viernes, 9 de diciembre de 2016

BOLENA SUBLIME

Ana Bolena es el nombre de la segunda de las seis esposas de Enrique VIII de Inglaterra y el de la primera de las óperas con las que Gaetano Donizetti presentó verdaderamente sus credenciales para figurar en el Olimpo del belcantismo junto a los ya entonces consagrados Rossini y Bellini. Se trata además de la primera de las obras de la trilogía que el compositor de Bergamo dedicó a las reinas de la disnastía Tudor, que se completa con “Roberto Devereux” y “María Stuarda”. Sólo tenía una referencia de esta ópera, pero menuda referencia: la de su representación en Viena en 2011, con Netrebko, Garanca, D’Arcangelo y Meli a las órdenes de Evelino Pidò (disponible en DVD).

El Teatro de la Maestranza ha programado esta obra como único título novedoso de la presente temporada y con un cartel, como dirían los taurinos, perfectamente rematado. Dos figuras internacionales como Angela Meade  y Ketevan Kemoklidze, debutantes aquí, junto a magníficos cantantes españoles ya conocidos en la plaza como Ismael Jordi, Simón Orfila, Stefano Palatchi, Manuel de Diego y Alexandra Rivas, bajo la dirección de un reputado donizettiano como Mauricio Benini, discípulo nada menos que de Giannandrea Gavazzeni, el recuperador de este título en tiempos de la legendaria María Callas.

A pesar de lo atractivo del elenco, la primera sorpresa, negativa, de la velada es que el teatro no se llenó, algo que pasa últimamente demasiadas veces. Es preocupante que esto ocurra en una ciudad que, aparte del potencial público autóctono, cuenta en estos días de superpuente con una importante afluencia turística. Algo debe estar fallando en la promoción. Por ejemplo, no sé si las habrá en algún sitio, pero yo no he visto en esta ocasión las tradicionales banderolas que me ayudan a recordar cuándo se aproxima una nueva cita del abono. En todo caso, los que faltaron ayer aún están a tiempo de recuperarse en las tres funciones que restan. No se arrepentirán.

Para empezar, me gustó la propuesta escénica de Graham Vick, otro de los atractivos de la función, moderna y clásica a la vez, de impacto visual pero respetando el libreto, la época, etc, y con hábiles cambios para ambientar, con pocos elementos, las numerosas escenas que se alternan en los dos actos de la obra. Merecen mención el vestuario y, como detalle menor, pero que también suma en lo que es el nivel de una producción,  el trabajo de peluquería con la protagonista.

En el apartado vocal diré que me encanta la forma de cantar de Ismael Jordi y me gustaría verlo con más frecuencia por Sevilla en papeles de más enjundia que el de Lord Percy, que resolvió sobradamente con exquisito gusto. La mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze,  que hace unas fechas ya intervino en un concierto de la ROSS, viene avalada por la consecución de prácticamente todos los premios ganables. No cabe duda de que posee una bellísima voz y que sabe cómo emplearla, pero quizá es un poco ligera para una Seymour. De Simón Orfila se ha dicho que es más bajo-barítono que bajo estrictamente. Quizá por eso su Enrico, el papel menos agradecido del reparto, sonó más potente que grave, y con cierto vibrato al inicio, que fue no obstante desapareciendo. Sobre el coro referiré los elogios que le dedicó Benini en la víspera, y destacaré en esta ocasión a las voces femeninas, especialmente en su bellísima introducción de la escena final. En cuanto a la dirección del maestro italiano en su tercera comparecencia en nuestra ciudad, siempre con títulos belcantistas, fue cuidada en las dinámicas y en los detalles, ofreciendo una lectura perfectamente adecuada para el lucimiento de las voces.

Pero el reinado de la noche, como no podía ser menos, estaba reservado a la protagonista. Y no defraudó en absoluto las expectativas. Aunque el inicio fue comedido, luego fue ganando altura, y de qué manera, hasta la estremecedora escena de la locura, precedente de la más famosa de Lucía. La Meade tiene todo lo que es musicalmente exigible para un papel tan exigente. Quizá deba mejorar su faceta actoral, pero su voz es capaz de emitir con fácil naturalidad desde esos increíbles filados que dejan sin respiración a todo el auditorio antes que a la propia intérprete, hasta  unos sobreagudos de impecables  colocación y emisión, no faltándole facultades ni para los graves ni para las agilidades. Su interpretación fue sencillamente sublime, y arrancó la entusiasta respuesta del público.

Mostraba yo aquí mi pesar por la cancelación del año pasado, cuando la soprano estadounidense estaba anunciada en Norma, otro de sus papeles favoritos. Ha merecido sin embargo la pena esperar este tiempo para escuchar esta Bolena que quedará para el recuerdo.    



sábado, 26 de noviembre de 2016

A VUELTAS CON LA EDUCACIÓN

Una de las leyendas urbanas  más extendidas entre la desorientada opinión pública española es la de que desde que se retomó la democracia en nuestro país, cada gobierno ha impuesto su modelo educativo de forma que la educación en España viene dando continuamente bandazos a diestra y siniestra desde hace décadas, sin encontrar un camino cierto. Hasta a gente que suponía mejor informada, como el filósofo Fernando Savater, le he leído en los últimos días decir algo de esto.

Nada más lejos de la realidad. La primera ley educativa gestada en democracia fue la LOECE en 1980, impulsada por UCD. Pero determinados problemas de constitucionalidad denunciados por el PSOE y el posterior acceso al Gobierno de este partido hicieron que la ley no entrase nunca en vigor. La formación política liderada entonces por Felipe González impulsó primero la LODE, (1985), luego la LOGSE (1990), que supuso el fin de la hasta entonces vigente LGE de 1970, y por último la LOPEG (1995). Los estragos que la segunda y más importante de estas normas ha causado en la calidad de la enseñanza en España son sobradamente conocidos. Una generación entera de españoles puede considerarse víctima de la LOGSE. Para corregirlos, el PP, en el segundo gobierno de José María Aznar (ya tardó), aprobó la LOCE en 2002, pero la llegada al poder de Zapatero volvió a impedir su aplicación, como  ocurriera con la de la UCD. En 2006 se aprobó una nueva ley, la LOE. Esta, del PSOE como se sabe, por supuesto que sí entró en vigor y es la que ha regido hasta ahora, a expensas de lo que ocurra definitivamente con la LOMCE, aprobada en la anterior legislatura (2013), pero pendiente de aplicación. Es decir, que desde que se instauró el régimen constitucional de 1978, las únicas leyes aprobadas en democracia que han regulado la educación en España han sido leyes socialistas.

Cuando Mariano Rajoy accedió a la presidencia del Gobierno, aupado por una notable mayoría absoluta obtenida en las urnas para encarrilar el desastre en todos los sentidos a que el zapaterismo había llevado al país, una de las decisiones que más me sorprendió es que se nombrase ministro de Educación a un independiente, José Ignacio Wert, como si en el Partido Popular no hubiese gente solvente y con las ideas claras acerca de qué hacer en este campo. Así, el sr Wert acometió a su aire una de las pocas reformas no económicas emprendidas por el Gobierno en la anterior legislatura, y sacó adelante la LOMCE, contra una oposición generalizada. Quiero decir con esto que aunque el partido, sumiso como siempre, defendió como suya la reforma, era más bien la reforma del Gobierno, liderada por un señor independiente. Quizá con ello Rajoy pretendió precisamente desideologizar el asunto, vano empeño cuando se tiene enfrente a todo el aparato de la izquierda que pretende que la educación sea un coto privado suyo y sólo suyo.

