jueves, 28 de marzo de 2013

EL BARRIO QUE LA GUARDA




Hoy es el día grande de este barrio. Un barrio extenso y de contornos no muy precisos, que abarca de la Alameda a la muralla, de los callejones a la Cruz Verde –seguro- y quizá hasta la plaza de los Carros. Incluso hay expertos que afirman que llega, calle Feria abajo, hasta la Encarnación. San Gil, Omnium Sactorum, Santa Marina… ¿Puedo llamarle mi barrio?
Porque no nací aquí, ni crecí aquí. Pero vine a él recién nacida mi hija Estrella y en él recibimos a Sonia.  Desde pequeñitas han crecido viendo el cielo recortado por el perfil de sus fachadas. Ellas sí son de aquí y nada más que de aquí. ¿Es esta credencial suficiente?
Soy niño de extramuros, pero soñé siempre con vivir donde la ciudad adquiere sus dimensiones exactas, fruto de su milenaria historia. Son ya doce Semanas Santas, con sus respectivas cuaresmas, escuchando los ecos de la centuria desde la explanada del hospital, o cuando desfila por sus calles anunciando lo inminente.¿Puedo llamarle mi barrio?
Llegué aquí tras pasar por la cercana collación de San Julián. Aprendí sus devociones más íntimas  –Todos los Santos, Carmen, Rosario-. Me integré en su remozado y variopinto vecindario. Me acostumbré al silencio de sus noches, a las sinfonías de campanas en sus amaneceres, al ajetreo del entorno del mercado. Decidme,  macarenos antiguos, ¿puedo llamarle mi barrio?
Hoy el trajín se traslada a la Basílica, desde donde reina la Esperanza y desde donde esta noche deberá partir a la conquista del corazón de Sevilla para regresar triunfante por la mañana, acompañada de terciopelos morados y verdes, plumas airosas e inconfundible trompetería. ¿Podré decir que son las luces, los colores y los sonidos de mi barrio?
Con vuestro permiso, viejos vecinos de Parras y Escoberos, de Pozo, Talavera, Arrayán y Peris Mencheta, de la Resolana o el Pumarejo, hoy me siento tan macareno como vosotros, que echasteis los dientes a la vera del arco y que supisteis antes que yo del trato cotidiano con la Soberana. Sé que puede ser una barbaridad lo que digo, pero dejadme que así lo sienta. Permitidme que sea uno más de este barrio que la guarda –"sólo tu barrio te guarde"- y que me una a vuestro gozo en estas jornadas de Jueves y Viernes  Santo en que proclamaremos a nuestro modo el credo de la fe macarena.



sábado, 23 de marzo de 2013

AQUÉL NIÑO NAZARENO




El niño que fui se vestía de nazareno cada Martes Santo en la casa de sus abuelos maternos, en la vieja calle Oriente. Túnica y capa blancas, inmaculadas, preparadas con esmero por las manos aún jóvenes de su madre. Antifaz de terciopelo morado, recogido sobre la frente a la antigua usanza, con el escudo de las azucenas bien visible. Cíngulo y botonadura del mismo color. Canastilla y apagavelas.
El niño que fui acompañaba a una Señora que antaño llamaron Palomita de Triana y que es la Madre del Verbo Encarnado. Formaba en el tramo del que su tío era diputado, tras el paso del Cristo crucificado de la Sangre, y era acompañado a veces por su padre, a veces por su abuelo, buena parte de la estación. Su abuela, su tata y sus tías abuelas le surtían de caramelos que iba repartiendo a otros niños. Día grande para toda la familia, volcada en la cofradía de la que hermanos y primos, tíos y sobrinos, padres e hijos formaron y forman parte.
El niño que fui creció. Llegó a la adolescencia y un buen día decidió cambiar  túnica y terciopelo por zapatillas, faja y costal para meterse bajo la trabajadera y llevar sobre sus hombros al Señor de la Presentación. En tan buena compañía se hizo hombre, en aquellos años en que fue encauzando su vida adulta personal y profesionalmente, estrechando los lazos, que acabaron siendo indisolubles, con quien le esperaba, paciente y perseverante, hasta que se recogía la cofradía. Tardes de sol y noches de azahar en las primaveras inolvidables de nuestra juventud, que forjaron amistades y amores.
Pasó el tiempo y aquél que fuera niño nazareno volvió otra vez a vestir la túnica y capa blancas, el antifaz morado. Ya no sólo soñaba la Semana Santa como antes, sino que la veía hacerse desde dentro. Volvió  junto a la Señora, ahora muy cerquita de su paso de terciopelo granate, o ante el Cristo elevado sobre el monte de claveles rojos para atraer a todos hacia sí. Algunos de sus seres queridos partieron ya hacia la Calzada eterna. Ahora son unas niñas que le llaman papá quienes reclaman sus caramelos.
Todo va fluyendo en la vida y pocas cosas permanecen inmutables. El paso del tiempo nos va cambiando, a cada uno y a nuestras circunstancias. Para algunos afortunados no cambia sin embargo la cita anual con la Hermandad que lo es desde  nuestra infancia. Sólo quienes tengan esa suerte pueden saber lo que esto significa.
A punto ya de alcanzar la cota de la media centuria de una existencia hilvanada con puntadas de Martes Santos, el niño que fui -aunque este año no se vista- fue, es y será siempre nazareno de San Benito.

