jueves, 17 de abril de 2014

MI VECINA

Tengo una vecina muy especial. Se llama Esperanza. Es la más veterana del barrio. Lleva residiendo aquí desde hace casi cuatro siglos. Vino de Nazaret y se estableció primero en San Basilio -¿acaso antes en el hospital?- después en San Gil y ahora en la Basílica. Sin embargo mantiene toda su hermosura y lozanía. Tan es así que una primavera tras otra siempre dicen que por abril cumple diecinueve años. A lo largo de la historia la dibujaron pintores que intentaron captar lo inefable de su sonrisa entre lágrimas. Azulejos con su imagen adornan zaguanes y fachadas por San Luis, Torres, Feria, Escoberos, Parras, Pozo, Escuderos, Doña María Coronel…La cantaron poetas que dijeron de Ella -en prosa y en verso, por escrito o de viva voz-  las palabras más hermosas que decirse puedan de una madre, que es la Madre de Dios. Deslumbró a cineastas. Inspiró monumentos del cante jondo -¿verdad, Manuel Cuevas?- en forma de saetas por seguiriyas o martinetes. La admiraron reyes y dictadores;  presidentes del gobierno o ministros. La veneraron figuras del toreo y señoras de la copla. Pero también la visitan durante todo el año gentes anónimas de todas partes de España y del mundo. Ella es Reina y es muchacha del pueblo al mismo tiempo.  Mas tengo para mí que con quien mejor se entiende no es con los poderosos, sino con los pequeños y humildes de corazón. Con las monjitas que fueron madrinas de su coronación, hace ahora cincuenta años. Con la gente sencilla que le reza en los cientos de estampas que se reparten diariamente en su templo. Con los que en pleno diciembre hacen largas colas en la calle sólo para  tener un instante de cercanía cara a cara con Ella en su besamanos.
Hoy es Jueves Santo. Mañana si Dios quiere, esta noche misma, podremos saludar a esta vecina singular  por las calles del barrio. Por el camino que recorro para llevar a mis hijas al colegio. Ante la panadería donde hacen el pan nuestro de cada día. Junto al “chino” que resuelve desavíos. Donde la farmacia, por el mercado, la biblioteca o la librería, por el bar donde voy a veces a ver el fútbol con los amigos…Si el tiempo no lo impide, Ella pasará por esos lugares. Quien tanto sabe de penas consolará quebrantos con su presencia. Desde mi casa sabré que se acerca por el eco de cornetas y tambores de la centuria romana que la precede acompañando a su Hijo; por el rumor del bullicio de inusitada expectación que levanta. Pasará la Macarena,  y a su paso, quedarán bendecidos por su gracia todos los rincones en los que hoy discurren los momentos de mi vida más cotidiana.


viernes, 11 de abril de 2014

NAZARENO EN SANTA MARINA


La cosa está entre la historia y la leyenda. Cuentan que allá por una fecha de la que por lejana no se guarda memoria, un ladronzuelo prófugo de la justicia entró apresuradamente en la iglesia de Santa Marina huyendo de los alguaciles que le perseguían. Ya en el interior del templo halló abierta la puerta que daba acceso a la torre, antiguo alminar de mezquita, y pensó que sería buen lugar para ocultarse. Subió por la empinada escalera, y observando la abertura de un hueco sobre lo que sería la cúpula de la capilla bautismal, intentó introducirse en el mismo, descubriendo entonces que en el reducido habitáculo ya había sido antes utilizado como escondite, en esta ocasión para una imagen de terracota de la Virgen con su Hijo muerto en los brazos, a la que de inmediato se encomendó, logrando zafarse de sus perseguidores y abandonando desde entonces su vida delictiva. Fue tal la devoción que el suceso y la imagen de la Piedad suscitaron entre la feligresía que se dio origen a una hermandad con esta advocación que durante cuatro siglos permaneció en Santa Marina, hasta que el fuego provocado por unos desalmados destruyó buena parte de la  fábrica del templo. De aquél hecho luctuoso la hermandad renació reinventándose a sí misma. Cofrades como Guillermo Serra, Curro Sousa, Dionisio Gómez  o Antonio Migens, a los tres últimos de los cuales tengo la satisfacción de haber llegado a conocer, lo hicieron posible en su actual sede del exconvento de la Paz.

Desde que resido en la collación de Omnium Sanctorum, cada Viernes Santo repito el mismo rito. Sobre las cinco de la tarde comienzo a vestirme de nazareno, mientras suena la música de Bach. Si no fuera sevillano me gustaría estar allí alguna vez, en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig, asistiendo en directo a la interpretación de una de las pasiones del genio de Eisenach compuestas para la ocasión. Pero estoy en Sevilla, en un barrio que por la mañana fue inundado por la Esperanza, y que ahora ha quedado quieto, enmudecido porque ya todo se ha consumado. Ciño el cíngulo amarillo sobre la sotana morada. Me coloco la capa negra con el escudo de la Piedad, recuperado hace unos años, sobre el hombro izquierdo. Me pongo el alto capirote con el antifaz negro. El escudo de la hermandad queda sobre el pecho. Salgo de casa. Cojo por Relator, llegando al Pumarejo, donde giro a la derecha para embocar San Luis, la larga vía que va desde el Arco hasta San Marcos y que fue entrada de reyes a la ciudad. Hacia mitad de la calle me encuentro con la vieja iglesia mudéjar. Allí está, como siempre. Muchas veces paso por este lugar, pero hoy es un día especial. Ralentizo el ritmo de mi andar hacia Bustos Tavera. Miro a la torre, escudriño en el hueco que alberga la campana. Observo el dibujo de los rosetones, las arquivoltas de la ojiva, las catorce cabezas de león que sustentan el tejaroz, los motivos que adornan la imposta, la imagen de Cristo sobre la clave del arco…. Intento recrear en mi imaginación viejas estampas que conozco por fotos de un paso que es el mismo que acompañaré, si Dios y el tiempo quieren, dentro de unas horas en su procesión a la Catedral, pero adornado y dispuesto de muy diferente manera. Imagino el bullicio del barrio en torno a su cofradía, la música de la banda del vecino hospicio, ambiente tan distinto todo del que hoy rodea nuestra estación. Tengo un recuerdo para tantos que vistieron el mismo hábito antes que yo. En la soledad de la calle a esa hora en que comienza declinar el día, algún transeúnte despistado que me mira con curiosidad quizá ignore que está viendo una estampa que se repitió durante siglos. Tarde de Viernes Santo. Un nazareno de la Piedad junto a la puerta de Santa Marina.

domingo, 6 de abril de 2014

LA ESENCIA

Foto: Salvador Navarro
           Siempre se ha hablado de los contrastes en la Semana Santa de Sevilla. De las cofradías de barrio y del centro, de la Madrugá de silencios y alborozos, de las cofradías de capa y de las de cola. Sin embargo parece que en la mente de algunos sólo cabe un pregón, olvidándose de la diversidad que otras veces se ensalza.
         Si el pregón de Francisco Javier  Segura fue rompedor y exuberante en las formas, no sin sentido religioso, el de Francisco Berjano ha sido un pregón sobrio y austero, como es acorde a la persona que preside una cofradía como la de la Vera Cruz, que sin ir más lejos, hace un par de años, tuvo la “osadía” de dejarse los pasos en su capilla del Dulce Nombre de Jesús e ir a la Catedral con sólo lo esencial: el Santo Lignum Crucis, la Cruz, que es el origen de todas nuestras cofradías penitenciales y a la que siempre seguimos en nuestras estaciones. Entiéndase esa sobriedad y austeridad al sevillano modo, que tampoco esto es Castilla y siempre caben guiños a los legionarios del Porvenir, a las formas baratilleras o la Esperanza...Pero si el pregón del año pasado fue de terciopelo y escudos bordados, el de este año ha sido más de ruán y esparto. No por ello menos válido, puesto que si de anunciar nuestra Semana Santa se trata no está de más que, aunque sea de vez en cuando, el  pregonero se centre más en la esencia que en la forma, que en todo caso, no dejó de ser hermosa por lo que de vivencia personal y autenticidad puso en ella su autor. No ha sido un pregón poético, pero tampoco un pregón de tostonazo doctrinal. Ha utilizado un lenguaje sencillo y asequible a todo el mundo, llamando a las cosas directamente por su nombre sin rebuscamientos. De una manera muy natural y nada artificiosa. A mi me han gustado especialmente el principio, con esa recreación de cómo se viven las ilusionantes horas iniciales de nuestra Semana Santa allende el Parque de María Luisa, y el final, cuando ha recordado que pertenecemos a una única Iglesia, que es la misma que la de los kikos, los focolares o que la de cualquier otra realidad eclesial de entre la amplia variedad que inspira el Espíritu. No somos una  “secta” adoradora del incienso, la banda, la revirá –palabra que yo también, como el pregonero, considero abominable- o la bambalina. 

           Seguramente no ha sido el tipo de pregón que  al consumidor habitual de este producto le gusta escuchar, pero probablemente era el tipo de pregón que hacía falta dado el derrotero que en algunos aspectos está tomando el mundillo cofrade. Dejando aparte la forma en que se produjo, que no voy a comentar porque me he propuesto intentar no molestar a nadie, la elección de Berjano tenía una finalidad clara, y esa finalidad ha sido cumplida con creces, y de una manera perfectamente ajustada al canon cofrade. Al menos al que yo aprendí, probablemente lejano al frikismo que hoy impera.   

sábado, 5 de abril de 2014

PRESUMIDO

Entre los personajes secundarios de los pasos de misterio de nuestra Semana Santa  los hay guapos y los hay feos. Los romanos, por ejemplo, suelen ser agraciados. Se ve que lo de la Bética tira, incluso para los sevillistas en este caso. Ya se sabe que a Pilatos, el jefe de todos ellos, algunos capillitas incluso le agradecen que se lavase las manos. Por el contrario el personal de la parte hebrea de la historia tira más bien para feíllo. Será por el poso de los siglos de antijudaísmo. Para muchos sevillanos, no muy al tanto de las modernas tendencias en la Iglesia, los judíos son todavía “los que mataron al Señor”, mientras que los romanos son los que le dan escolta detrás del paso de la Sentencia. ¡Qué cosas, cuando el propio Jesús y todos sus discípulos fueron judíos! Pero volviendo al tema de los guapos y de los feos, que es a lo que iba, de entre estos últimos  unos deben su fealdad a la concepción  del  artista, que ha utilizado este recurso para así resaltar su maldad, mientras otros son así, simple y lamentablemente, porque su autor no daba más de sí y no supo hacerlos de otra manera. Porque no todo lo que hoy procesiona por Sevilla es una obra de arte, por mucho que esto moleste a los talibanes del “igualitarismo”. No vamos a entrar ahora a diferenciar a unos y a otros para no herir susceptibilidades, pero quien más quien menos lo sabe.
       El equino que precede al Señor de las Tres Caídas (¿hace falta de decir de dónde?), “personaje” secundario protagonista de este comentario, no tiene este problema. Pertenece al privilegiado grupo de los guapos.  Él lo sabe.  Muchos años lo he visto cómo va asomando su hocico poco a poco  por el Arco del Postigo –picando un mijita con el izquierdo…y ahora rompemos que nos vamos par Baratillo-  en esa hora frontera de la amanecida en que en la calle Arfe el olor sagrado del incienso se mezcla con el profano del aceite hirviendo  de los calentitos. Ahí está el tío, en esta foto de la Madrugada del pasado año. También él adelanta el izquierdo para acompasarse al andar trianero de  su cuadrilla. Seguro de su apostura, cercano ya el momento en que conquistará definitivamente Sevilla cuando entre formando el taco en la Campana, y aprovechando el parón  obligado,  se mira y se gusta  el Caballo de Triana en el  espejo que le ofrece el escaparate de la tienda de Pepe Cañete, conocido establecimiento que marca el estilo de la rancia elegancia  sevillana. Dicen por el arrabal que atiende al nombre de Calamar, pero yo, viéndolo así, tan bien plantado ante el espejo, le llamaría Presumido, que es nombre de caballo guapo.