En la situación actual, la LOMCE va canino de ser de nuevo una ley non nata. Con el nuevo Gobierno en minoría, se habló primero de rectificar algunos de sus puntos. Ahora ya abiertamente de derogarla y hacer una nueva consensuada. A mi me parece muy bien que se busque el consenso. Lo que me preocupa, y así me temo que ocurrirá, es que ese consenso se consiga sólo a base de ceder frente a los que más gritan, y el resultado sea de nuevo una ley de educación no del consenso sino de la izquierda. Mi confianza a ese respecto en Mariano Rajoy es prácticamente nula.


sábado, 29 de octubre de 2016

VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS


Wiener Staatsoper
Era otoño, como ahora, y estábamos en Viena. Habíamos ido allí en un viaje especial, uno de esos viajes que en principio uno piensa hacer sólo una vez en la vida. Al menos así fue en tiempos. Ahora ya nunca se sabe. Habíamos ido por la mañana a visitar el suntuoso edificio de la Ópera Estatal, inaugurado por el emperador Francisco José y su popular esposa Sissi -aunque la actual fábrica se debe casi en su totalidad a su reconstrucción obligada tras la Segunda Guerra Mundial- y a cuya historia están ligados los nombres de Gustav Mahler, Richard Strauss, Herbert von Karajan, Lorin Maazel o Claudio Abado, entre otros. Al terminar la visita supimos con sorpresa que aún quedaban entradas para la representación de la tarde...¡de pie!. Y no lo dudamos. Eramos jóvenes y audaces. Tuvimos que comer pronto e ir al hotel a cambiarnos, porque allí las funciones comienzan temprano. Mi experiencia hasta entonces del espectáculo operístico era prácticamente nula. Sí que conocía la música de muchas obras, por los discos de vinilo que tenía en casa, y había visto alguna retransmisión en televisión. Pero en aquella época en Sevilla no había temporada y si se representaba algo en el Lope de Vega era muy de tarde en tarde. Así que fui a estrenarme nada menos que en la ciudad de los valses y con una obra de Richard Wagner: “Tannhäuser y el torneo de canto de Wartburg”. Dos ilustres como Heinrich Hollreiser y Otto Shcenk eran los responsables de la dirección musical y escénica respectivamente. Entre las voces, ya estaba allí Kurt Rydl, junto a Toni Krämer, Wolfang Brendel, Sharon Sweet o Uta Priew. Nada más comenzaron los sones de la obertura a fluir desde el foso, que se veía allí abajo, semi iluminado en la oscuridad del teatro, fui completamente abducido por la música. Luego vinieron el concurso de canto, precedido por la brillante entrada de los invitados, el coro de los peregrinos, la canción de la estrella, la narración de la peregrinación y a Roma y el grandioso y emotivo final. Fue tal la impresión que aquello me produjo que desde entonces me quedé enganchado a la ópera, hasta ahora.

Han pasado justamente veinticinco años desde entonces y el Teatro de la Maestranza ha tenido “el detalle” de volver a programar el titulo (ya lo hizo en con aquella dirección de escena de  Werner Herzog, que después vi repetida en Madrid) aunque en esta ocasión en la versión de París.

El probablemente increyente y entusiasta revolucionario Richard Wagner utilizó esta historia de trasfondo religioso, con lo que satisfacía a sus católicos patronos de Dresde, para criticar solapadamente la hipocresía y el maniqueismo de la sociedad de su tiempo, en la que el pecado del sexo era el peor de todos. Es por eso que el director de escena Achim Thorwald ha resaltado este aspecto utilizando los colores blanco y negro, predominantes en todo el segundo acto. Es ese maniqueismo el que hace que el protagonista tenga que debatirse durante toda la obra entre polos que se presentan opuestos: amor o lujuria, pecado o redención, sensualidad o penitencia, carne o espíritu. Probablemente Wagner tuviera en mente un ideal de mujer que unificara la dignidad y el señorío (Elisabeth) con el pleno goce de su sexualidad (Venus). Pero para aquella hipócrita sociedad estos eran elementos antitéticos. Por un lado estaban las señoras, por otro las prostitutas. Al final la salvación se produce por efecto del casto amor de Elisabeth. Mas Wagner manifestó en más de una ocasión que ese no es exactamente así como le hubiera gustado terminar la obra. Por eso Thorwald se ha permitido la licencia de satisfacer el deseo del autor introduciendo también a Venus en la acción salvífica, algo que al genio de Leipzig no le habrían permitido en su tiempo. No hay amor sin sexo, pensaba Wagner....Más allá de las motivaciones de Thorwald he de decir que la escenografía fue lo peor de la función, de las más pobres que he visto. Nada que ver con el nivel musical.

Decía Pedro Halftfer en los días previos que él se había hecho director para dirigir Tannhäuser, y que esperaba hacernos emocionar con la interpretación. Conmigo lo tenía fácil, dados los lazos que me unen a la obra. Pero creo que el sentimiento fue generalizado. El director madrileño se ha convertido en un auténtico especialista del repertorio wagneriano y ya nos tiene acostumbrados a lucir lo mejor de la ROSS en estas ocasiones. No obstante diré que no me gustó la obertura, demasiado acelerada y casi marcial. Sólo en la parte en que la música se serena y empieza a recordar a la de Tristán.. comenzó aquello a encajar. También es cierto que a mi me gusta más la versión de Dresde.

El elenco de cantantes mezclaba un grupo de acreditadas voces wagnerianas, todas consagradas en el templo de Bayreuth, (Peter Seiffert, Ricarda Merbeth, Attila Jun, Martin Gantner, Petersemer) junto con otro de valores nacionales (José Manuel Montero, Vicente Ombuena, David Lagares, Damián del Castillo y Estefanía Perdomo) que no desmerecieron en absoluto a los anteriores. Hubo altibajos, como es natural, pero el nivel general fue muy elevado. En el polo negativo no me gustó el diálogo de Venus y Tannhäuser del primer acto, un tanto chillón y en exceso decibélico. En el positivo, por señalar alguno, las intervenciones de Martin Gantner, a quien tenía especial interés de escuchar en directo tras disfrutar de su espléndida participación en los Meistersinger retransmitido hace nada desde Múnich. El coro, tan importante en esta ópera, estuvo magnífico, tanto dentro como fuera de la escena. Mención especial quiero hacer de Damián del Castillo y Estefanía Perdomo, cuyas breves pero bellísimas intervenciones no pasaron desapercibidas.


martes, 4 de octubre de 2016

#ROHNORMA

La semana pasada, concretamente el lunes, asistí a la retransmisión en directo para cines, vía satélite, de la representación en la Royal Opera House de Londres de la ópera Norma, el más conocido título de Vinzenzo Bellini, de cuya interpretación en Sevilla el pasado año ya dimos cumplida cuenta aquí. Era para mí una experiencia nueva, pues nunca había presenciado un espectáculo a través de este medio. La cita era en el entrañable Cine Cervantes. Muchos sabréis que es la única sala tradicional que queda en Sevilla, con su patio de butacas, sus palcos, su gran lámpara de techo y su enorme pantalla, de las que ya no quedan. Es uno de los pocos cines a los que me gusta acudir, por su sabor añejo de otra época. Perfectamente apropiado pues para la ocasión, pues no puede haber nada más parecido a estar presente en el propio teatro. Las sensaciones no obstante fueron diversas. La imagen era excelente, en alta definición, aunque hubo algunos problemas con los subtítulos. Sin embargo el sonido me pareció más vulgar, nada extraordinario. La verdad es que esperaba otra cosa en este aspecto. No había palomitas, como es natural, y sí canapés y champán en el entreacto.

