quizá con ello Rajoy pretendió precisamente desideologizar el asunto, vano empeño cuando se tiene enfrente a todo el aparato de la izquierda que pretende que la educación sea un coto privado suyo y sólo suyo.

En la situación actual, la LOMCE va canino de ser de nuevo una ley non nata. Con el nuevo Gobierno en minoría, se habló primero de rectificar algunos de sus puntos. Ahora ya abiertamente de derogarla y hacer una nueva consensuada. A mi me parece muy bien que se busque el consenso. Lo que me preocupa, y así me temo que ocurrirá, es que ese consenso se consiga sólo a base de ceder frente a los que más gritan, y el resultado sea de nuevo una ley de educación no del consenso sino de la izquierda. Mi confianza a ese respecto en Mariano Rajoy es prácticamente nula.


sábado, 29 de octubre de 2016

VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS


Wiener Staatsoper
Era otoño, como ahora, y estábamos en Viena. Habíamos ido allí en un viaje especial, uno de esos viajes que en principio uno piensa hacer sólo una vez en la vida. Al menos así fue en tiempos. Ahora ya nunca se sabe. Habíamos ido por la mañana a visitar el suntuoso edificio de la Ópera Estatal, inaugurado por el emperador Francisco José y su popular esposa Sissi -aunque la actual fábrica se debe casi en su totalidad a su reconstrucción obligada tras la Segunda Guerra Mundial- y a cuya historia están ligados los nombres de Gustav Mahler, Richard Strauss, Herbert von Karajan, Lorin Maazel o Claudio Abado, entre otros. Al terminar la visita supimos con sorpresa que aún quedaban entradas para la representación de la tarde...¡de pie!. Y no lo dudamos. Eramos jóvenes y audaces. Tuvimos que comer pronto e ir al hotel a cambiarnos, porque allí las funciones comienzan temprano. Mi experiencia hasta entonces del espectáculo operístico era prácticamente nula. Sí que conocía la música de muchas obras, por los discos de vinilo que tenía en casa, y había visto alguna retransmisión en televisión. Pero en aquella época en Sevilla no había temporada y si se representaba algo en el Lope de Vega era muy de tarde en tarde. Así que fui a estrenarme nada menos que en la ciudad de los valses y con una obra de Richard Wagner: “Tannhäuser y el torneo de canto de Wartburg”. Dos ilustres como Heinrich Hollreiser y Otto Shcenk eran los responsables de la dirección musical y escénica respectivamente. Entre las voces, ya estaba allí Kurt Rydl, junto a Toni Krämer, Wolfang Brendel, Sharon Sweet o Uta Priew. Nada más comenzaron los sones de la obertura a fluir desde el foso, que se veía allí abajo, semi iluminado en la oscuridad del teatro, fui completamente abducido por la música. Luego vinieron el concurso de canto, precedido por la brillante entrada de los invitados, el coro de los peregrinos, la canción de la estrella, la narración de la peregrinación y a Roma y el grandioso y emotivo final. Fue tal la impresión que aquello me produjo que desde entonces me quedé enganchado a la ópera, hasta ahora.

Han pasado justamente veinticinco años desde entonces y el Teatro de la Maestranza ha tenido “el detalle” de volver a programar el titulo (ya lo hizo en con aquella dirección de escena de  Werner Herzog, que después vi repetida en Madrid) aunque en esta ocasión en la versión de París.

El probablemente increyente y entusiasta revolucionario Richard Wagner utilizó esta historia de trasfondo religioso, con lo que satisfacía a sus católicos patronos de Dresde, para criticar solapadamente la hipocresía y el maniqueismo de la sociedad de su tiempo, en la que el pecado del sexo era el peor de todos. Es por eso que el director de escena Achim Thorwald ha resaltado este aspecto utilizando los colores blanco y negro, predominantes en todo el segundo acto. Es ese maniqueismo el que hace que el protagonista tenga que debatirse durante toda la obra entre polos que se presentan opuestos: amor o lujuria, pecado o redención, sensualidad o penitencia, carne o espíritu. Probablemente Wagner tuviera en mente un ideal de mujer que unificara la dignidad y el señorío (Elisabeth) con el pleno goce de su sexualidad (Venus). Pero para aquella hipócrita sociedad estos eran elementos antitéticos. Por un lado estaban las señoras, por otro las prostitutas. Al final la salvación se produce por efecto del casto amor de Elisabeth. Mas Wagner manifestó en más de una ocasión que ese no es exactamente así como le hubiera gustado terminar la obra. Por eso Thorwald se ha permitido la licencia de satisfacer el deseo del autor introduciendo también a Venus en la acción salvífica, algo que al genio de Leipzig no le habrían permitido en su tiempo. No hay amor sin sexo, pensaba Wagner....Más allá de las motivaciones de Thorwald he de decir que la escenografía fue lo peor de la función, de las más pobres que he visto. Nada que ver con el nivel musical.

