martes, 30 de diciembre de 2014

OTRA NAVIDAD

Desde pequeños hemos aprendido por estos lares a soñar con la blanca Navidad -aunque en mi tierra no es que vemos nevar mucho- con las calles iluminadas, con los hombres gordos vestidos de rojo, con las burbujas del champán, el calor del hogar, con turrones y mazapanes, los regalos y los Reyes Magos. Pero no en todas partes la Navidad es blanca, ni aún en sueños, porque no hay paz, ni hay lucecitas de colores allí donde faltan otras cosas mucho más básicas. Es otro estilo de Navidad. En países como Irak, o Siria, la población cristiana -perseguida e incluso masacrada por los yihadistas, un auténtico genocidio que sin embargo pasa como desapercibido a los denunciadores habituales de genocidas en occidente- ha tenido que abandonar sus hogares y refugiarse en lugares donde al menos puedan conservar la vida, aunque hayan perdido todo lo que tenían, y en los que viven hacinados y en condiciones mínimas de subsistencia. Pero esto no les ha impedido celebrar con alegría esta festividad del Nacimiento de Jesús. Cuentan quienes por allí han estado que es la Iglesia fundamentalmente quien les suministra lo necesario para sobrevivir en estas condiciones, de ahí que es importante que cuenten con la ayuda y la solidaridad de los cristianos y de las personas de buena voluntad del resto del mundo. Esto dicen Xiskya Valladares (@xiskya) y Josué Villalón (@JosueVillalon), dos españoles que han estado en la zona estos días enviados por la Fundación Pontificia “Ayuda a laIglesia Necesitada”, comprobando in situ la realidad de los campos de refugiados, y que han colgado en internet este video que comparto. Pero lo que yo observo en el vídeo es que frente a la carencia de recursos materiales que sufren estos cristianos, de lo que están sobrados es de fe. De otra forma no puede comprenderse la alegría que se refleja en sus rostros y en sus celebraciones. La alegría en la abundancia es perfectamente asequible, puede incluso comprarse a modo de máscara festiva, aunque se trate de pura impostura. Pero la alegría en la adversidad sólo puede salir de algún rincón muy profundo del ser humano. Estos cristianos iraquíes nos están enseñando -¿cuál es realmente la Iglesia necesitada?- que la auténtica Navidad o se vive en el corazón o no es Navidad.              

sábado, 13 de diciembre de 2014

EL PROFESOR Y LA MENTIRA HISTÓRICA

Hubo una época, no tan lejana, en la que a la política se dedicaba gente decente y brillante en sus profesiones que decidieron en un momento dado, movidos seguramente por vocación de servicio, dejar su actividad privada para ocuparse temporalmente de los asuntos públicos. Es el caso, entre otros muchos, de Alfonso Lazo Díaz, sevillano del 36, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y profesor en los sesenta de muchos de los que después serían líderes políticos andaluces en la transición.  Socialista de la vieja escuela, proveniente del PSP de Enrique Tierno Galván –también a él le llaman ahora “viejo profesor”-, ocupó cargos de responsabilidad en el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. Fue diputado por Sevilla en el Congreso (1977-1996),  portavoz socialista en materia universitaria y presidente de la comisión del Defensor del Pueblo. Llegó a ocupar la secretaría provincial del partido,  formó parte, como consejero de Cultura, del primer Gobierno preautonómico de la Junta de Andalucía presidido por Plácido Fernández-Viagas… y cuando le pareció oportuno volvió a la universidad a seguir investigando y enseñando historia y a continuar defendiendo los valores que acaso en el campo de la política partidista ya no le era posible defender. Alfonso Lazo, ya jubilado también de sus ocupaciones académicas,  continúa hoy impartiendo sus “clases” a través fundamentalmente de sus colaboraciones en la edición andaluza del diario El Mundo. Es uno de mis columnistas favoritos pues lo considero un intelectual lúcido y honesto que  busca siempre  la verdad por encima de las querencias ideológicas, y no tiene miedo a exponer lo que piensa, muchas veces a contracorriente de  lo que hoy propugnan quienes fueron sus antiguos compañeros de militancia, con una claridad y rotundidad poco comunes.
Hace unos días publicó uno de estos artículos (“Una cierta realidadEl Mundo, ed. Andalucía, 14/11/2104) que seguro habrá escandalizado a muchos, más que nada desinformados de la historia. En él se hacen  algunas afirmaciones -al hilo de lo mucho que nos gusta a los andaluces el intervencionismo estatal, lo que explica, según el autor, nuestras querencias electorales- que aunque no son novedosas, pocas veces las he  visto tan claramente expresadas, sobre todo por alguien que viene de la izquierda.
Una de esas afirmaciones es que “el franquismo sociológico sigue vivo en la región: una cierta realidad que no quiere decir su nombre y se disfraza de izquierda”. Se refiere al Régimen socialista andaluz, que se prolonga ya por cerca de cuarenta años, tantos como duró el régimen franquista del que lo considera de alguna manera heredero. Se refiere Lazo a su fundamentación en el papel paternalista y provisor del Estado y  al consiguiente  intervencionismo gubernativo en lo económico, en el afán controlador, visto aquí como un sistema progresista   por mucho que la realidad nos demuestre lo contrario manteniendo Andalucía a la cola del progreso”.

Pero la cuestión que quiero fundamentalmente destacar es la referencia al  mito de la II República, algo que Lazo ha estudiado en profundidad. Sobre este asunto mantiene:

la tan publicitada democracia de la Segunda República...duró menos que un soplo: a partir de febrero de 1936 el triunfo en las elecciones del Frente Popular convirtió aquel régimen, que nunca había sido muy liberal, en una dictadura de partidos de izquierdas y en la práctica desaparición del Estado de Derecho. La guerra civil no fue un enfrentamiento entre libertad y despotismo, sino el choque entre un totalitarismo que tomaba como modelo la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, y un totalitarismo de izquierdas cuyo modelo fue la Unión Soviética de Stalin.

No lo digo yo, lo dice el profesor Lazo. Pero es lo que pienso, después de haber leído no poco sobre el tema, desde hace bastante tiempo. Frente a esto se nos quiere imponer por ley que la II República española fue un régimen idílico de libertades abortado bruscamente por un alzamiento fascista. Con planteamientos así es natural que los intelectuales decentes y honestos no tengan más remedio que retirarse de la política y dejar paso a las nuevas camadas de estultos e ignorantes, amén en muchos casos de corruptos, que ahora imperan. Algo habremos hecho mal para merecer esto.


sábado, 6 de diciembre de 2014

LA LUZ CON EL TIEMPO DENTRO


 Moguer  es un pueblo grande y blanco rodeado de tierras rojas salpicadas de pinos verdes y una lengua de mar que se abre paso, tierra adentro,  por la ría. Sus calles  son anchas  y sus casas bajas y sobre ellas imperan la cúpula y la torre agiraldada de Santa María de la Granada. En una de sus entradas  principales, la que queda más al sur, hay un muro encalado con una leyenda en letras de forja, bien visible desde la carretera, que define a la ciudad como “...la luz con el tiempo dentro…” Desde pequeño vengo leyéndola,  cuando mi padre llamaba nuestra atención sobre  la figura del burrito  que adorna la gasolinera cercana, cada vez que pasábamos por allí camino de la playa.  Es difícil desentrañar el significado último de esta expresión, pero ejerce sobre mí la sugestión de las frases hermosas que nos hacen ver las cosas de una manera diferente a la que nos dicta la mera experiencia sensorial. Quien la acuñó era nada más y nada menos que Juan Ramón Jiménez, una de las mayores glorias literarias de España e hijo de esta villa. En ella transcurrieron la infancia y juventud del eximio poeta, universalmente reconocido por sus premios y por su labor dentro y fuera de nuestras fronteras.