sábado, 16 de marzo de 2013

SORPRESA


La tarde del miércoles nos deparó la emoción del desenlace del cónclave que, apenas iniciado el día anterior,  habría de elegir al sucesor de Benedicto XVI al frente de la Iglesia católica. Habían pasado escasos minutos de las siete cuando a través de las pantallas (de televisión, de ordenador, o de cualquier tipo de terminal) pudimos apreciar que de la célebre chimenea vaticana comenzaba a salir un humo inconfundiblemente blanco. Había sido en la quinta votación, segunda de la jornada vespertina, en que uno de los purpurados había concitado los votos requeridos, pero aún habría de transcurrir una hora hasta que conocimos el nombre del elegido. Una hora en que se extendió aún con más fuerza la idea de que el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, sería el próximo Papa. Por eso, cuando el cardenal Tauran salió al balcón y pronunció las palabras rituales en latín hubo ya un primer sobresalto cuando pronunció el nombre de pila del nuevo pontífice, que no era Angelus. Pero tampoco Petrus (Erdo o Turkson), ni Odilus (Scherer) o Marcus (Ouelet),  ni cualquiera otro de los que se habían barajado en los días previos. En ese momento creo que muy pocos habían identificado ya al elegido, pero sí que no era uno de los esperados. Sólo unos segundos después acabó de desvelarse: Bergoglio. Ahora sí, el cardenal argentino, del que tanto se habló en la elección anterior, pero por el que en esta nadie apostaba. La sensación que creo que nos inundó a todos fue la de sorpresa. Una tremenda sorpresa que volvía a confirmar una vez más la célebre regla no escrita de que quien entra papa sale cardenal.
Y me pregunté ¿por qué esta sorpresa? La conclusión a que llego es que lo mismo que los medios nos vendieron la imagen negativa de Ratzinger en el cónclave de 2005, ahora hicieron lo propio con que podía saberse quiénes eran los favoritos, según los “bloques”, las “facciones”, los “intereses”, los “retos”…todo ello, claro está, con un criterio y unos esquemas perfectamente mundanos, muy alejados de los que deben ser los de una institución que está en este mundo, pero no es de él. Esto demuestra que los medios y opinadores habituales no tenían ni la más pajolera idea, pero claro, cuando se trata, como escuché el otro día en un programa radiofónico de ¨hablar por hablar” pues hay que hacerlo como sea. Tan diferente es la Iglesia de otras instituciones conocidas, que sus cardenales no se dedican a cotillear con los periodistas ni a hacer filtraciones interesadas, ni a nada de lo que se estila tanto en otros ámbitos. Por eso es siempre equivocado utilizar los métodos de análisis al uso, sobre todo por parte de quienes desconocen por completo la vida eclesial.
Todo esto no dejaría de ser  anecdótico si no fuera porque nos hace ver una vez más la imagen distorsionada que en muchas ocasiones se da de la realidad de la Iglesia a través de la mayoría de los medios de comunicación. Es importante pues que los católicos procuremos, en primer lugar vivir de cerca esa realidad para que no tengan que contárnosla, y en segundo lugar  no quedarnos en la superficialidad de tantos titulares tergiversadores e intentemos profundizar en la verdad de las cosas ampliando nuestra red de información en aquellos aspectos que no conozcamos directamente.
Superada pues  la sorpresa inicial  es momento de empezar a conocer al Papa Francisco. Leamos sus libros, escuchemos sus discursos, estudiemos sus encíclicas cuando las haya, estemos atentos en suma a lo que nos dice a ser posible de manera directa, sin dejarnos llevar por  intermediarios interesados y/o indocumentados. Hoy día esto es muy posible gracias a las facilidades que ofrece internet. De momento hay ya gestos que han sido muy comentados: el nombre elegido, su presentación totalmente de blanco, sin muceta, sin estola, con cruz pectoral de madera... Pero yo subrayaría algún otro: ha comenzado su ministerio llamando a la oración (por dos veces en su alocución desde la logia de San Pedro) y poniendo en el centro de todo a la figura de Jesucristo crucificado (en su homilía de la misa celebrada el día 14). Algo por otra parte tan natural, pero al mismo tiempo tan alejado de los planteamientos de todos aquellos que tras haber patinado tan ostentosamente en sus predicciones, pretenden ahora, inasequibles al desaliento, imponer la agenda que el sucesor de Pedro tenga que abordar durante su ministerio. Perdonémoslos porque no saben lo que dicen.