Decía Pedro Halftfer en los días previos que él se había hecho director para dirigir Tannhäuser, y que esperaba hacernos emocionar con la interpretación. Conmigo lo tenía fácil, dados los lazos que me unen a la obra. Pero creo que el sentimiento fue generalizado. El director madrileño se ha convertido en un auténtico especialista del repertorio wagneriano y ya nos tiene acostumbrados a lucir lo mejor de la ROSS en estas ocasiones. No obstante diré que no me gustó la obertura, demasiado acelerada y casi marcial. Sólo en la parte en que la música se serena y empieza a recordar a la de Tristán.. comenzó aquello a encajar. También es cierto que a mi me gusta más la versión de Dresde.

El elenco de cantantes mezclaba un grupo de acreditadas voces wagnerianas, todas consagradas en el templo de Bayreuth, (Peter Seiffert, Ricarda Merbeth, Attila Jun, Martin Gantner, Petersemer) junto con otro de valores nacionales (José Manuel Montero, Vicente Ombuena, David Lagares, Damián del Castillo y Estefanía Perdomo) que no desmerecieron en absoluto a los anteriores. Hubo altibajos, como es natural, pero el nivel general fue muy elevado. En el polo negativo no me gustó el diálogo de Venus y Tannhäuser del primer acto, un tanto chillón y en exceso decibélico. En el positivo, por señalar alguno, las intervenciones de Martin Gantner, a quien tenía especial interés de escuchar en directo tras disfrutar de su espléndida participación en los Meistersinger retransmitido hace nada desde Múnich. El coro, tan importante en esta ópera, estuvo magnífico, tanto dentro como fuera de la escena. Mención especial quiero hacer de Damián del Castillo y Estefanía Perdomo, cuyas breves pero bellísimas intervenciones no pasaron desapercibidas.


martes, 4 de octubre de 2016

#ROHNORMA

La semana pasada, concretamente el lunes, asistí a la retransmisión en directo para cines, vía satélite, de la representación en la Royal Opera House de Londres de la ópera Norma, el más conocido título de Vinzenzo Bellini, de cuya interpretación en Sevilla el pasado año ya dimos cumplida cuenta aquí. Era para mí una experiencia nueva, pues nunca había presenciado un espectáculo a través de este medio. La cita era en el entrañable Cine Cervantes. Muchos sabréis que es la única sala tradicional que queda en Sevilla, con su patio de butacas, sus palcos, su gran lámpara de techo y su enorme pantalla, de las que ya no quedan. Es uno de los pocos cines a los que me gusta acudir, por su sabor añejo de otra época. Perfectamente apropiado pues para la ocasión, pues no puede haber nada más parecido a estar presente en el propio teatro. Las sensaciones no obstante fueron diversas. La imagen era excelente, en alta definición, aunque hubo algunos problemas con los subtítulos. Sin embargo el sonido me pareció más vulgar, nada extraordinario. La verdad es que esperaba otra cosa en este aspecto. No había palomitas, como es natural, y sí canapés y champán en el entreacto.