Le tenía yo cogida un poco de tirria a Moguer por culpa de algunos moguereños, pero como este año se cumple el centenario de la publicación de la obra más famosa de Juan Ramón, allá que fuimos  a visitar la casa museo del poeta, cuya última restauración, llevada a cabo hace sólo unos años, no conocía.  Se trata de la segunda vivienda de Juan Ramón en Moguer. La primera se hallaba en el barrio marinero, calle Ribera, y desde su azotea se podía controlar el movimiento de los barcos que traían y llevaban los vinos con los que comerciaba su padre. Pero en aquella primera morada pasó pocos años, tantos como cuatro, trasladándose luego a otra más céntrica en la calle que actualmente lleva su nombre. Juan Ramón afianzó allí las raíces profundas de su sensibilidad y de su estilo, y de ella partió para –primero Sevilla, después Madrid…- conquistar el mundo de las letras. Conocería a Zenobia, se casaría con ella en Nueva York y cuando se establecieron en la madrileña calle Padilla sobrevino la guerra. Juan Ramón y Zenobia marcharon a Estados Unidos, un viaje que esperaban corto, de sólo unos meses, y que se convirtió en un largo exilio continuado más tarde en Puerto Rico.

Cuando el ayuntamiento moguereño comenzó a proyectar un museo que sirviera de homenaje permanente de la ciudad a su preclaro hijo, Juan Ramón no tuvo duda en cuanto a la preferencia por su ubicación en la casa que había sido el hogar de su juventud, relegando la de su nacimiento. Luego vino el reconocimiento del Nobel, pero también la muerte de Zenobia. Entre la concesión del premio y su entrega acaeció el triste suceso. Por eso no fue Juan Ramón a Estocolmo, y pocos meses más tarde también a él le alcanzó el final. Pero antes de ello, Juan Ramón había ya dispuesto el reparto de sus bienes personales entre su museo de Moguer y la Universidad de Puerto Rico. De manera que aquí vinieron muebles, ropas, enseres y libros, muchos libros y revistas, algunos de ellos con dedicatorias personales de Valle Inclán, Machado, Azaña…que Juan Ramón se encargaba de marcar y archivar cuidadosamente cuando eran leídos. Todos estos recuerdos nos hablan de las luces y las sombras de su vida. De su éxito literario, del amor de la pareja, pero también de las depresiones, de la hipocondría del poeta.  Y allá al fondo de la casa, en su parte trasera, con entrada directa también desde la calle, está la cuadra que diera cobijo a Platero en sus alegres días de salidas campestres, juegos con niños y con Diana, violetas, amapolas y otras florecillas rosas, celestes y gualdas… y en la que también fue velado la noche de su definitivo sueño  por una bella mariposa de tres colores.


No sé muy bien, para qué voy a mentir, lo que significa eso de “la luz con el tiempo dentro”. Pero cuando cada verano contemplo Moguer desde la atalaya  privilegiada de Montemayor y veo la luz radiante y quieta  que se cierne sobre el caserío pienso que quizá es allí  donde Juan Ramón percibió  una vez cómo el tiempo está  atrapado en su interior. Después el poeta se fue, y se quedaron los pájaros cantando.