Uno de los atractivos del espectáculo lo constituía la nueva producción ideada por Alex Ollé para el teatro de Coven Garden. He alabado en otras ocasiones, en contra de criterios más tradicionales, las creaciones de La Fura del Baus, como la del Anillo wagneriano que contemplamos en el Maestranza, obra de otro de los miembros del grupo como es Carlos Padrissa. Pero lo de Ollé me resultó infumable. Simplemente se le fue la olla. Le salió la vena del incombustible anticatolicismo patrio. El bueno de Alex ha dado rienda suelta a su atribulada imaginación, convirtiendo a los galos de la historia original en una especie de secta integrista católica, en cuya grotesca caracterización utiliza un amplio despliegue de elementos icónicos diversos que supongo deben poblar sus pesadillas. El Don Carlo es una ópera muy habitual para ver este tipo de escenificaciones disparatadas, por aquello de la leyenda negra y tal. Pero aquí, sin venir a cuento, nos encontramos con que el bosque sagrado de los druidas está conformado por una amalgama de crucifijos que se ciernen sobre la escena durante toda la obra, a modo de presencia opresiva. Sobre lo anterior, en el primer acto asistimos a toda una exhibición de imaginería extraída de expresiones tradicionales del catolicismo español, que se traen a escena a mogollón, fuera de contexto y sin ningún criterio ni sentido. Por supuesto no faltan los nazarenos. Algunos más o menos canónicos. Pero como esto al regista le debía parecer poco llamativo, pues a unos cuantos les pone también sobrepellices, para que resulten más vistosos. A ellos se unen las señoras de mantilla, uniformes de órdenes militares, un palio, los "empalaos" de la Vera, cantidad de presbíteras –incongruencia-....y el botafumeiro. No crean que yo me enfado con estas cosas. Más bien me entra la risa. Esa Norma cantando el Casta diva, y el botafumeiro para arriba, el botafumeiro para abajo, columpiándose a compás... pues yo no sabía si había que tomarlo en serio o era una parodia de Los Morancos.

Pero claro, el problema que esto tiene para mi es que cuando me chirría la escena también lo hace la música, porque me distrae de la atención debida. Yo no puedo juzgar adecuadamente a Sonya Yoncheva en su intervención estelar por lo ya dicho. Estaba más pendiente del botafumeiro. Ollé había decidido ser él el protagonista, en lugar de la sacerdotisa. Sí puedo decir que Yoncheva es una de esas cantantes de hoy tan agradables de ver como de escuchar. Buena voz y buena actriz, ha hecho que no se eche en falta a Anna Netrebko, quien renunció al papel hace unos meses. Su partenaire masculino, Joseph Calleja, posee una de las voces de tenor más personales del momento actual, con un bellísimo timbre que contrasta con su rudo aspecto físico. Cuajó un buen Pollione. En cuanto a Sonia Ganasi la vi, como en Sevilla en el mismo papel de Adalgisa, flojita. Los años no pasan en balde y no es ya la que fue. Mermada de facultades, lo suple con maestría, pero queda en desventaja con sus compañeros de reparto. La dirección musical de Antonio Pappano es siempre una garantía, aunque me pareció en exceso chillón y efectista en los finales de cada acto.

En definitiva, la representación toda, que musicalmente fue de gran nivel, queda afectada, para mal, por la dirección escénica ¿Y todo esto para qué, sr Ollé?¿Con qué intención?¡¡Pues nada menos que para representar el fanatismo religioso!! ¡¡Tócate las bemoles!! Para don Alex el fanatismo hoy no está en los burkas, los turbantes o las alfanges que cortan cabezas, sino en los crucifijos, los capirotes y las mantillas. Lamentable esta casposa izquierda española que sigue cegada con sus prejuicios ideológicos. Voltaire al menos no había conocido el ISIS y sus atrocidades. El sr Ollé ni siquiera tiene esa excusa. Qué oportunidad ha perdido de o bien hacer algo ajustado al libreto o, puestos a innovar, atreverse a retratar a quienes de verdad representan en nuestro mundo actual la intransigencia religiosa.



domingo, 25 de septiembre de 2016

ÓPERA EN ABIERTO


Después de tan larga temporada sin coger recado de escribir, casi estaba decidido a no volver a hacerlo. Es como si se me hubieran oxidado los engranajes, físicos y mentales, indispensables para la tarea y no hubiera forma ni ganas de volverlos a engrasar. Pero la ociosidad de este primer domingo del otoño me ha impulsado a redactar en unos breves renglones mis impresiones sobre la ópera que pudimos ver ayer desde el Teatro Real y dejar constancia de ellas.

El teatro madrileño ha inaugurado la temporada de su bicentenario anunciando a bombo y platillo este Otello verdiano que ha sido retransmitido a numerosas ciudades de toda la geografía nacional a través de teatros y pantallas gigantes en espacios públicos -en Sevilla, en la Plaza de España- y al mundo entero a través de internet, donde aparte del directo todavía podrá verse durante un tiempo a demanda aquí o aquí. Los aficionados esperábamos pues con gran interés esta representación que a la postre resultó algo decepcionante.

Especialmente la propuesta escénica fue muy pobre. Oscuridad, sombras..Parece que los registas se han olvidado de que esta tragedia que rebusca en las pasiones más negras del ser humano, se desarrolla paradójicamente en el luminoso paisaje mediterráneo, y se empeñan en llevarnos a ambientes más propios de “El holandés errante”. Una y otra vez vienen a corregir al gran bardo, quien a su juicio tenía que haber colocado la acción en Noruega, en lugar de en Chipre. Pero aparte de esto, que cuatro actos se resuelvan con el mismo escenario, en el que no ha lugar siquiera a que Desdémona muera en su cama, sino que tenga que hacerlo en el suelo junto a una candela, pues no parece que a Alden le haya tenido que doler mucho la cabeza.

Lo musical estuvo mejor, pero sin alcanzar cotas de excelencia. Ermonela Jaho, de la que en agosto disfruté su Violetta Valery en Orange, papel que ya había representado precisamente en Madrid la temporada anterior, hizo gala de su brillante agudo y sus delicadísimos filados, especialmente en sus arias del último acto, pero se quedó algo corta en los pasajes graves que el personaje de Desdémona también requiere. Gregory Kunde volvió a mostrar su maestría en el personaje del Moro de Venecia -ayer bastante blanco de tez- que ha hecho suyo como ningún otro tenor del momento. No hace ni un año que lo disfrutamos en Sevilla. No obstante me pareció apreciar algunos signos de fragilidad en su voz. En cuanto a George Petean hizo un Yago muy aseado. Demasiado. Un personaje que canta “credo in un dio crudele..” requiere para reflejar su maldad algo de suciedad. Por último, la dirección de Renato Palumbo fue bastante irregular. Había leído que el primer dia escuchó algunos pitos. Yo no vi motivo para tanto, aunque si que algunos pasajes quedaron un tanto desdibujados y hay detalles que se podían pulir.


A pesar por tanto de que el resultado pudiera quedar por debajo de la expectativa, fue en líneas generales una buena tarde de ópera, y hay que agradecer al Teatro Real la gran fiesta de la música que se pudo disfrutar ayer en toda España. Ojalá no haya que esperar otros doscientos años para que se repita.

miércoles, 22 de junio de 2016

CRÓNICAS DEL HETEROPATRIARCADO


Los lunes no son buenos para ir a la ópera. Los lunes en realidad no son buenos para casi nada. El disfrute de las embriagadoras delicias finisemanales se ve roto de manera brutal con el enfrentamiento de nuevo con la hostil habitualidad laboral. De manera que tras ese imponente shock, casi de lo único que uno tiene ganas cuando llega la noche es de volverse a acostar para reponerse del mal trago. Bien que lo sabe esto, por ejemplo, el sector de la hostelería. Sales un lunes por noche en Sevilla y los bares, las cervecerías, las tascas, los restaurantes....todos están tan vacíos que te dan ganas de entrar a tomarte algo por lástima del camarero de turno que, a pesar de todo, está allí al pie del cañón esperando algún cliente al que atender.
Pero este lunes tocaba rematar la temporada en el Maestranza, nada menos que con el estreno en España de Der Konig Kandaules, obra inacabada de Alexander von Zemlinski, músico austriaco, maestro de Schönberg o Korngold, del que ya degustamos aquí otras piezas como El enano o Una tragedia florentina. Kandaules era la rareza en una temporada bastante conservadora (como la próxima ya anunciada). Confieso que cuando salió la programación yo no tenía ni idea de la existencia de esta ópera, que tuvo que esperar para su estreno hasta 1996, más de cincuenta años después de la muerte de su creador, tras ser completada, sobre todo en su instrumentación, por el musicólogo Anthony Beaumont.
Hay óperas que están fuera del repertorio habitual por derecho propio (algunas de ellas he escuchado últimamente). Pero esta no. Se trata de una obra muy potable y ha sido todo un acierto de Pedro Halffter, que ya la dirigió en versión concierto en el Festival de Canarias hace unos años, su escenificación ahora en Sevilla. Su música es impactante, de gran dramatismo y diversidad de dinámicas, desde lo más oscuro a lo más brillante y colorista. La orquesta sonó de maravilla, consiguiendo unos ambientes y unas texturas excepcionales. Aunque creo que a Halffter se le fue algo la mano en los volúmenes, que taparon a las voces más de lo deseable.
Dentro de los personajes principales, el mejor para mi gusto fue Martin Gantner (Gyges), magnífico en toda la representación. La voz de Peter Svensson (Kandaules) me sonó inicialmente algo leñosa, para ir después ganando en flexibilidad y recorrido. En cuanto a la soprano -única voz femenina- Nicola Beller Carbone quizá le faltara algo de más peso vocal para un papel de exigencia dramática, pero estuvo también a gran altura. La producción del Teatro Massimo de Palermo, ideada por Manfred Schweigkofler, resultó adecuada e interesante, sobre todo por el atractivo juego de la iluminación.
La historia de Candaulo, rey de Lidia, recogida por Heródoto y versionada de diversas maneras hasta André Gide, de donde bebe el libreto, es una manifestación, podríamos decir, hablando en el lenguaje político de moda, del heteropatriarcado. Dos personajes tan diferentes como Candaulo y Gyges coinciden sin embargo en considerar a la mujer como un mero objeto susceptible de posesión. El uno, el pescador, para su personal y exclusivo disfrute (o eso piensa él). El otro, el rey, para exh
ibirlo ante los demás hasta extremos inapropiados y peligrosos. Ambas formas de dominación llevarán a un fatal desenlace de muerte, aunque con víctimas dispares. Pero la emancipación femenina está ya en marcha cuando Nyssia, tras empujar a Gyges a dar muerte a Candaulo, se niega a volver a vestir el velo que antes la cubría de las miradas ajenas.

Y yo, que para mi....¿desgracia? soy hetero y padre de familia, me voy del teatro con carga de conciencia (mea culpa, mea culpa...) que es lo que toca.      

sábado, 14 de mayo de 2016

UN DULCE ELIXIR

Cuadro de la serie "El Circo" de Fernando Botero, en el Museo de Antioquía (Colombia)
Yo esperaba el viernes una velada de fiesta y reivindicación al mismo tiempo. Fiesta campestre, como es habitual en el Maestranza, con el respetable comiendo bocadillos envueltos en papel de aluminio durante el descanso entre actos. Pero también de reivindicación ante los delicados momentos que afectan al futuro del teatro y especialmente de la orquesta que habitualmente cubre sus funciones líricas. Pero el público pareció no darse por aludido. Pocos fueron los lazos verdes que se vieron entre los espectadores. Sí por supuesto en el foso y en otros responsables de la función que saludaron a su finalización. Antonio Muñoz, único político activo que vi por allí.y responsable de la cosa en el Ayuntamiento debió salir aliviado. “Aquí podemos hacer lo que queramos” pensaría “nadie se va a echar a la calle si liquidamos la Sinfónica y ponemos a la Banda de la Sopa”. Sorprendentemente no pareció que los aficionados estén desde luego por partirse la cara para defender lo que hemos venido disfrutando en los últimos veinticinco años.
Quizá es que “L' elisir...” sea una ópera tan amable, tan bonita, que a la gente le diera pereza salirse de ese confort para acordarse de cuestiones más problemáticas. Efectivamente, la representación estuvo a la altura de la belleza del belcanto y del encanto naif de la historia de amor feliz entere Nemorino y Adina, tan diferente a la trágica de Tristán e Isolda que toma como referente. Contribuyó a ello en gran medida la dirección de escena de Víctor García Sierra, ambientada en el circo y con una escenografía y vestuario inspirados en la pintura de Fernando Botero. El muy conseguido cromatismo propio del pintor y escultor colombiano se conjugó con un entretenido movimiento e interpretación de los actores, con apuntes de números circenses incluidos. Lo que todavía me estoy preguntando es a qué venía la figura del prelado acompañado de su acólito en semejante ecosistema. La dirección musical corrió a cargo de Yves Abel. Me pareció bien en líneas generales, compenetrando muy adecuadamente las voces con la orquesta, pero en mi opinión adoleció de cierta falta de brío en algunos pasajes. La granadina María José Moreno brilló como la gran soprano lírica ligera que es encarnando a Adina. Al joven Joshua Guerrero, estadounidense a pasar de su apellido, no tenía el gusto de conocerlo, pero venía avalado por su mentor Plácido Domingo y los premios Operalia. Fue de menos a más, alcanzando su cenit, como todos esperábamos, en “Una furtiva lagrima” que dejó buen sabor de boca. Los barítonos Manolov y Cavaletti (Dulcamara y Belcore) también estuvieron a la altura vocal e interpretativamente, aunque el segundo con cierta tendencia al engolamiento. El coro también fue protagonista tanto por su canto como por su trabajo teatral -¡ay quien yo me sé, agitando alegremente el pañuelito!- contribuyendo al éxito general de la representación.

jueves, 12 de mayo de 2016

LAZOS VERDES POR LA MÚSICA

Ni el brillo de producciones exitosas como la del bicentenario de “El barbero de Sevilla”, ni la reciente celebración de sus respectivos veinticinco aniversarios pueden tapar la difícil situación económica por la que atraviesan el Teatro de la Maestranza y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Ambas instituciones se han visto afectadas en los últimos ejercicios por una considerable merma la financiación de las administraciones implicadas. En el caso del teatro son cuatro, Ministerio de Cultura, Junta, Diputación y Ayuntamiento de Sevilla, y su aportación se ha reducido más del cincuenta por ciento en apenas seis años, pasando de 8,6 millones de 2009 a los poco más de 4,2 millones de 2015. El resultado es que aparte de los ineludibles recortes en diversos conceptos, se ha generado una deuda de cerca de dos millones de euros. La cantidad parece ridícula en comparación con las cifras que se manejan para otros asuntos, legales o criminales. Sin embargo las administraciones se han negado en redondo a incrementar su aportación, provocando la salida anticipada de la gerente Remedios Navarro. Es extraño en los tiempos que corren que cuatro administraciones con diferente color político se pongan de acuerdo en algo. Sin embargo la falta de transparencia es total al respecto. Como ya ocurriera con el culebrón del nombramiento de director de la ROSS hace dos años, los ciudadanos nos vamos enterando a cuenta gotas, y me da la impresión de que nunca al completo, de lo que ocurre entre bastidores, nunca mejor dicho. Si la negativa tajante a ampliar las dotaciones se debe, por suponer, a una nefasta gestión debería saberse de forma clara y señalar a sus responsables, y a partir de ahí poner nuevas bases para el futuro. Pero aquí nadie da explicaciones. O al menos gente como yo, que nos interesamos por el tema, no las conocemos. Encima los políticos quieren que se incremente la aportación privada, para ellos seguir manejando a su antojo y con su general incompetencia.
La situación de la ROSS es similar. En este caso son dos las administraciones implicadas: Ayuntamiento y Junta, al 50%. Mientras el Ayuntamiento ha venido manteniendo a duras penas su aportación en los últimos años (unos tres millones de euros), la Junta, tan amable siempre con Sevilla, la ha reducido hasta 2,2 millones, que además, según dicen, no paga a tiempo. Así, el déficit generado en esta institución es de 1,3 millones, hallándose incluso en causa de disolución según la normativa mercantil. Para paliar la situación, el Consejo de Administración de la orquesta no ha tenido otra idea más original que rebajarle el sueldo un 15% a los músicos.
Es por esto que desde que se anunciara la medida se viene generando un movimiento de protesta cuyo símbolo son los lazos verdes, que han sido exhibidos ya en varios conciertos. No sólo no he apoyado sino que he criticado a los señores profesores de la orquesta en algunas reivindicaciones laborales anteriores. Sin embargo creo que lo que ahora está en juego es, aparte de su propia dignidad profesional, el futuro de estas dos instituciones que son la base principal de la cultura musical en Sevilla.
No es de extrañar que en Sevilla, de grandioso pasado pero capital al fin y al cabo hoy de una región sumida en un atraso del que no hay visos de que vaya a salir en las próximas décadas, no haya dinero para muchas alegrías. Pero entre los logros más importantes de los tiempos recientes están sin duda la consolidación de este teatro y de esta orquesta como verdaderos faros culturales que alumbran sobremanera la vida musical de esta ciudad. Dejarlos caer ahora sería un auténtico dislate, por muchos que sean los problemas presupuestarios. Si algún lujo podemos y debemos permitirnos es este. Si en algún objetivo cultural hay que centrar todos los esfuerzos en este momento, es aquí. Seguro que encontramos veinte mil “cosillas” de esas en las que se tira desahogadamente el dinero para negárselo a los proyectos realmente importantes. El teatro y la orquesta necesitan un compromiso claro de cara al futuro, y no vivir en la permanente provisionalidad en que lo hacen en los últimos años. Pienso en este sentido que es el Ayuntamiento de Sevilla quien tiene que tomar el liderazgo y arrastrar a las restantes administraciones implicadas. Precisamente ahora que nos acercamos a la celebración del veinticinco aniversario de la Expo 92, no podemos consentir que algunos de sus principales y mejores legados entren en decadencia.


jueves, 5 de mayo de 2016

EL FRACASADO



Foto EFE

Dentro del  fracaso colectivo que para la clase política española, y en especial para los dos partidos que han venido gobernando el país en las últimas décadas, supone la convocatoria de nuevas elecciones para el próximo mes de junio, por su incapacidad de ponerse de acuerdo para formar un gobierno, hay un protagonista  que resalta sobremanera y sin lugar a dudas como el gran fracasado, y  no es otro que Pedro Sánchez. Es cierto que Rajoy tampoco sale muy bien parado, al no haberle servido de nada a la postre el haber ganado las elecciones de diciembre, pero al menos ha tenido algo más de inteligencia, aunque su postura no haya sido muy gallarda, al zafarse del desgaste que para el socialista ha supuesto su frustrada investidura y su indecente pordioseo de votos aquí y allá.  No me vale aquello de “al menos lo ha intentado” porque lo que ha intentado no tenía otro fundamento que su propio interés personal. Por  lo que hace a Rivera y a Iglesias, ellos han jugado sus cartas, como mejor hayan sabido a su criterio, pero no creo que se les pueda considerar fracasados porque su responsabilidad era secundaria en este escenario, y está por ver qué es lo que puedan haber ganado o perdido con sus estrategias.
Lo de  Sánchez sin embargo ha sido un fracaso en toda regla y sin paliativos. Desde la noche electoral se autoerigió  en intérprete de la voluntad popular, sacando la lectura simple de que esa voluntad era de cambio, y que con quien únicamente no había que contar para ese cambio era con el partido en el gobierno y que había resultado, mire usted por dónde,  el más votado en los comicios.  Se olvidó el caballero de que para avanzar en política y para gobernar  no sólo hay que estar en contra de algo, sino que hay que saber hacia dónde se va. Por lo tanto no basta una etérea voluntad de cambio, sino que hay que tener claro en qué dirección tiene que tomarse el nuevo rumbo. Esta premisa tan elemental de que no se puede andar al mismo tiempo en dos direcciones contrarias Sánchez la obvió. Fue de farol con el Rey, pues no contaba ni mínimamente, según se vio luego, con apoyos suficientes para la investidura, y a partir del encargo real se puso a buscarlos yendo como pollo sin cabeza de un lado a otro, mendigando los votos de todo el espectro político, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, a excepción del “apestado” Partido Popular, con el resultado ya conocido.
Sánchez ha demostrado ser un político insolvente, perdido en su laberinto de eslóganes y prejuicios, que no cuenta ya a estas alturas con el apoyo ni de su propio partido. Su discurso es de una vacuidad que produce náusea. Se habla ya de que con él al frente el PSOE puede ser superado por las formaciones a su izquierda que ya le pisan los talones. No es que me alegre precisamente de ello, pero es lo que se puede esperar cuando un partido político se pone en manos de un botarate  como este. No sabemos quién será presidente del Gobierno después de las nuevas elecciones, pero al bello Sánchez deberíamos darlo ya por descartado, aunque el muchacho siga en sus trece. Sus carencias han quedado a la vista. Hay que tener la cabecita mejor amueblada para aspirar a tanto. Los demás no sé, pero este ya ha  demostrado lo que da de sí.

lunes, 18 de abril de 2016

¿SIN SEVILLANOS?