Uno de los atractivos del espectáculo lo constituía la nueva producción ideada por Alex Ollé para el teatro de Coven Garden. He alabado en otras ocasiones, en contra de criterios más tradicionales, las creaciones de La Fura del Baus, como la del Anillo wagneriano que contemplamos en el Maestranza, obra de otro de los miembros del grupo como es Carlos Padrissa. Pero lo de Ollé me resultó infumable. Simplemente se le fue la olla. Le salió la vena del incombustible anticatolicismo patrio. El bueno de Alex ha dado rienda suelta a su atribulada imaginación, convirtiendo a los galos de la historia original en una especie de secta integrista católica, en cuya grotesca caracterización utiliza un amplio despliegue de elementos icónicos diversos que supongo deben poblar sus pesadillas. El Don Carlo es una ópera muy habitual para ver este tipo de escenificaciones disparatadas, por aquello de la leyenda negra y tal. Pero aquí, sin venir a cuento, nos encontramos con que el bosque sagrado de los druidas está conformado por una amalgama de crucifijos que se ciernen sobre la escena durante toda la obra, a modo de presencia opresiva. Sobre lo anterior, en el primer acto asistimos a toda una exhibición de imaginería extraída de expresiones tradicionales del catolicismo español, que se traen a escena a mogollón, fuera de contexto y sin ningún criterio ni sentido. Por supuesto no faltan los nazarenos. Algunos más o menos canónicos. Pero como esto al regista le debía parecer poco llamativo, pues a unos cuantos les pone también sobrepellices, para que resulten más vistosos. A ellos se unen las señoras de mantilla, uniformes de órdenes militares, un palio, los "empalaos" de la Vera, cantidad de presbíteras –incongruencia-....y el botafumeiro. No crean que yo me enfado con estas cosas. Más bien me entra la risa. Esa Norma cantando el Casta diva, y el botafumeiro para arriba, el botafumeiro para abajo, columpiándose a compás... pues yo no sabía si había que tomarlo en serio o era una parodia de Los Morancos.

Pero claro, el problema que esto tiene para mi es que cuando me chirría la escena también lo hace la música, porque me distrae de la atención debida. Yo no puedo juzgar adecuadamente a Sonya Yoncheva en su intervención estelar por lo ya dicho. Estaba más pendiente del botafumeiro. Ollé había decidido ser él el protagonista, en lugar de la sacerdotisa. Sí puedo decir que Yoncheva es una de esas cantantes de hoy tan agradables de ver como de escuchar. Buena voz y buena actriz, ha hecho que no se eche en falta a Anna Netrebko, quien renunció al papel hace unos meses. Su partenaire masculino, Joseph Calleja, posee una de las voces de tenor más personales del momento actual, con un bellísimo timbre que contrasta con su rudo aspecto físico. Cuajó un buen Pollione. En cuanto a Sonia Ganasi la vi, como en Sevilla en el mismo papel de Adalgisa, flojita. Los años no pasan en balde y no es ya la que fue. Mermada de facultades, lo suple con maestría, pero queda en desventaja con sus compañeros de reparto. La dirección musical de Antonio Pappano es siempre una garantía, aunque me pareció en exceso chillón y efectista en los finales de cada acto.

En definitiva, la representación toda, que musicalmente fue de gran nivel, queda afectada, para mal, por la dirección escénica ¿Y todo esto para qué, sr Ollé?¿Con qué intención?¡¡Pues nada menos que para representar el fanatismo religioso!! ¡¡Tócate las bemoles!! Para don Alex el fanatismo hoy no está en los burkas, los turbantes o las alfanges que cortan cabezas, sino en los crucifijos, los capirotes y las mantillas. Lamentable esta casposa izquierda española que sigue cegada con sus prejuicios ideológicos. Voltaire al menos no había conocido el ISIS y sus atrocidades. El sr Ollé ni siquiera tiene esa excusa. Qué oportunidad ha perdido de o bien hacer algo ajustado al libreto o, puestos a innovar, atreverse a retratar a quienes de verdad representan en nuestro mundo actual la intransigencia religiosa.



domingo, 25 de septiembre de 2016

ÓPERA EN ABIERTO


Después de tan larga temporada sin coger recado de escribir, casi estaba decidido a no volver a hacerlo. Es como si se me hubieran oxidado los engranajes, físicos y mentales, indispensables para la tarea y no hubiera forma ni ganas de volverlos a engrasar. Pero la ociosidad de este primer domingo del otoño me ha impulsado a redactar en unos breves renglones mis impresiones sobre la ópera que pudimos ver ayer desde el Teatro Real y dejar constancia de ellas.

