sábado, 26 de noviembre de 2016

A VUELTAS CON LA EDUCACIÓN

Una de las leyendas urbanas  más extendidas entre la desorientada opinión pública española es la de que desde que se retomó la democracia en nuestro país, cada gobierno ha impuesto su modelo educativo de forma que la educación en España viene dando continuamente bandazos a diestra y siniestra desde hace décadas, sin encontrar un camino cierto. Hasta a gente que suponía mejor informada, como el filósofo Fernando Savater, le he leído en los últimos días decir algo de esto.

Nada más lejos de la realidad. La primera ley educativa gestada en democracia fue la LOECE en 1980, impulsada por UCD. Pero determinados problemas de constitucionalidad denunciados por el PSOE y el posterior acceso al Gobierno de este partido hicieron que la ley no entrase nunca en vigor. La formación política liderada entonces por Felipe González impulsó primero la LODE, (1985), luego la LOGSE (1990), que supuso el fin de la hasta entonces vigente LGE de 1970, y por último la LOPEG (1995). Los estragos que la segunda y más importante de estas normas ha causado en la calidad de la enseñanza en España son sobradamente conocidos. Una generación entera de españoles puede considerarse víctima de la LOGSE. Para corregirlos, el PP, en el segundo gobierno de José María Aznar (ya tardó), aprobó la LOCE en 2002, pero la llegada al poder de Zapatero volvió a impedir su aplicación, como  ocurriera con la de la UCD. En 2006 se aprobó una nueva ley, la LOE. Esta, del PSOE como se sabe, por supuesto que sí entró en vigor y es la que ha regido hasta ahora, a expensas de lo que ocurra definitivamente con la LOMCE, aprobada en la anterior legislatura (2013), pero pendiente de aplicación. Es decir, que desde que se instauró el régimen constitucional de 1978, las únicas leyes aprobadas en democracia que han regulado la educación en España han sido leyes socialistas.

Cuando Mariano Rajoy accedió a la presidencia del Gobierno, aupado por una notable mayoría absoluta obtenida en las urnas para encarrilar el desastre en todos los sentidos a que el zapaterismo había llevado al país, una de las decisiones que más me sorprendió es que se nombrase ministro de Educación a un independiente, José Ignacio Wert, como si en el Partido Popular no hubiese gente solvente y con las ideas claras acerca de qué hacer en este campo. Así, el sr Wert acometió a su aire una de las pocas reformas no económicas emprendidas por el Gobierno en la anterior legislatura, y sacó adelante la LOMCE, contra una oposición generalizada. Quiero decir con esto que aunque el partido, sumiso como siempre, defendió como suya la reforma, era más bien la reforma del Gobierno, liderada por un señor independiente. Quizá con ello Rajoy pretendió precisamente desideologizar el asunto, vano empeño cuando se tiene enfrente a todo el aparato de la izquierda que pretende que la educación sea un coto privado suyo y sólo suyo.

En la situación actual, la LOMCE va canino de ser de nuevo una ley non nata. Con el nuevo Gobierno en minoría, se habló primero de rectificar algunos de sus puntos. Ahora ya abiertamente de derogarla y hacer una nueva consensuada. A mi me parece muy bien que se busque el consenso. Lo que me preocupa, y así me temo que ocurrirá, es que ese consenso se consiga sólo a base de ceder frente a los que más gritan, y el resultado sea de nuevo una ley de educación no del consenso sino de la izquierda. Mi confianza a ese respecto en Mariano Rajoy es prácticamente nula.


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