domingo, 17 de noviembre de 2013

EL SALVADOR "AFTER HOURS"



¿Cuántos sevillanos habrán visitado la iglesia del Salvador más de una y más de dos veces una luminosa tarde de Sábado de Pasión o una radiante mañana de Domingo de Ramos  para comprobar por sus propios ojos el milagro del estreno cada año del paso de la Borriquita, ya adornado con sus flores rosa y sus palmas, presto para la salida procesional, entre el ajetreo de la gente que va de un lado para otro del templo?¿Cuántos no habrán asistido en esta monumental iglesia a una boda, un bautizo o un funeral, cuando sus amplias naves se quedan pequeñas para acoger a la concurrencia? ¿Cuántos habrán asistido alguna vez al traslado del Señor de Pasión a su paso de plata con la iglesia totalmente abarrotada de hermanos y devotos?
Seguramente serán muchos los que en unas u otras circunstancias, por unos u otros motivos, han visitado en alguna ocasión  el segundo templo de la ciudad cuando sus puertas están abiertas al público y fieles en general y habrán podido disfrutar de la magnificencia de su fábrica. Pero el Salvador ofrece una visión muy diferente de noche, cuando ya las luces se han apagado, cuando ya el ir y venir ha cesado, cuando las naves se muestran vacías y silenciosas, sólo unas luces aquí o allá para iluminar lo imprescindible. Máxime si además se pueden visitar lugares habitualmente inaccesibles  como son la cripta, las tribunas, el camarín de la Virgen de las Aguas o las cubiertas. Esto es posible gracias a la visita "Huella de lo Sagrado", guiada por mis amigos de Homo Artis, que tuve oportunidad de realizar semanas atrás.
En la cripta, donde como es lógico se conservan los vestigios más antiguos que se remontan a épocas romana o musulmana, lo que quizá llame más la atención es el venero de agua limpia y cristalina que atraviesa por debajo del templo, que nos da una idea exacta de cómo es el subsuelo de Sevilla y el problema que ello supone para la conservación de edificios históricos. El camarín de la Virgen de las Aguas es una joya que luce en todo su esplendor tras su reciente restauración y que nos habla de la importancia de esta devoción en la ciudad de siglos pretéritos. La visita a las cubiertas permite disfrutar de estupendas vistas de los alrededores cercanos y de casi la ciudad entera. Y por las tribunas, desde las que se contemplan perspectivas inusuales del templo, deambula el espíritu del inconmensurable Leonardo de Figueroa, genio constructor de lo más granado de la Sevilla barroca, que dejó su marca personal en esas cabezas de león que adornan el remate de las columnas, que son puro diseño. Lástima que los responsables del templo no permitan fotos en la cripta y el camarín. Del resto, aquí dejo una pequeña muestra de imágenes que a buen seguro mejorarán mis palabras.






















domingo, 10 de noviembre de 2013

EL CID NO TIENE COFRADÍA

           La mañana del primero de noviembre pasado, día en que como cada año se celebraba la festividad de Todos los Santos, amaneció con sorpresa para los sevillanos. El rumor se fue extendiendo por la ciudad, aunque los detalles eran confusos. Unos decían que un grupo de gamberros habían pintarrajeado la estatua del Cid Campeador en el Prado de San Sebastián. Otros que había sido un comando islamista. También había quien decía que era cosa del Halloween, aunque la viveza de los colores invitaba a descartar de principio esta hipótesis. El asunto se fue aclarando conforme pasaban las horas y los extrañados y escasos viandantes que en la jornada festiva deambulaban por la zona fueron dando cuenta, a través de redes sociales y otros medios convencionales, de lo realmente ocurrido.
         Se trataba de una artista, Olek, de Agatha Oleksiak, entre polaca y neoyorkina, que en sus ratos libres, que se ve que tiene bastantes, se dedica a hacer crochet, y como le cunde, pues va por el mundo revistiendo cosas, y con esta particular fórmula se ha hecho un nombrecito en el panorama artístico internacional. La primera intención fue la de vestir de ganchillo al santo patrón en la Plaza Nueva. Pero alguien con buen criterio en el Ayuntamiento pensaría que aquello podía provocar gran rechazo, empezando por las hermandades que tienen por titular al rey santo. Habría habido hasta misas de desagravio. Pero como no querían perder la oportunidad y pasar por rancios y casposos, pues se pusieron a pensar alternativas. Podían haber mandado a Olek a vestir a Bolívar, allá por la Palmera, pero a buen seguro se habría originado un conflicto diplomático con las sensibles repúblicas hermanas. Podían haber mandado a vestir a Dª María de las Mercedes, pero era de esperar que la Real Maestranza de Caballería pusiese el grito en el cielo, y no está la Casa Real para muchas polémicas. Ya está, al Cid, que como no tiene ni peña, ni cofradía, ni club de fans, aunque haya gente que proteste no llegará la sangre al río. A lo sumo llegará, se dijeron, a la altura del Lope de Vega, pero nada más.
       Y así fue. Después de haberse anunciado incluso que el agraciado cobaya del experimento sería San Fernando, el elegido fue don Rodrigo Díaz de Vivar. A mi el resultado estético me parece vistoso y atractivo, y si puedo no me perderé la exposición que acaba de inaugurarse en la galería Delimbo. Pero en cualquier caso lo considero una falta de respeto para la artista autora de la famosa estatua, la también foránea Anna Hyatt Huntinttong, y, sobre todo, para el histórico personaje que representa. Si uno se toma la molestia de repasar la trayectoria artística de Olek y de las performances que han antecedido a la presente, puede comprobarse que ninguna de ellas afecta a una figura como la de este caso. Veamos: el toro de Wall Street, un tren en Lodz, unos elefantitos en la Lancaster House en Londres.... Aquí ha tocado techo, que para eso los sevillanos somos así de rumbosos.
        Si en vez de una malla de crochet se le hubiera puesto a la efigie un traje de flamenca la falta de respeto habría sido más patente, pero hubiera resultado igualmente artístico. De lo que deduzco que este no puede ser buen criterio, porque a ver quien pone el siempre subjetivo límite. Por eso estimo que el Ayuntamiento no debería prestar a tales fines las estatuas de los personajes a quienes homenajeamos en ellas, aunque no tengan cofradía que les defienda. Si yo fuera El Cid -el de la estatua, no el torero- me bajaba del caballo, que de cosas parecidas ya tiene antecedentes, y decía: “ea, señores, ahí se quedan ustedes con sus colorines, que ya estoy yo en mi casa”.