El teatro madrileño ha inaugurado la temporada de su bicentenario anunciando a bombo y platillo este Otello verdiano que ha sido retransmitido a numerosas ciudades de toda la geografía nacional a través de teatros y pantallas gigantes en espacios públicos -en Sevilla, en la Plaza de España- y al mundo entero a través de internet, donde aparte del directo todavía podrá verse durante un tiempo a demanda aquí o aquí. Los aficionados esperábamos pues con gran interés esta representación que a la postre resultó algo decepcionante.

Especialmente la propuesta escénica fue muy pobre. Oscuridad, sombras..Parece que los registas se han olvidado de que esta tragedia que rebusca en las pasiones más negras del ser humano, se desarrolla paradójicamente en el luminoso paisaje mediterráneo, y se empeñan en llevarnos a ambientes más propios de “El holandés errante”. Una y otra vez vienen a corregir al gran bardo, quien a su juicio tenía que haber colocado la acción en Noruega, en lugar de en Chipre. Pero aparte de esto, que cuatro actos se resuelvan con el mismo escenario, en el que no ha lugar siquiera a que Desdémona muera en su cama, sino que tenga que hacerlo en el suelo junto a una candela, pues no parece que a Alden le haya tenido que doler mucho la cabeza.

Lo musical estuvo mejor, pero sin alcanzar cotas de excelencia. Ermonela Jaho, de la que en agosto disfruté su Violetta Valery en Orange, papel que ya había representado precisamente en Madrid la temporada anterior, hizo gala de su brillante agudo y sus delicadísimos filados, especialmente en sus arias del último acto, pero se quedó algo corta en los pasajes graves que el personaje de Desdémona también requiere. Gregory Kunde volvió a mostrar su maestría en el personaje del Moro de Venecia -ayer bastante blanco de tez- que ha hecho suyo como ningún otro tenor del momento. No hace ni un año que lo disfrutamos en Sevilla. No obstante me pareció apreciar algunos signos de fragilidad en su voz. En cuanto a George Petean hizo un Yago muy aseado. Demasiado. Un personaje que canta “credo in un dio crudele..” requiere para reflejar su maldad algo de suciedad. Por último, la dirección de Renato Palumbo fue bastante irregular. Había leído que el primer dia escuchó algunos pitos. Yo no vi motivo para tanto, aunque si que algunos pasajes quedaron un tanto desdibujados y hay detalles que se podían pulir.


A pesar por tanto de que el resultado pudiera quedar por debajo de la expectativa, fue en líneas generales una buena tarde de ópera, y hay que agradecer al Teatro Real la gran fiesta de la música que se pudo disfrutar ayer en toda España. Ojalá no haya que esperar otros doscientos años para que se repita.

