martes, 14 de abril de 2020

¿PACTOS DE LA MONCLOA?


Viendo que la cosa se pone fea, el presidente del peor Gobierno de la historia de nuestra democracia, supongo que asesorado por su arúspice Iván Redondo, ha sacado de la chistera el conejo de los Pactos de la Moncloa, como un amuleto mágico con el que pretende exorcizar los males que le acechan.

Para empezar habría que aclarar a las generaciones más jóvenes, y refrescar a las menos jóvenes, qué es esto de los Pactos de la Moncloa, porque probablemente muchos no lo sepan o recuerden. A ver –como se dice ahora- resumidamente los pactos de la Moncloa fueron dos: uno de contenido económico y otro de contenido político. Fueron ambos alcanzados en el mes de octubre de 1977, esto es, en periodo ya democrático, pero preconstitucional. El pacto político lo suscribieron la totalidad de las fuerzas parlamentarias de entonces, a excepción de Alianza Popular, debido esto último a su oposición a la despenalización del adulterio y de otras conductas de índole sexual. El pacto económico, a diferencia del anterior, sí que recibió el apoyo unánime de todos los grupos políticos y de las fuerzas sindicales y empresariales mayoritarias (el de la UGT, con algo de retraso). El pacto político allanó el camino que permitiría el posterior gran pacto que fue nuestra vigente Constitución. El pacto económico sirvió para encauzar la economía del país, en un momento delicadísimo, azotada por la hiperinflación, el incremento galopante del paro, y los demás problemas derivados de las crisis del petróleo producidas por el alza de los precios del crudo en aquellos años. En definitiva se trató, visto globalmente, de un gran pacto nacional del cual prácticamente hemos venido disfrutando sus frutos en forma de estabilidad y prosperidad, cuando menos hasta entrada la presente centuria.

Los elementos sobre los que se asentaron dichos pactos fueron fundamentalmente dos, a saber:

En primer lugar la voluntad común -en un momento en que todo estaba por hacer y por lo tanto la inestabilidad y la incertidumbre eran enormes, con un gobierno además en minoría parlamentaria- de reconciliación nacional, de superación del pasado asumiendo cada parte sus errores, y de establecer un marco de libertades, garantías y prosperidad para todos los españoles. Para que nos hagamos una idea del clima de afán de concordia, baste señalar que coincidiendo más o menos con su firma se produjo un hecho insólito: Manuel Fraga, exministro de Franco y líder del partido de la derecha conservadora, presentaba en una conferencia en un conocido foro político y cultural de entonces al Secretario General  del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, recién regresado del exilio, y con un oscura historia a sus espaldas en cuanto a su actuación durante la guerra en el bando republicano.

El segundo elemento, y sin desdeñar el papel de los demás dirigentes políticos de entonces, fue sin duda el liderazgo de un hombre de estado como Adolfo Suárez, que supo pilotar con audacia, determinación y amplitud de miras este proyecto de convivencia, sorteando las muchísimas dificultades que se cernían por todas partes, incluido el feroz ataque del terrorismo, hoy afortunadamente atenuado.

Como puede verse por tanto, aquél momento y el actual tienen en común el frágil apoyo parlamentario de los respectivos gobiernos y la suma gravedad de la coyuntura política y económica, pero difieren en los demás aspectos fundamentales.

El actual Gobierno quiere, en la línea ya iniciada por los de Zapatero, acabar precisamente con el espíritu de la Transición, decantándose por reivindicar a uno de los dos bandos enfrentados en la guerra. Es decir, decantándose por dividir de nuevo a los españoles en buenos y malos, como en tiempos de la nefasta II República y la subsiguiente dictadura. Es difícil ahora desandar lo andado en ese sentido para volver a ese espíritu de unidad en cuanto a los grandes principios.

En línea con lo anterior, la capacidad de liderazgo nacional del actual presidente del ejecutivo –que otorga mejor trato al separatista Torra que al jefe de la oposición-  es nula. Compararlo con la figura de Suárez sólo puede producir melancolía. Sánchez, aparte de otras consideraciones acerca de su capacidad intelectual, es un sectario extremista que escupe a la cara de los que no somos de su cuerda cada vez que habla. Por lo demás, su proverbial adicción a la mentira hace inverosímil cualquier expresión de voluntad de cambio en este aspecto.

La necesaria unidad del país no puede hacerse en torno a un extremo, y con un líder tan poco fiable –los hechos están ahí para demostrarlo- como Sánchez. Por lo tanto, lo primero que tenía que hacer es desprenderse de su socio de gobierno y acercarse a las posturas moderadas. Todo lo demás es pura maniobra de distracción. Como no creo que lo vaya a hacer, la única alternativa para alcanzar un pacto nacional sería que él se fuese.

Así que invocar los Pactos de la Moncloa con tales ingredientes parece, a día de hoy, tan pretencioso como inútil, porque se requerirían unas premisas muy diferentes para alcanzarlos. Es evidente que la gravedad de la situación hace más que deseable ese pacto entre las grandes fuerzas políticas, pero eso es diametralmente opuesto a lo que Sánchez ha venido practicando hasta el presente, y nada indica que vaya a cambiar. Al contrario, lo único que cabe esperar es que intente una vez más engañar a todo el mundo para salvar su pellejo. Esa es la única finalidad que se le puede adivinar: hacer copartícipes  de su fracaso a las fuerzas de la oposición para así eludir sus responsabilidades. En definitiva, su oferta de acuerdo más que una mano tendida es un abrazo de oso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario