lunes, 19 de marzo de 2018

NUMERUS CLAUSUS

Tengo en estos día de vísperas, otrora tan felices y esperanzados, la triste sensación de que la Semana Santa se nos ha ido de las manos. De que ya no la controlamos los cofrades. La hemos perdido entre el embate de unas masas embrutecidas y el contraataque de políticos y burócratas especialistas de la seguridad, que han aprovechado la coyuntura para intentar demostrarnos una vez más lo imprescindibles que son en nuestras vidas. Y lo peor es que me temo que hemos sido nosotros mismos, poco a poco y casi sin darnos cuenta (o sí) quienes hemos llevado a nuestra gran fiesta a esta situación. Somos nosotros mismos quienes en las últimas décadas hemos ido convirtiendo cada vez más la Semana Santa en un espectáculo, ahora incluso profusamente televisado. Se lo he leído hasta a uno de los cientos de ciudadanos que en estos días se convierten en pregoneros: “la Semana Santa es un espectáculo brutal”, dice el caballero. Pues sí, a eso lamentablemente hemos llegado. Y con eso hemos conseguido atraer a una masa de gente “bruta”, ajena en su mayor parte a la tradición, y que viene a consumirlo como quien va a un partido de fútbol, a una corrida de toros o al circo: siempre buscando “el numerito”, que se contempla comiendo pipas o bebiéndose una cerveza o un cubata.

Todo empezó con algo en principio positivo, porque los hermanos costaleros, entre los que me incluyo, supusieron en su momento asegurar la continuidad de las procesiones ante el declive de las cuadrillas profesionales. Pero su progresivo afán de protagonismo ha ido generando una espiral en la que ya lo que menos importa es a Quién se lleva, sino cómo se lleva. Esas masas, que ya no son la amable bulla de toda la vida, ensalzada incluso como forma peculiar de convivencia y saber estar en la calle de los sevillanos, no buscan otra cosa que diversión y espectáculo, y poco o nada entienden de devoción y respeto. Si a esto unimos la general retirada de la buena educación de la vida pública, el conflicto está servido.

Hay quien ha propuesto que para reconducir el asunto y volver a hacerlo medianamente manejable, se impongan numerus clausus a los nazarenos. Buen síntoma de que en el nuevo paradigma el nazareno es una figura que estorba porque seguramente no es suficientemente espectacular. Yo antes que a los nazarenos le pondría numerus clausus a ciertas cuadrillas de costaleros. Y a las bandas de músicos, de esas cuyos miembros multiplican varias veces la centuria para tocar, cada vez más generalmente, unas marchas horrorosas, pero que tan espectaculares resultan. Le pondría numerus clausus al espectáculo: a las revirás (la misma palabra me repele) de tres marchas, a los solos de trompeta de competición de “a ver quién sopla más”, a las petalás que no vienen a cuento, a las cuestas interminables, a los andares ridículos, a los saludos que parecen la visita que no se ve la hora de que se vaya, a los ritmos flamenquitos sacados directamente de los tablaos...A todo eso, y algunas cosas más, le pondría yo numerus clausus antes que a los nazarenos.

Una Semana Santa más natural, más íntima, más sosa si hace falta, más basada en lo que es su auténtica raíz devocional. Más ligerita, sin cofradías que tardan en pasar una eternidad, no por el número de nazarenos sino por la excesiva pretensión de lucimiento de los pasos. Una Semana Santa a la que se le despojara de toda la cochambre que se la ha ido incorporando en los últimos tiempos de imperante mal gusto, a lo mejor no atraía a tanta gente, sino sólo a la justa. Mientras no sea así, los cofrades con un poco de sensibilidad tendremos que irnos retirando de la Semana Santa. Suena extraño pero es así. Yo ya conozco a más de uno. Seguiremos participando y refugiándonos en nuestras cofradías, pero como espectadores de otras nos iremos escondiendo en lugares cada vez reducidos, cada vez mas ajenos al espectáculo para consumo de la masa. Porque a mí no me va a poner nadie estabulado detrás de una valla durante una hora rodeado de gente comiendo y bebiendo para ver un paso dando saltitos y cojetás con una banda de mariachis detrás. Y eso, por desgracia, es lo que se va extendiendo.