A falta de cualquier iniciativa que pueda contribuir a resolver alguno de los problemas reales que tiene Sevilla, a mejorar en algo la situación penosa de una ciudad que a pesar de sus grandezas no puede sustraerse al hecho de ser la capital de una de las regiones del furgón de cola europeo, el actual equipo de gobierno municipal se afana por conseguir notoriedad y titulares a costa de las fiestas populares. Primero fue la “salvación” de la Semana Santa, cuya celebración a partir de ahora se le deberemos al CECOP y a TUSSAM. ¿Se han fijado en la osadía publicitaria de equiparar el papel de los autobuses al de los costaleros? ¿Qué sería de la Semana Santa sin TUSSAM? ¿Qué sería de la Semana Santa sin el CECOP? Sinceramente no me lo puedo imaginar. No me explico cómo las cofradías han sobrevivido a lo largo de los siglos sin estos tíos tan listos, que se han puesto ahora en el centro de la celebración.
Y ahora le toca el turno a la Feria. Espadas quiere dejar huella, y nada más facilón ni más baratito que cambiar las fechas del festejo. Que conste que esto no es la primera vez que ocurre, pero claro, los sevillanos de hoy la hemos conocido siempre así, lo que lo convierte en tradición inveterada. A mi la Feria me importa un pimiento. Que la ponga Espadas cuando le parezca. Me parece bien además la determinación del alcalde, que teniendo bastante menos de 20 concejales, no le da pereza tomar decisiones, aunque sean de este tipo. Por eso lo que no me resulta de recibo es que para semejante cuestión se gaste el dinero en una consulta popular. Hay muchas más cosas más importantes y trascendentes en la ciudad y a los ciudadanos no se nos pregunta. Así que yo le rogaría que dejase su celo democrático para mejores ocasiones. La fecha se cambia -porque la novelería aquí empuja mucho- y si no sale, se vuelve a cambiar otra vez ¿que más da? La Feria va cambiando constantemente, y aunque las fechas no hayan variado, es muy distinta la de hoy a la que yo conocí de niño aún en el Prado.
Ahora bien, yo no le arriendo las ganancias al invento. En mi opinión, nada valiosa en este caso pues últimamente me dejo caer poco por el real, a la Feria le sobran más que le faltan días. Desde luego lo de la preferia yo no lo entiendo. Pero si esto es lo que hace, a decir de los que saben, que el recinto se quede vacío -el domingo daba pena verlo- en los últimos días de festejo, nada va a solucionar la oficialización de esas jornadas iniciales. Al contrario, más gente aún acudirá al principio, a una Feria ya con todos sus avíos, y menos todavía al final. Porque el problema actual de la Feria me parece a mi que es que no hay ni cuerpo ni bolsillo que la resistan durante tantos días. Claro que aquí es cuando saltan los promotores de la idea y dicen “No, es que la ampliación es para que puedan venir más turistas”. Y entonces yo digo: “oigausté ¿y los turistas qué van a hacer en la Feria si no estamos los sevillanos? ¿Van ellos a cantar y a bailar? ¿Van ellos a lucir sus enganches? ¿Van ellas a pasear sus vestidos? ¿O es que el Ayuntamiento va a contratar figurantes para esos días?”.
Si algo hace singular a la Feria de Sevilla, si algo hay esencial en esta fiesta, no son las bombillas ni las casetas, sino su gente, su manera de festejar, su saber estar, su saber aparentar. Cada uno en su nivel, desde los más humildes a los más pudientes. Una ciudad que es una ruina económicamente hablando sabe sin embargo montar un pollo como este para decir “aquí estamos nosotros y nos ponemos el mundo por montera”...siempre que la cosa no dure mucho. Y el que tiene un caballo lo monta aunque haya tenido que deshacerse de media cuadra por la crisis, y la que tiene un traje y unos abalorios se los pone con mucho arte aunque esté en el paro, y el que pasa fatiguitas uno de cada dos fines de mes se pide un préstamo para ronear unos días en su caseta. Los turistas pueden mirar, pero la fiesta es nuestra, y si nosotros no vamos, mal asunto. Claro que como estos señores munícipes deben ser muy machadianos ellos -de Antonio, no de Manuel- habrán pensado aquello de “¡Oh maravilla/ Sevilla, sin sevillanos/ la gran Sevilla!” Total, ya han empezado a echarnos de la Semana Santa con las vallas y ahora se trataría de asegurarse espacio durante unos días en la Feria para que los turistas con mochila y gorra y guía con banderita vayan, digo yo, a hacerle fotos al alcalde vestido de corto en la caseta municipal. Mientras tanto, los sevillanos de verdad estaremos ya en casa o en la playa, recuperándonos de los excesos.

jueves, 31 de marzo de 2016

LA MUJER DE ROJO

Pobre entrada el martes en el Teatro de la Maestranza (menos de medio aforo, diría yo) para asistir a uno de los dos conciertos (Sevilla y Barcelona) que la georgiana Khatia Bunaitishvili, una de las estrellas emergentes en el firmamento pianístico actual, ha ofrecido en estos días en España. Y aún así sobraban algunos espectadores: los tosedores habituales, los que andan continuamente tonteando con el teléfono o esa señora que salió, nada más dar inicio el recital, levantando a toda la primera fila de sus butacas. Debe ser desalentador para el artista estar allí solo en el escenario, dando lo mejor de sí mismo, escuchando todos esos ruidos en la sala. A pesar de ello,  Khatia encandiló a todos y el concierto resultó fantástico en términos globales. Pocas veces he visto aplaudir en este teatro con tal convicción y entusiasmo.
Salió la intérprete al escenario con un espectacular vestido rojo, aunque más recatado que los que le he visto en otras ocasiones, que realza su espléndida figura. A sus veintiocho añitos -comenzó a tocar a los cinco- ella misma ha defendido que una mujer no necesita ocultar su lado más sensual para ser apreciada intelectualmente. Razón no le falta. La que puede, puede.
En el programa predominaba la obra del húngaro Franz Listz, músico por cierto que no muchos conocen que visitó nuestra ciudad en diciembre de 1844, con la adición de sendas piezas de Ravel y Stravinsky. Composiciones todas ellas destacables por su exigencia virtuosística. Un virtuosismo que según Buniatishvili está en el cerebro del pianista antes que en los dedos. ¡Pues qué cerebro! En él llevaba metido todo el programa. Por supuesto, ni una partitura. ¿Para qué? Esa música o se lleva dentro o no sale. Eso sí, parecía tener prisa en su ejecución, como si no estuviera cómoda o como si temiese perder la concentración entre los aplausos. Porque lo que es interpretando se le veía absolutamente concentrada. Incluso cuando desarrollaba un endiablado pasaje con una sola mano mientras con la otra, en despreocupado gesto deliciosamente femenino, se apartaba de la cara un mechón de su cabello, siempre flotando al son de la música. En una reciente entrevista en una televisión francesa, con motivo de su comparecencia a principios de mes en la Philharmonie parisina, Buniatishvili admitía que el repertorio de este concierto requiere una gran fuerza física y mental, y que cuando ella toca lo hace no sólo con las manos sino con todo su cuerpo, con el objetivo, aparentemente contradictorio, de alcanzar la inmaterialidad. Es una especie de trance, y creo que eso lo transmite al público. Parece increíble que de un sólo instrumento, en manos como las de la georgiana, pueda extraerse tal variedad de sonido, tal cantidad de colores, tal extensión de matices, y todo con una prístina claridad que hace audible cada acorde, cada nota, por más que se sucedan a velocidad de vértigo.
A pesar de que, como hemos dicho, las piezas del programa tenían como denominador común fundamental su virtuosismo, Khatia nos regaló como propina final un “Claro de luna” (Debussy) con el que demostró que también sabe manejarse en un registro más lírico y pausado. Un encanto.


