No recuerdo ningún debate parlamentario en que la
victoria de uno de los protagonistas principales, líderes respectivamente del
Gobierno y la oposición, fuera tan
apabullante como la obtenida por Mariano Rajoy sobre Rubalcaba en el celebrado
esta semana sobre el Estado de la Nación. Salvo habituales esbirros periodísticos, inasequibles al desaliento y a la evidencia, todo el mundo da
por vencedor en este pugilato al Presidente del ejecutivo. Es lo que hay. Rajoy
sí o sí. Al presidente le bastó con alentar alguna tímida esperanza de recuperación,
anunciando medidas de impulso económico y retomando promesas electorales hasta ahora
arrinconadas, para llevarse de calle el combate. No le hizo falta más, porque la
oposición de Rubalcaba es la mejor que podía soñar D. Mariano, quien
lógicamente está encantado con esta pareja de baile, y por nada del mundo
quisiera que se la cambiasen. Con enemigos así no hacen falta ni amigos.
Y no es que el Gobierno lo esté haciendo
todo de cine y nos tenga a los españoles más contentos que unas pascuas. Las
cosas están demasiado difíciles como para eso. Rajoy lo tenía bastante crudo,
porque el panorama no deja de ser desolador, a pesar de que no es poco haber
conseguido sortear el fantasma del rescate que nos rondó durante buena parte
del pasado ejercicio, de forma que parecía inevitable. Pero es que guste o no guste no se advierte otra opción
real y seria en el espectro político parlamentario para el momento que vivimos.
El propio Rubalcaba ya lo había
reconocido con anterioridad cuando semanas atrás se fijó el embarazoso plazo de nueve meses para elaborar un nuevo proyecto, pero ahora ha quedado reflejado
mucho más nítidamente hasta qué punto la falta de ideas y de liderazgo en el
PSOE es absoluta. Rubalcaba es un preso de
su pasado, incapaz de proponer nada creíble y sensato. No sé si dentro de nueve
meses parirá algo, pero a día de hoy nada puede ofrecer. Su intervención fue
patética, y pedía que alguien desde su bancada tuviera el gesto de misericordia de arrojar la
toalla para evitar el castigo a que estaba siendo sometido su líder. Claro que
a lo mejor es que disfrutaban con el espectáculo, planeando sucesiones.
Entonces, se dirá. ¿a qué juegan los
socialistas, que ya no quieren ser ni obreros ni españoles? Pues nada más que a
tratar de impedir que otros triunfen donde ellos han fracasado, a protestar por
todo y contra todo, a crear inquietud y
poner chinitas en el camino de la recuperación, a ver si entretanto les da
tiempo a recuperarse ellos. Ahora se inventan esto de la marea ciudadana, que
ha escogido una fecha muy significativa para manifestarse, acorde con su
verdadera naturaleza. Camisetas de todos los colores, como antaño lo fueran las
camisas. Pero convendría recordarles que las mareas sociales donde tienen que
manifestarse es en las urnas. Algo que con tanta frecuencia la izquierda, al
menos la que aquí padecemos, está acostumbrada a obviar.
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