miércoles, 22 de junio de 2016

CRÓNICAS DEL HETEROPATRIARCADO


Los lunes no son buenos para ir a la ópera. Los lunes en realidad no son buenos para casi nada. El disfrute de las embriagadoras delicias finisemanales se ve roto de manera brutal con el enfrentamiento de nuevo con la hostil habitualidad laboral. De manera que tras ese imponente shock, casi de lo único que uno tiene ganas cuando llega la noche es de volverse a acostar para reponerse del mal trago. Bien que lo sabe esto, por ejemplo, el sector de la hostelería. Sales un lunes por noche en Sevilla y los bares, las cervecerías, las tascas, los restaurantes....todos están tan vacíos que te dan ganas de entrar a tomarte algo por lástima del camarero de turno que, a pesar de todo, está allí al pie del cañón esperando algún cliente al que atender.
Pero este lunes tocaba rematar la temporada en el Maestranza, nada menos que con el estreno en España de Der Konig Kandaules, obra inacabada de Alexander von Zemlinski, músico austriaco, maestro de Schönberg o Korngold, del que ya degustamos aquí otras piezas como El enano o Una tragedia florentina. Kandaules era la rareza en una temporada bastante conservadora (como la próxima ya anunciada). Confieso que cuando salió la programación yo no tenía ni idea de la existencia de esta ópera, que tuvo que esperar para su estreno hasta 1996, más de cincuenta años después de la muerte de su creador, tras ser completada, sobre todo en su instrumentación, por el musicólogo Anthony Beaumont.
Hay óperas que están fuera del repertorio habitual por derecho propio (algunas de ellas he escuchado últimamente). Pero esta no. Se trata de una obra muy potable y ha sido todo un acierto de Pedro Halffter, que ya la dirigió en versión concierto en el Festival de Canarias hace unos años, su escenificación ahora en Sevilla. Su música es impactante, de gran dramatismo y diversidad de dinámicas, desde lo más oscuro a lo más brillante y colorista. La orquesta sonó de maravilla, consiguiendo unos ambientes y unas texturas excepcionales. Aunque creo que a Halffter se le fue algo la mano en los volúmenes, que taparon a las voces más de lo deseable.
Dentro de los personajes principales, el mejor para mi gusto fue Martin Gantner (Gyges), magnífico en toda la representación. La voz de Peter Svensson (Kandaules) me sonó inicialmente algo leñosa, para ir después ganando en flexibilidad y recorrido. En cuanto a la soprano -única voz femenina- Nicola Beller Carbone quizá le faltara algo de más peso vocal para un papel de exigencia dramática, pero estuvo también a gran altura. La producción del Teatro Massimo de Palermo, ideada por Manfred Schweigkofler, resultó adecuada e interesante, sobre todo por el atractivo juego de la iluminación.
La historia de Candaulo, rey de Lidia, recogida por Heródoto y versionada de diversas maneras hasta André Gide, de donde bebe el libreto, es una manifestación, podríamos decir, hablando en el lenguaje político de moda, del heteropatriarcado. Dos personajes tan diferentes como Candaulo y Gyges coinciden sin embargo en considerar a la mujer como un mero objeto susceptible de posesión. El uno, el pescador, para su personal y exclusivo disfrute (o eso piensa él). El otro, el rey, para exh
ibirlo ante los demás hasta extremos inapropiados y peligrosos. Ambas formas de dominación llevarán a un fatal desenlace de muerte, aunque con víctimas dispares. Pero la emancipación femenina está ya en marcha cuando Nyssia, tras empujar a Gyges a dar muerte a Candaulo, se niega a volver a vestir el velo que antes la cubría de las miradas ajenas.

Y yo, que para mi....¿desgracia? soy hetero y padre de familia, me voy del teatro con carga de conciencia (mea culpa, mea culpa...) que es lo que toca.      

sábado, 14 de mayo de 2016

UN DULCE ELIXIR

Cuadro de la serie "El Circo" de Fernando Botero, en el Museo de Antioquía (Colombia)
Yo esperaba el viernes una velada de fiesta y reivindicación al mismo tiempo. Fiesta campestre, como es habitual en el Maestranza, con el respetable comiendo bocadillos envueltos en papel de aluminio durante el descanso entre actos. Pero también de reivindicación ante los delicados momentos que afectan al futuro del teatro y especialmente de la orquesta que habitualmente cubre sus funciones líricas. Pero el público pareció no darse por aludido. Pocos fueron los lazos verdes que se vieron entre los espectadores. Sí por supuesto en el foso y en otros responsables de la función que saludaron a su finalización. Antonio Muñoz, único político activo que vi por allí.y responsable de la cosa en el Ayuntamiento debió salir aliviado. “Aquí podemos hacer lo que queramos” pensaría “nadie se va a echar a la calle si liquidamos la Sinfónica y ponemos a la Banda de la Sopa”. Sorprendentemente no pareció que los aficionados estén desde luego por partirse la cara para defender lo que hemos venido disfrutando en los últimos veinticinco años.
Quizá es que “L' elisir...” sea una ópera tan amable, tan bonita, que a la gente le diera pereza salirse de ese confort para acordarse de cuestiones más problemáticas. Efectivamente, la representación estuvo a la altura de la belleza del belcanto y del encanto naif de la historia de amor feliz entere Nemorino y Adina, tan diferente a la trágica de Tristán e Isolda que toma como referente. Contribuyó a ello en gran medida la dirección de escena de Víctor García Sierra, ambientada en el circo y con una escenografía y vestuario inspirados en la pintura de Fernando Botero. El muy conseguido cromatismo propio del pintor y escultor colombiano se conjugó con un entretenido movimiento e interpretación de los actores, con apuntes de números circenses incluidos. Lo que todavía me estoy preguntando es a qué venía la figura del prelado acompañado de su acólito en semejante ecosistema. La dirección musical corrió a cargo de Yves Abel. Me pareció bien en líneas generales, compenetrando muy adecuadamente las voces con la orquesta, pero en mi opinión adoleció de cierta falta de brío en algunos pasajes. La granadina María José Moreno brilló como la gran soprano lírica ligera que es encarnando a Adina. Al joven Joshua Guerrero, estadounidense a pasar de su apellido, no tenía el gusto de conocerlo, pero venía avalado por su mentor Plácido Domingo y los premios Operalia. Fue de menos a más, alcanzando su cenit, como todos esperábamos, en “Una furtiva lagrima” que dejó buen sabor de boca. Los barítonos Manolov y Cavaletti (Dulcamara y Belcore) también estuvieron a la altura vocal e interpretativamente, aunque el segundo con cierta tendencia al engolamiento. El coro también fue protagonista tanto por su canto como por su trabajo teatral -¡ay quien yo me sé, agitando alegremente el pañuelito!- contribuyendo al éxito general de la representación.