martes, 29 de marzo de 2016

LA CIUDAD VALLADA

Mi generación alcanzó a conocer una Semana Santa sin vallas y con las bullas justitas. Eran unos tiempos, primera juventud, en que los más recalcitrantes, por decirlo de alguna manera, nos movíamos con facilidad para ver no ya todas las cofradías, sino hasta dos veces bastantes de ellas. Se podía asistir incluso a varias entradas o salidas en una jornada. Los cortejos de nazarenos más comedidos también ayudaban. Con la masificación empezó a estropearse todo. Ya era más difícil andar por la calle y comenzaron a hacerse presentes las vallas en salidas y entradas, que para mi eran todavía habituales. Suponían una gran comodidad para la hermandad, pero dificultaban en gran medida la dispersión posterior de la bulla al no retirarse tras su paso. Empezaba ya a experimentarse -no lo olvidemos- con el distanciamiento entre la cofradía y el público que la contempla, aunque eran restricciones muy concretas.
A pesar del paulatino incremento de los inconvenientes -entre ellos también los de le edad- he vivido la Semana Santa, salvo por obligaciones en mis años en el Consejo, siempre a pie de calle, muchas horas cada día. Por lo tanto alguna experiencia tengo. Nunca he visto una cofradía que no pueda andar...si la cofradía quiere. He visto ambulancias atravesar bullas y filas de nazarenos. He presenciado el acceso de una de ellas a la complicada calle Sales y Ferré para asistir a un infartado mientras discurría por allí la cofradía del Cristo de Burgos. Sin mayores problemas que el lógico e inevitable parón de la procesión. Estaba en la calle -no en la Campana, ni en los palcos, ni en la Catedral- con mi mujer embarazada el año de las carreritas, precisamente en la zona del Duque-Museo. Nuestras autoridades fueron incapaces (?) de averiguar el verdadero origen de aquellos movimientos, iniciados en diversos puntos y con una coincidencia sorprendente. En todo caso aquello puso de manifiesto la tremenda fragilidad de nuestra fiesta ante la aparición de elementos extraños a ella y supuso un punto de inflexión en la preocupación por la seguridad. Por otra parte no era de extrañar que determinados comportamientos que eran permitidos con impunidad cada fin de semana en la ciudad(botellonas en Gavidia, Arenal, ahora Setas...) afectasen también a sus días grandes. Sin la magnitud de aquél año 2000, diversos incidentes se repitieron en madrugadas posteriores, el último el pasado año, que aunque fue leve, dio mucho ruido por afectar a una muy señalada hermandad. En cualquier caso, hechos muy aislados dentro del conjunto global de la semana. Lo que sí que se generalizó en los últimos años fue el uso de las sillitas, otro elemento perturbador, precisamente por las trabas que suponen a la movilidad del resto de los usuarios de la via pública en estas fechas. Así que nos encontramos que, aparte del fenómeno de la masificación, con el que llevamos conviviendo hace al menos tres décadas y que es natural conforme al incremento de la población, la Semana Santa actual tiene dos problemas concretos a resolver en materia de seguridad y movilidad: los cafres y las sillitas. Pues bien, aquí han llegado unos señores que no han atacado ni el uno ni el otro, sino que se han limitado a poner nuevas vallas y a impedir la movilidad por muchos puntos del centro y la contemplación de las cofradías en determinadas calles. A mi me gustaría que me explicara alguno de estos cerebros qué es lo que hubieran resuelto las vallas en caso de una estampida como las ya conocidas. No lo quiero ni pensar. Pero claro, ellos están en que su plan ha sido un éxito. Natural, la inmensa mayoría de la gente que vamos a ver cofradías somos civilizados y no nos vamos a liar a pedradas con la policía que nos corta el paso. Pero a la mente y a la boca se nos vienen algunas palabras gruesas. A mi no hace falta que me corte el paso a una calle un policía cuando veo que está abarrotada. Pero el problema es que el policía te lo corta también cuando no lo está, o incluso cuando ni siquiera está pasando una cofradía. El Jueves Santo me impidieron pasar por el Postigo ¡una hora antes de que llegase por allí la Quinta Angustia!
Si por seguridad fuera, probablemente la Semana Santa de Sevilla no se debería celebrar. No hay forma humana de controlar policialmente todos los posibles desmanes que pueden producirse con tal cantidad de gente en la calle. Pero han llegado unos “salvadores” de la fiesta que lo que tenían claro es que tenían que hacer algo, más que nada para que se notara y para que sepamos todos quién manda aquí. Nos venden que ahora es más segura, cuando de lo que únicamente no cabe duda es de que es más incómoda para los que disfrutamos de las cofradías en la calle. Yo no no digo que algunas de las medidas adoptadas no sean válidas (mayor presencia policial, vallado de las Setas, facilitar el tránsito...), pero la filosofía adoptada de “esto se arregla impidiendo el acceso de público” me parece, aparte de facilona y poco imaginativa, perniciosa para una fiesta en la que también la participación de ese público forma parte de la celebración. Vallar la ciudad entera, desde esta perspectiva, sería lo más apropiado, por seguro. Lo siguiente sería que hubiera que pedir “cita previa”, como ocurre para muchos trámites administrativos, y estos señores nos dirían, a su antojo, si podemos o no podemos.
Habrá muchas formas de ver la Semana Santa. Cada uno tendrá la suya. Pero a la mía, que es la de muchos de mis amigos cofrades, le han asestado un golpe de muerte. Tengo la sensación de que, visto lo visto, puede ocurrir como en aquél cuento de Cortázar. Unos intrusos, que aquí son perfectamente conocidos, irán ocupando espacios hasta echarnos definitivamente de nuestra casa. Será poco cristiano decirlo, pero sus responsables, por muchas medallas que ellos mismos se pongan, tienen garantizado mi odio eterno.

miércoles, 23 de marzo de 2016

PODEMOS Y LA SEMANA SANTA

El señorito Sergio Pascual, recién decapitado dirigente de la muy democrática organización Podemos por decisión unipersonal de su Líder Supremo, pero aún diputado en el Cogreso por nuestra provincia, es un pedante, un cursi y un maltratador del lenguaje que se ha permitido escribir un pestiño sobre lo que él y sus achicharradas neuronas entienden que es la Semana Santa de Sevilla, sentándolo como verdad absoluta e incontrovertible. Con la “autoridad” que le da la suerte de, siendo un advenedizo, haber igualado algún año en la cuadrilla de los Estudiantes, se permite explicarnos a los sevillanos que hemos echado los dientes en esto y que le dedicamos mucho de nuestro tiempo y dinero, que la Semana Santa "no es de la jerarquía eclesial, (ni) del Ayuntamiento (ni) de alguna ideología o creencia concreta" (ver aquí)