sábado, 22 de noviembre de 2014

EL TRIUNFO DEL LIBERTINO

Carlos Álvarez y Rocío Ignacio cantan "La ci darem la mano.." GJ  

Mes de noviembre. Sevilla. Noche de ópera. ¿Qué mejor título que “Il dissoluto punito ossia il Don Giovanni” de Wolfang Amadeus Mozart, con libreto de Lorenzo Da Ponte? Allá que vamos al estreno. Este año por motivos laborales he tenido que cambiar el día de abono, y ello me ha permitido asistir a la apertura de la temporada. Un día de lo más normalito, sin embargo. Nada que ver con el glamour de, un poner, una milanesa noche de San Ambrosio. En Sevilla la ópera se ha convertido en un espectáculo muy democrático, y lo de lucir galas para la ocasión queda un tanto desubicado.
Yo esperaba algo así como que antes de iniciarse la representación saliese el presidente del comité de empresa de la ROSS con la cabeza –figurada, claro está- de Pedro Halffter, a quien acaban de cortársela –también figuradamente, cómo no- como director titular de la formación, para ofrecérsela a los músicos, principales impulsores de la defenestración –otra metáfora- del madrileño. Tras el largo pulso mantenido al final la cuerda acabó rompiéndose por donde suele. Como en el fútbol, es más fácil echar al entrenador que a la plantilla. Y aquí la plantilla se ha salido con la suya, en algo que a mi me da la impresión es más bien un ajuste de cuentas por asuntos laborales que una cuestión artística. Pero no hubo nada de eso, aunque lógicamente flotaba el asunto en el ambiente. Deseamos a Axelrod mejor suerte para no caer en desgracia ante tan exigentes profesores, para lo cual el sabrá lo que tiene que hacer. No en vano viene de Italia, donde de esto saben bastante.
Lo que sí hubo fue un minuto de silencio en memoria de Dª Cayetana Fitz-James Stuart, fallecida como todo el mundo sabe el día anterior en Sevilla, y quien, como se dijo por la megafonía del teatro, de no ser por ello seguramente hubiera estado con nosotros, como acostumbraba.  Hubo gente maleducada que no se levantó, como hiciera Zetapé, de imperecedera memoria, al paso de la bandera norteamericana. “Yo es que no la conocía de nada” decía uno de estos a mis espaldas. Si el minuto de silencio hubiera sido por la momia de Lenin seguro que se hubiese puesto en pié. Porque claro, es que Lenin era muy conocido en Sevilla y además acudía con asiduidad a las representaciones de ópera.
Y ya que hablábamos de defenestraciones, fue en Praga precisamente donde se estrenó “Don Giovanni” y hay quien mantiene que la obra tiene que ver más con la ciudad checa que con la nuestra. Pero la mediterránea escenografía de Mario Gas, estrenada en el propio teatro en 2008, no tenía que ver ni con la una ni con la otra. A menos que Gas se creyera aquello que alguien prometió de hacer una playa en Sevilla. Lo última vez que el director catalán estuvo por aquí recuerdo cómo masacró el final de Butterfly con una infumable proclama antiyanki. En esta producción de "Don Giovanni" sucumbe a la moda, tan extendida por otra parte, de dejar al libertino sin castigo, contrariando por completo el sentido de la obra, que hasta en su título lo resalta.
En lo musical contamos con un buen ramillete de voces, todas españolas, a excepción del Comendador, encarnado por el ucraniano Pavel Daniluk. Unos estuvieron mejor que otros, pero bien en general, incluido el coro, que con tanto brío cantó “¡¡viva la libertá!!” que hasta parecía que se lo creían, en una tierra donde la libertad tiene tan poco predicamento. Del elenco destacaba a priori Carlos Álvarez, que si no me equivoco regresaba al Maestranza tras sus problemas de salud que lo mantuvieron un tiempo alejado de los escenarios. No vamos a descubrirlo ahora, aunque quizá no estuvo en plenitud de facultades por estar convaleciente de un catarro, según se advirtió. Pero decía Roberto Alagna en una entrevista concedida hace unos días en Madrid, que “la verdadera dificultad del canto no estriba en los alardes circenses, sino en el fraseo, en la dicción, en la musicalidad… y en eso el malagueño es un maestro, uno de los grandes. Un lujo tenerlo aquí. Entre el resto me sorprendieron gratamente José Luis Sola (Don Ottavio) - su “Dalla sua pace..” fue para mi uno de los momentos álgidos de la noche-  y la voz carnosa a la vez que cristalina de Rocío Ignacio en el papel de Zerlina. Todos ellos resaltaron además gracias a la dirección del joven y brillante director ruso Maxim Emelyanychev, que empezó un tanto eléctrico, para después ir serenándose, sin dejar de hacer una lectura muy enérgica y con criterio, dando a cada momento la tensión que necesita, en una partitura a la que siempre es difícil cogerle la medida entre lo dramático y lo jocoso.