jueves, 12 de mayo de 2016

LAZOS VERDES POR LA MÚSICA

Ni el brillo de producciones exitosas como la del bicentenario de “El barbero de Sevilla”, ni la reciente celebración de sus respectivos veinticinco aniversarios pueden tapar la difícil situación económica por la que atraviesan el Teatro de la Maestranza y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Ambas instituciones se han visto afectadas en los últimos ejercicios por una considerable merma la financiación de las administraciones implicadas. En el caso del teatro son cuatro, Ministerio de Cultura, Junta, Diputación y Ayuntamiento de Sevilla, y su aportación se ha reducido más del cincuenta por ciento en apenas seis años, pasando de 8,6 millones de 2009 a los poco más de 4,2 millones de 2015. El resultado es que aparte de los ineludibles recortes en diversos conceptos, se ha generado una deuda de cerca de dos millones de euros. La cantidad parece ridícula en comparación con las cifras que se manejan para otros asuntos, legales o criminales. Sin embargo las administraciones se han negado en redondo a incrementar su aportación, provocando la salida anticipada de la gerente Remedios Navarro. Es extraño en los tiempos que corren que cuatro administraciones con diferente color político se pongan de acuerdo en algo. Sin embargo la falta de transparencia es total al respecto. Como ya ocurriera con el culebrón del nombramiento de director de la ROSS hace dos años, los ciudadanos nos vamos enterando a cuenta gotas, y me da la impresión de que nunca al completo, de lo que ocurre entre bastidores, nunca mejor dicho. Si la negativa tajante a ampliar las dotaciones se debe, por suponer, a una nefasta gestión debería saberse de forma clara y señalar a sus responsables, y a partir de ahí poner nuevas bases para el futuro. Pero aquí nadie da explicaciones. O al menos gente como yo, que nos interesamos por el tema, no las conocemos. Encima los políticos quieren que se incremente la aportación privada, para ellos seguir manejando a su antojo y con su general incompetencia.
La situación de la ROSS es similar. En este caso son dos las administraciones implicadas: Ayuntamiento y Junta, al 50%. Mientras el Ayuntamiento ha venido manteniendo a duras penas su aportación en los últimos años (unos tres millones de euros), la Junta, tan amable siempre con Sevilla, la ha reducido hasta 2,2 millones, que además, según dicen, no paga a tiempo. Así, el déficit generado en esta institución es de 1,3 millones, hallándose incluso en causa de disolución según la normativa mercantil. Para paliar la situación, el Consejo de Administración de la orquesta no ha tenido otra idea más original que rebajarle el sueldo un 15% a los músicos.
Es por esto que desde que se anunciara la medida se viene generando un movimiento de protesta cuyo símbolo son los lazos verdes, que han sido exhibidos ya en varios conciertos. No sólo no he apoyado sino que he criticado a los señores profesores de la orquesta en algunas reivindicaciones laborales anteriores. Sin embargo creo que lo que ahora está en juego es, aparte de su propia dignidad profesional, el futuro de estas dos instituciones que son la base principal de la cultura musical en Sevilla.
No es de extrañar que en Sevilla, de grandioso pasado pero capital al fin y al cabo hoy de una región sumida en un atraso del que no hay visos de que vaya a salir en las próximas décadas, no haya dinero para muchas alegrías. Pero entre los logros más importantes de los tiempos recientes están sin duda la consolidación de este teatro y de esta orquesta como verdaderos faros culturales que alumbran sobremanera la vida musical de esta ciudad. Dejarlos caer ahora sería un auténtico dislate, por muchos que sean los problemas presupuestarios. Si algún lujo podemos y debemos permitirnos es este. Si en algún objetivo cultural hay que centrar todos los esfuerzos en este momento, es aquí. Seguro que encontramos veinte mil “cosillas” de esas en las que se tira desahogadamente el dinero para negárselo a los proyectos realmente importantes. El teatro y la orquesta necesitan un compromiso claro de cara al futuro, y no vivir en la permanente provisionalidad en que lo hacen en los últimos años. Pienso en este sentido que es el Ayuntamiento de Sevilla quien tiene que tomar el liderazgo y arrastrar a las restantes administraciones implicadas. Precisamente ahora que nos acercamos a la celebración del veinticinco aniversario de la Expo 92, no podemos consentir que algunos de sus principales y mejores legados entren en decadencia.