Es cierto que la Semana Santa es del pueblo, pero no del pueblo-masa, sino del pueblo articulado en torno a sus hermandades. Y esas hermandades son a día de hoy entidades de la Iglesia católica. Lo que quizá quisiera el sr. Pascual es estatalizar a esas corporaciones, no para hacerlas de todos, sino para hacerlas de ellos. ¿Que por qué Podemos puede estar en contra de la Semana Santa si es del pueblo? Pues porque es una fiesta RE-LI-GIO-SA del pueblo, idea que en el atribulado texto del tal Pascual se da ya sin embargo por feliz e indudablemente superada. El tipo no tiene ni idea de lo que habla. Las hermandades no fueron, como parece que piensa, creación de la jerarquía eclesiástica. Siempre, a lo largo de toda su historia y desde sus orígenes, surgieron de la religiosidad popular. No ha habido por tanto ninguna apropiación popular (sic) de la Semana Santa, porque siempre fue así. Las hermandades siempre mantuvieron una celosa defensa de su autonomía respecto de la autoridad tanto civil como eclesiástica, pero igualmente tuvieron muy claro que su fundamento primero era el culto a Dios y a su Santísima Madre, no a la momia de Lenín, ni al espíritu de la colectividad ni a cualquier otra chorrada que se les ocurra a los manipuladores podemitas. ¿Que sobre esto se han añadido muchos más elementos, culturales, sociológicos, identitarios y todo lo demás? Indudablemente. ¿Que todos los que participan en la Semana Santa, desde dentro y desde fuera son católicos? Por supuesto que no. Las hermandades son corporaciones, y mucho más cuando salen a la calle, abiertas a la participación de todos los sevillanos, de cualesquiera ideologías, pero siempre, claro está, que sean respetuosos con su indubitada identidad. No te equivoques: el que yo te invite a mi casa no quiere decir que mi casa sea tuya.

Por otra parte las hermandades han sido siempre entidades democráticas. Aun en periodos en que no había libertades políticas, hemos elegido democráticamente a nuestros dirigentes y hemos adoptado de la misma forma nuestras decisiones. No hace falta que Pascual ni los que son como Pascual vengan a darnos lecciones de democracia. No sé a qué se refiere cuando habla de la necesidad de “democratizar nuestra fiesta popular”, pero a mi me suena a peligroso totalitarismo. A querer apropiarse de algo que él podrá sentirlo como quiera, pero que no es suyo.

¡Claro que Podemos está en contra de la Semana Santa! Algunos de sus dirigentes tienen al menos la honestidad de decirlo sin ambages, y otros, como el sr Pascual, intentan camuflarlo cobardemente. Pero es evidente que allí donde puedan prohibirán las procesiones, y donde no, intentarán en la medida de sus posibilidades desnaturalizarlas convirtiéndolas en una fiesta pagana “de todos” (y de todas, faltaría más). Es decir, intentarán robarnos a los creyentes lo que es nuestro para controlarlo ellos a su conveniencia.

domingo, 20 de marzo de 2016

EL SENTIDO DE LA FIESTA

Sevillanos: una nueva Semana Santa ha llegado. ¡Disfrutadla! Disfrutad de la luz de la primavera, aunque a veces la tape alguna nube. Disfrutad de las tardes radiantes y las noches serenas, que ojalá sean las más. Disfrutad de las mañanas en los templos. Disfrutad incluso cuando el tiempo no acompañe, que siempre habrá maneras de hacerlo. Disfrutad del perfume de azahar que se esparce por nuestras calles y plazas. Disfrutad del recuerdo de las vivencias pasadas, de las que ya no se repetirán y de las que otra vez volverán a revivirse. Disfrutad de la luna de Parasceve, no sea que nos la quiten. Disfrutad del olor del incienso y de la cera, del de la flor fresca que deja un palio cuando pasa. Disfrutad bien de la buena música cuando suene, porque esto es algo que cada vez ocurre menos. Disfrutad con el buen trabajo de los costaleros y la maestría de los capataces que saben mandar. Disfrutad del arte de los priostes, de los vestidores, de los floristas, de todos los que contribuyen al arte efímero de nuestras procesiones. Disfrutad de la belleza sin igual de la ciudad en estos días. Disfrutad del quejido hondo de una saeta y del canto blanco de una escolanía. Disfrutad del encuentro con los amigos que quizá sólo en este momento del año tiene lugar. Disfrutad del rumor de vencejos la mañana en la que Sevilla no habrá dormido. Disfrutad de la palmas y de los ramos que dan la señal que todos esperábamos. Disfrutad del silencio, lo mismo que de los sonidos arcanos que sólo los iniciados saben apreciar. Disfrutad de los atardeceres y de ese amanecer único. Disfrutad del ambiente y de los detalles, que vuestros sentidos sean capaces de absorber el todo y la parte, lo grande y lo pequeño, lo material y lo intangible, lo descriptible y lo inefable.

Pero entre tanto goce estético y sensual, no olvidéis lo fundamental. No os olvidéis de rezar. Las imágenes no salen a la calle para que nos tomemos una copita con ellas, que es lo que parecen entender algunos que las contemplan con el vaso de cerveza o de cubata en la mano. Tampoco para que les hagamos fotos como si de estrellas mediáticas se tratasen. Salen para acercarnos a Dios y recordarnos su obra redentora. Por eso no podemos, los que creemos, encerrarnos una semana en una burbuja de bienestar y sensaciones agradables y olvidarnos de los problemas del mundo. Recemos por la salud de los enfermos, por los que no tienen trabajo, por los que les falta la esperanza. Recemos por el drama de los refugiados. Recemos por las víctimas del terror, por nuestros hermanos perseguidos en tantos lugares del mundo. Recemos por los inocentes que no llegan a ver la luz. Recemos por nuestras familias y por nuestros amigos, por nuestros allegados y por los que nos son lejanos. Recemos por los que están y por los que se fueron.... Nuestras cofradías no son sólo cuestión de estética, tiene que haber también un sustrato ético que es el que nos hace sentirnos solidarios con todos los que sufren. Porque sería hipócrita compadecerse del sufrimiento de Aquellos cuyas imágenes veneramos en estas escenas de la Pasión si no hacemos lo mismo con el de todos los hombres. Sacamos nuestras imágenes a la calle para que les recemos, incluso aunque no vayamos mucho a misa o a la iglesia. La devoción -no los solos de trompetas ni los cambios de costero a costero- es lo que hizo que nuestras hermandades sobrevivieran a las dificultades de la historia. Sin nuestras oraciones -cada uno a su manera- sin nuestra devoción a esas imágenes, la Semana Santa se convertiría en un mero espectáculo teatral sin mayor sentido. Para muchos que la ven desde fuera, o incluso algunos de los que la viven desde dentro, lo es así. Pero no es precisamente eso lo que la hace singular e inigualable para la mayoría, quiero pensar, de los que la hacemos posible cada año. Olvidarnos de lo que representan esas imágenes y para qué salen a nuestro encuentro sería olvidar el sentido más auténtico de esta fiesta y el camino más corto para acabar con ella.