          "Don Giovanni" es quizá la ópera que más veces he visto y/o escuchado.  Sólo este año puedo contar nada menos que los de Glyndebourne y Salzburgo, este último con el experimento de Ildebrando d’Arcangelo en el papel estelar. El del Maestranza no les tiene por qué envidiar.

sábado, 15 de noviembre de 2014

ZOIDO Y LOS IMPUESTOS

Mis compañeros del Consejo Económico y Social de Sevilla aprobaron recientemente, por ajustada mayoría de 21 votos a favor frente a 19 en contra, el preceptivo dictamen sobre el proyecto de ordenanzas fiscales del Ayuntamiento para el ejercicio 2015. En dicho dictamen se contienen, sin fundamentación fáctica alguna, dos afirmaciones primordiales que marcan su contenido y motivan mi comentario. La primera dice que “el notable incremento de la carga distributiva de los sevillanos...de los ejercicios 2012 y 2013 ...globalmente y salvo excepciones no han sido absorbidos con las Ordenanzas de 2014 y las previstas para 2015”. La segunda dice que “la suavización de la presión fiscal ha ido encaminada al tejido empresarial de Sevilla, pero globalmente no hacia el resto de la ciudadanía”. Como era de esperar, algún portavoz de la oposición municipal utilizó posteriormente los mismos o similares argumentos en el Pleno de esta semana en que quedó, a su pesar, aprobada inicialmente dicha normativa. Esta lectura, meramente voluntarista y política según se ha denunciado en el voto particular emitido por la CES y al que se han adherido otros consejeros, es la que ha propiciado la ruptura y la división en el seno del Consejo, que en los últimos años solía venir alcanzando acuerdos de consenso en sus dictámenes.
         La verdad, sustentada en datos, es que cuando realmente subieron los impuestos municipales en Sevilla, y lo hicieron de una forma desmesurada, fue en el periodo 2007-2011. Según información facilitada por la Agencia Tributaria, el recibo medio del IBI en 2007 se situaba en el importe de 291,86.-€, mientras que en 2010 llegó a alcanzar los 354,53.-€, descendiendo en 2011 a 350,34.-€. Es cierto que en 2012 y 2013 subió a 385,02.-€, por las razones que después veremos, pero en 2014 y 2015 bajan a 335,15.-€. Por consiguiente es claro que por este tributo, probablemente el más generalizado de entre los locales y el que más se nota en nuestros bolsillos, los sevillanos pagaremos menos no sólo que en 2013 y 2012, sino menos incluso que en 2009. En el impuesto de plusvalías (por incremento del valor de los terrenos) los mismos datos arrojan que al final del anterior mandato había experimentado un incremento del 10,22% , al final del presente habrá descendido un 1,66%. En el ICIO, que grava la actividad de la construcción, en el año 2008 el tipo pasó del 2,88 al 4 por ciento, lo que supone una subida del 38,8%, y así se ha mantenido hasta que en 2014 se ha bajado al 3,75, que se mantiene para 2015. Por no hacerme pesado con las cifras referiré como último ejemplo el del IVTM (circulación para entendernos), que para los turismos, en el mandato anterior subió un 7%, mientras que en el presente baja (salvo para las gamas altas) un 1,86%.
          Pues bien, los señores que regían nuestro Ayuntamiento hasta 2011 no sólo nos subieron de esta manera los impuestos, sino que al marcharse dejaron una deuda de más de 700 millones de euros que pesaba como una losa insoportable sobre la economía del municipio. De manera que hubo que hacer un Plan de Ajuste, y un Plan de Pago a Proveedores para pagarles a quienes se les debía desde no se sabe cuando (porque aunque algunos piensen que no, las deudas hay que pagarlas por ley, y por decencia) y otra serie de encajes de bolillos, motivos por los cuales, y en virtud del Real Decreto-Ley 20/2011 -norma por tanto estatal- el IBI subió un 10% en 2012 y se mantuvo en 2013 hasta bajar un 14,7 en 2014.
             Por lo tanto, nadie con seriedad puede decir que en los ejercicios 2014 y 2015 los impuestos en Sevilla no hayan bajado a niveles inferiores a los que había en 2011 e incluso más atrás. Y si es cierto que en 2012 y 2013 se pagaron más impuestos por algunos conceptos se debe explicar por qué y a quiénes se lo debemos. Por otra parte si han bajado el IBI, fundamentalmente, y el IVTM, que son los más comunes, es claro que la bajada ha beneficiado a los ciudadanos en general y no sólo al “tejido empresarial”.
              Pero además esa bajada de impuestos, combinada con una gestión más austera y una más eficaz recaudación, junto con un mayor énfasis en la lucha contra el fraude y la evasión fiscal, no ha impedido mejorar los ingresos, y al tiempo que se mantienen los servicios, reducir la deuda al rango de los 460 millones de euros, haber salido ya recientemente del Plan de Ajuste y colocar el periodo medio de pago a proveedores en torno a los veinte días.
             A Zoido pues se le podrán achacar otras deficiencias en su gestión, en la que en todo caso no se puede obviar el manifiesto y continuo boicot sufrido en muchas de sus iniciativas por parte de la Junta de Andalucía, pero desde el punto de vista económico , de saneamiento de la hacienda municipal y de asentamiento de las bases que permitan la continuidad de los servicios que la administración local debe prestar a los ciudadanos, creo que sólo se puede calificar de sobresaliente. Es cierto que aún se podría, y en mi opinión debería, incidir más en esas rebajas fiscales, por ejemplo, situando el tipo de IBI en el mínimo permitido, pero al menos se está en esa dirección y no en la del descontrol del gasto y el despilfarro que caracterizaron a corporaciones anteriores. Hay por ahí quien dice que Zoido no ha hecho “nada” en estos ya casi cuatro años. Pues para mí -dadas las circunstancias, y aunque por supuesto no quiero decir que sea así- sólo con haber hecho esto ya sería “bastante”, y creo que los sevillanos haríamos bien en no dar la más mínima oportunidad para que vengan otros manirrotos a machacarnos de nuevo con los impuestos o a dejarles la cuenta por pagar a nuestros hijos o a nuestros nietos.                      

