
«Tiene el número nueve de la calle
Susillo, antigua de Quesos, y mucho antes Corral de las Gallinas, la casa que
compré por cuatro ochavos, pero que era buen dinero en aquellos casi fabulosos
tiempos. Generación del 25 le han llamado algunos escritores. Es la vivienda
soñada por un poeta, pequeñita y sevillana, antiquísima, quizás de tiempo de
moro, y es lástima que algún día desaparecerá; campanilla monacal en la puerta,
verdes rejas en las ventanas que horadan los gruesos muros y soportan solamente
la techumbre; encima, aprisionada por los altos paredones que la cercan, las
tejas suspirando cielos»
A lo que parece, a pesar de la unción religiosa de sus imágenes, Illanes no era precisamente un místico, y su casa-taller fue escenario no sólo de la factura de estas obras que hoy suscitan la devoción de tantos sevillanos, sino también de numerosas reuniones de intelectuales y artistas, veladas literarias y fiestas a las que acudían relevantes personajes del cine, de la tauromaquia, del cante o del baile. Entre ellos se cuenta que una vez acudió allí nada menos que la famosa actriz Rita Hayworth, con lo que nos podemos hacer una idea de que los saraos que se organizaban no serían cualquier cosa.
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Azulejo conmemorativo en su estado orginal. Foto obtenida del blog "Crónicas Julianas" de Julio Domínguez Arjona. |
Illanes murió en 1976,
y su casa taller le sobrevivió hasta 2002, en que fue demolido para levantar en
el solar un edificio de nueva planta. El estudio que un día fuera llamado
nuevo, se había hecho viejo. En la fachada de la antigua edificación, varias
hermandades de penitencia para las que había trabajado el escultor habían
colocado un azulejo conmemorativo. Cuando vino la piqueta, el azulejo fue
cuidadosamente desmontado, y después vuelto a colocar a la finalización de la
obra. Pero el despistado alarife que se ocupara de ello equivocó el orden de
las piezas, y puso las de arriba abajo y las de abajo arriba. Y se quedó tan a gusto.
A lo mejor al hombre aquello incluso le parecería original, creativo, su toque
personal. Como vivo casi al lado, y me topo con el azulejo cada vez que salgo
de casa por el callejón de Teide, hace ya muchos años que lo comenté a algunos
hermanos de las cofradías implicadas, pero no hubo reacción. El azulejo allí
sigue, con su formato invertido, esperando que alguien venga a subsanar el
desaguisado. Es un detalle pequeño, que sin embargo no deja de fastidiarme. Quizá
esto que cuento no pertenezca a la gran historia de Sevilla, pero sí a la
pequeña historia, a su intrahistoria. La de aquellos hombres y mujeres que con
su arte hicieron grande nuestra Semana Santa. ¡Qué sería de nosotros sin esa
historia!
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