jueves, 5 de mayo de 2016

EL FRACASADO



Foto EFE

Dentro del  fracaso colectivo que para la clase política española, y en especial para los dos partidos que han venido gobernando el país en las últimas décadas, supone la convocatoria de nuevas elecciones para el próximo mes de junio, por su incapacidad de ponerse de acuerdo para formar un gobierno, hay un protagonista  que resalta sobremanera y sin lugar a dudas como el gran fracasado, y  no es otro que Pedro Sánchez. Es cierto que Rajoy tampoco sale muy bien parado, al no haberle servido de nada a la postre el haber ganado las elecciones de diciembre, pero al menos ha tenido algo más de inteligencia, aunque su postura no haya sido muy gallarda, al zafarse del desgaste que para el socialista ha supuesto su frustrada investidura y su indecente pordioseo de votos aquí y allá.  No me vale aquello de “al menos lo ha intentado” porque lo que ha intentado no tenía otro fundamento que su propio interés personal. Por  lo que hace a Rivera y a Iglesias, ellos han jugado sus cartas, como mejor hayan sabido a su criterio, pero no creo que se les pueda considerar fracasados porque su responsabilidad era secundaria en este escenario, y está por ver qué es lo que puedan haber ganado o perdido con sus estrategias.
Lo de  Sánchez sin embargo ha sido un fracaso en toda regla y sin paliativos. Desde la noche electoral se autoerigió  en intérprete de la voluntad popular, sacando la lectura simple de que esa voluntad era de cambio, y que con quien únicamente no había que contar para ese cambio era con el partido en el gobierno y que había resultado, mire usted por dónde,  el más votado en los comicios.  Se olvidó el caballero de que para avanzar en política y para gobernar  no sólo hay que estar en contra de algo, sino que hay que saber hacia dónde se va. Por lo tanto no basta una etérea voluntad de cambio, sino que hay que tener claro en qué dirección tiene que tomarse el nuevo rumbo. Esta premisa tan elemental de que no se puede andar al mismo tiempo en dos direcciones contrarias Sánchez la obvió. Fue de farol con el Rey, pues no contaba ni mínimamente, según se vio luego, con apoyos suficientes para la investidura, y a partir del encargo real se puso a buscarlos yendo como pollo sin cabeza de un lado a otro, mendigando los votos de todo el espectro político, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, a excepción del “apestado” Partido Popular, con el resultado ya conocido.
Sánchez ha demostrado ser un político insolvente, perdido en su laberinto de eslóganes y prejuicios, que no cuenta ya a estas alturas con el apoyo ni de su propio partido. Su discurso es de una vacuidad que produce náusea. Se habla ya de que con él al frente el PSOE puede ser superado por las formaciones a su izquierda que ya le pisan los talones. No es que me alegre precisamente de ello, pero es lo que se puede esperar cuando un partido político se pone en manos de un botarate  como este. No sabemos quién será presidente del Gobierno después de las nuevas elecciones, pero al bello Sánchez deberíamos darlo ya por descartado, aunque el muchacho siga en sus trece. Sus carencias han quedado a la vista. Hay que tener la cabecita mejor amueblada para aspirar a tanto. Los demás no sé, pero este ya ha  demostrado lo que da de sí.