Confieso que
estoy viviendo estos días previos a la Semana Santa con más
escepticismo que ilusión. A las incertidumbres habituales acerca de
la climatología, se une este año la preocupación por saber dónde
nos van a dejar Cabrera y Pérez ver las cofradías y dónde no.
Dicen los que saben que la Semana Santa necesitaba adaptarse a
los tiempos. Me temo que para una adaptación completa a los que
corren más bien debería desaparacer. La Semana Santa es una
celebración viva, pero sus raíces y sus fundamentos son de otro
tiempo. Así que cuidado con las adaptaciones. En materia de
cofradías la modernidad por regla general nunca fue un activo. La
novelería fue siempre uno de los males que las acechan. Ahora, en
aras de esa adaptación, hemos entregado nuestra fiesta a los
burócratas de la seguridad, que estaban deseando tener la ocasión
de demostrarnos, una vez más, que sin ellos no podríamos vivir.
Son, han llegado a tener la desfachatez de decir, los “salvadores”
de la Semana Santa.
Yo, que soy
un rancio, más que como salvadores los veo como una amenaza. No por
la seguridad en sí mismo, que indudablemente es necesaria. Sino por
la forma simplista de buscarla, alejando la presencia de público de
los cortejos procesionales. Cierto es que con dichas medidas se han
mostrado encantadas las cofradías que salen a hacer su desfile
procesional, concepto antes denostado y que ahora habrá que
recuperar, y a las que al parecer les molesta la gente que va a
verlas. Me gustaría que se hiciese público un listado para
ahorrármelas sin necesidad de aforamientos. También están
satisfechos los establecimientos hoteleros: todo el que esté en la
calle y no le dejen ver una cofradía es, de rebote, potencial
consumidor en esos establecimientos. Encantada está por supuesto la
televisión local, cuyo modelo de negocio, basado fundamentalmente en
las retransmisiones de esta semana, se ve fuertemente reforzado con
el aumento de audiencia. En cuanto a los opinadores profesionales me
sorprende la actitud acrítica con que por lo general han abrazado la
reforma. Pero al menos, los arrogantes perpetradores del invento
deberían admitir que aquí hay unos damnificados: los sevillanos a
quienes simplemente nos gusta ver las cofradías en la calle y
llevamos toda la vida haciéndolo. Se ha llegado a decir que la
seguridad contribuye al recogimiento. Si es por recogimiento lo que
habrá que cerrar son los bares, sr Cabrera. No quiera ser usted más
papista que el Papa.
Tras la
entrada como un elefante en una cacharrería del pasado año, el
presente parece que se han reconocido algunos errores y que se
corregirán algunos excesos. Las salidas extraordinarias del Señor
del Gran Poder de hace unos meses demostraron bien a las claras que
las cofradías pueden andar perfectamente -cuando quieren- sin
necesidad de vallas, aun cuando haya una afluencia numerosísima de
personas para verlas. Pero a pesar de ello, de momento ya se anuncian
numerosos sectores que quedarán vedados o restringidos a la
presencia de público. Más aún que eso me preocupa que se
multipliquen los obstáculos a los desplazamientos, mediante la
proliferación de ratoneras valladas y aforadas, cuando lo que
habría que hacer, precisamente por seguridad, es facilitar la
movilidad.
No descarto
que sea cosa de la edad, pero a mi esta aggiornada Semana Santa, con
su creciente intervencionismo municipal, sus maleducadas masas, sus
horrísonas marchas, su ridículo andar de algunos pasos y otras
lindezas, cada vez me gusta menos. Que la disfrutéis los que
podáis.
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