viernes, 7 de noviembre de 2014

DERECHO A DECIDIR

En esta España convulsa en que nos ha tocado vivir, en la que se grita más que se razona, y en que a cualquier personajete le ponen un micrófono y una cámara delante para que pontifique desde su estulticia o su paranoia, uno de los problemas con que nos enfrentamos a la hora de solucionar nuestros problemas es el de la necesidad de andar constantemente discutiendo sobre lo obvio. Cosas que deberían darse sobradamente por sabidas y asentadas en el conocimiento general resulta que hay que estar una y otra vez recordándolas, porque solo así se pueden establecer las bases de un debate racional. Particularmente me da mucha pereza entrar en estas discusiones de principiantes, pero estoy tan harto, especialmente en estos días, de escuchar las sandeces que dicen algunos por ahí, y con la soltura que las dicen, que me parece una obligación moral, casi caritativa, recordar aquí, para quien lo quiera leer, algunos apuntes sobre el tan manido derecho a decidir que tantos invocan como el nuevo totem de una sociedad democrática.
      En la moda imperante de inventarnos los derechos existen dos variantes: las de establecerlos ex novo, o la de extenderlos a supuestos para los que no estaban contemplados. En una sociedad democrática es evidente que los ciudadanos tienen derecho a decidir sobre muchos aspectos de su vida personal y de la vida política, pero siempre dentro de las leyes, que son las que sostienen esa democracia, que sin ellas sería simplemente una anarquía. En un Estado democrático y de derecho -parece mentira que haya que recordar esta obviedad- no se tiene derecho a decidir por encima de lo que permiten las leyes. El derecho a decidir no es por tanto ilimitado. Si lo fuera nos convertiría a cada uno en potenciales dictadorcitos, que son los que por definición deciden sobre todo y sobre todos. Por lo general el derecho a decidir sólo se tiene respecto de lo que nos pertenece o tenemos sobre ello un poder legítimo de disposición, según la legalidad. Contrario sensu, que diría un cursi, no se tiene derecho a decidir sobre lo que a uno no le pertenece o no tiene un poder legítimo de disposición. Esta máxima, tan simple, tan sencilla y tan elemental, es básica para afrontar muchas de las cuestiones que se suscitan en el debate público actual, por ejemplo, en relación al problema catalán que es el más inmediato de entre estos.
       Los independentistas catalanes -incluso muchos que no son tales- reclaman su derecho a decidir sobre Cataluña como les parezca, más allá de lo que permiten las leyes, obviando que Cataluña no les pertenece, como no les pertenece el rellano de la escalera de la segunda planta de mi bloque en exclusiva a los vecinos de la misma. Cataluña, según la Constitución, pertenece a todos los españoles, los que viven allí y los que no lo hacemos, y todos pertenecemos, para bien y para mal, a la misma y única nación. Tenemos por tanto derecho a decidir sobre el destino de esta, pero conjuntamente y no por partes. Cada uno en nuestro rellano podemos decidir determinados aspectos, pero no lo que nos de la gana sin contar con el resto.

