Después de
tan larga temporada sin coger recado de escribir, casi estaba
decidido a no volver a hacerlo. Es como si se me hubieran oxidado
los engranajes, físicos y mentales, indispensables para la tarea y
no hubiera forma ni ganas de volverlos a engrasar. Pero la ociosidad
de este primer domingo del otoño me ha impulsado a redactar en unos
breves renglones mis impresiones sobre la ópera que pudimos ver
ayer desde el Teatro Real y dejar constancia de ellas.
El teatro
madrileño ha inaugurado la temporada de su bicentenario anunciando a
bombo y platillo este Otello verdiano que ha sido retransmitido a
numerosas ciudades de toda la geografía nacional a través de
teatros y pantallas gigantes en espacios públicos -en Sevilla, en la
Plaza de España- y al mundo entero a través de internet, donde
aparte del directo todavía podrá verse durante un tiempo a demanda aquí o aquí. Los aficionados esperábamos pues con gran interés esta
representación que a la postre resultó algo decepcionante.
Especialmente
la propuesta escénica fue muy pobre. Oscuridad, sombras..Parece que
los registas se han olvidado de que esta tragedia que rebusca en las
pasiones más negras del ser humano, se desarrolla paradójicamente
en el luminoso paisaje mediterráneo, y se empeñan en llevarnos a
ambientes más propios de “El holandés errante”. Una y otra vez
vienen a corregir al gran bardo, quien a su juicio tenía que haber
colocado la acción en Noruega, en lugar de en Chipre. Pero aparte de
esto, que cuatro actos se resuelvan con el mismo escenario, en el
que no ha lugar siquiera a que Desdémona muera en su cama, sino que
tenga que hacerlo en el suelo junto a una candela, pues no parece que
a Alden le haya tenido que doler mucho la cabeza.
Lo musical
estuvo mejor, pero sin alcanzar cotas de excelencia. Ermonela Jaho, de la
que en agosto disfruté su Violetta Valery en Orange, papel que ya
había representado precisamente en Madrid la temporada anterior,
hizo gala de su brillante agudo y sus delicadísimos filados,
especialmente en sus arias del último acto, pero se quedó algo
corta en los pasajes graves que el personaje de Desdémona también
requiere. Gregory Kunde volvió a mostrar su maestría en el
personaje del Moro de Venecia -ayer bastante blanco de tez- que ha
hecho suyo como ningún otro tenor del momento. No hace ni un año
que lo disfrutamos en Sevilla. No obstante me pareció apreciar
algunos signos de fragilidad en su voz. En cuanto a George Petean
hizo un Yago muy aseado. Demasiado. Un personaje que canta “credo
in un dio crudele..” requiere para reflejar su maldad algo de
suciedad. Por último, la dirección de Renato Palumbo fue bastante
irregular. Había leído que el primer dia escuchó algunos pitos. Yo
no vi motivo para tanto, aunque si que algunos pasajes quedaron un
tanto desdibujados y hay detalles que se podían pulir.
A pesar por
tanto de que el resultado pudiera quedar por debajo de la
expectativa, fue en líneas generales una buena tarde de ópera, y
hay que agradecer al Teatro Real la gran fiesta de la música que se
pudo disfrutar ayer en toda España. Ojalá no haya que esperar otros doscientos años para que se repita.
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