          Por lo tanto, el derecho a decidir se tiene dependiendo de sobre qué. Democracia no es derecho a decidir sobre cualquier cosa que se nos antoje. A día de hoy Cataluña no tiene derecho a decidir sobre su independencia. Ni a través de referendos, ni a través de “elecciones plebiscitarias” ni a través de pantomimas con pan tumaca como la que nos espera este domingo. Y quien pretenda reconocer este, a día de hoy, inexistente derecho -ojito que hay tentaciones- tendrá que consultarlo antes al resto de los españoles. 

domingo, 26 de octubre de 2014

URGE UNA SOLUCIÓN EN EL MAESTRANZA

Cuando nada más terminar la liga de futbol de cada año se abre temporada de fichajes veraniegos, comienza el baile de nombres de futbolistas y entrenadores aspirantes a cambiar de aires y el  correr de bulos, dimes y diretes sobre destinos, pretensiones, cantidades, etc,  que animan la prensa deportiva en esos meses sin competición. Lo azaroso y complicado de alguna de esas operaciones hace que estas historias se prolonguen y enrevesen convirtiéndose en lo que los periodistas del ramo llaman “culebrones”.
Algo así es lo que está ocurriendo en Sevilla desde hace varios meses a cuenta de la la elección de nuevo director para la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y el Teatro de la Maestranza, un proceso pésimamente gestionado desde su inicio. Pero este culebrón, a diferencia de los deportivos, no hacen correr ríos de tinta ni ocupar gran cantidad de megas de memoria en los servidores de los diarios digitales. Será que la cultura –quién lo duda- no interesa tanto como el fútbol. Pero lo cierto y verdad es que ambas instituciones son a día de hoy claves en la vida y en la proyección cultural de esta ciudad. 
El tal culebrón ha tenido en las últimas semanas dos importantes episodios. El primero de ellos cuando tras parecer que ya estaba acordado que Pedro Halffter seguiría al frente de ambas instituciones,  apoyado por dos de las administraciones implicadas –estatal y local-,  la Junta de Andalucía, en una muestra más del “cariño” que le tiene a la Sevilla zoidiana, volvió a bloquear el asunto, enrocándose al parecer en la defensa de su candidato, el texano John Axelrod, no se sabe muy bien si por la confianza ciega en las cualidades de éste, si por desprecio a Halffter –al que el consejero Alonso le tiene hecha la cruz hace tiempo- o simplemente por fastidiar, que es uso muy común últimamente de la administración autonómica para con la capital de Andalucía.
El segundo  episodio tuvo  lugar la semana pasada cuando el director madrileño volvía al podio del Maestranza a dirigir a la orquesta cuyos músicos,  mayoritariamente según parece, no le quieren.  Y así se lo hicieron saber luciendo buena parte de ellos en el concierto un lazo verde en apoyo, dicen, de su comité de empresa, que como reivindicación principal ha tomado la del  cambio en la batuta titular de la formación.

A mí me gustaría saber con detalle en qué radican los motivos del desencuentro de los músicos con Halffter. ¿Son problemas artísticos o son laborales, o qué son? Porque si son artísticos no sé qué pinta el comité de empresa en esta película. Y si son laborales, que lo digan claramente y no anden disfrazándolos de otras cosas para disimular que lo que quieren es cobrar más. Hasta ahora sólo he escuchado (o leído) o burdas descalificaciones que algunos músicos anónimos vierten en comentarios en las redes sociales, o las vagas alusiones por parte del  comité a la “espiral descendente de los tres últimos años” (¿me equivoco o es el tiempo que los músicos llevan con el sueldo reducido, como todo quisque?). En el otro lado de la balanza tengo mi directa apreciación personal -no profesional, pero sí de aficionado- del trabajo de Halffter al frente de la orquesta, que no me parece precisamente malo. Ahora bien, si esa música la hace la orquesta "sola" –como dicen algunos de los comentaristas  aludidos-  ¡pues ahorrémonos a los directores! A Halfter y a cualquier otro. Yo creo que los trabajadores no tienen por qué amar a su jefe. Basta con que hagan bien su trabajo siguiendo sus instrucciones. La decisión de quién haya de ser el director, como en cualquier otra empresa, no les corresponde a ellos, entre otras cosas porque son muchos y diversos los aspectos a valorar. Más les valiera pues dejarse de protestas. Urge por otra parte que las administraciones responsables tomen ya la decisión definitiva, o en su defecto expliquen con pelos y señales qué es lo que está pasando, pues hay una absoluta falta de transparencia en este asunto. Que explique cada uno sus porqués y sus razones y veremos si se trata de motivos fundados o meros personalismos y zancadilleo. Porque esta dilación puede pasar una gravosa  factura, tanto  por el clima enrarecido en la orquesta como por el retraso en la programación de próximas temporadas del teatro. A ver si no va a pasar  que entre todos terminemos cargándonos el invento.

viernes, 19 de septiembre de 2014

LA SEVILLA DE MÉRIMÉE (II)




Pues sí. Como contaba en mi anterior entrada, en la novela Carmen de Próspero Mérimée, inspiradora de la famosísima ópera del mismo nombre, se habla de diversos lugares perfectamente identificables de Sevilla como la Fábrica de Tabacos, la calle Sierpes o el barrio de Triana. Pero el lugar sevillano quizá más trascendente en la narración, y es poco conocido porque su mención no se trasladó al libreto operístico, lo sitúa Mérimée en la calle Candilejo. Quien pase por ella se habrá dado cuenta de que desde hace unos meses se ha abierto allí una tienda con el sugerente nombre de “Le secret de Carmen”, en cuya fachada además hay una placa recordatoria patrocinada por el programa “Sevilla, Ciudad de Ópera”. Pero ese secreto se desvela en la novela, no en la ópera.
Hay que tener en cuenta que si Mérimée escribe Carmen no es porque por casualidad se le ocurriera un buen día paseando por los Campos Elíseos o el Bosque de Bolonia. Su atracción por España, común a otros escritores franceses de la época, es una constante en su vida, de manera que llega a  realizar hasta seis viajes por nuestro país, en el primero de los cuales (1830) parece ser que la condesa de Montijo, madre de la que luego sería emperatriz de los franceses, Eugenia de Montijo, le contó las historias en las que años más tarde, concretamente quince,  se basó para escribir la obra que nos ocupa. Como la Edad Media era también un tema de atención preferente para los escritores románticos, don Próspero conocía los relatos tan atractivos para dicha mentalidad que se contaban del rey Pedro I de Castilla, llamado por unos el Cruel y por otros el Justiciero, entre ellos lógicamente el del famoso homicidio por el que fue colocada allí donde se produjo, y aún permanece, la cabeza del propio rey. De hecho, años después de publicar Carmen, Mérimée escribió una historia de este monarca. Así que es posible que el conocimiento de esta calle sevillana por tal motivo es lo que  le llevara a situar imaginariamente en ella la casa de la vieja Dorotea, que es donde Carmen seduce finalmente al incauto don José. A ella llegan tras una noche de fiesta en la trianera taberna de Pastia, después de atravesar prácticamente toda la ciudad, pues como es sabido, la calle del Candilejo, que es como se le menciona repetidamente, se encuentra ya bien cerca de la puerta de la Carne. Después de convencer a la reticente vieja, la pareja se queda a solas en la casa y entonces Carmen hace gala de su arrebatadora sensualidad, que el lector tiene no obstante que imaginar, porque se dan pocas pistas. “Pasamos juntos todo el día, comiendo, bebiendo y lo demás” cuenta púdicamente Mérimée por boca de don José. Desde entonces el soldado ya no puede pensar en otra cosa. La calle del Candilejo se convierte en el epicentro de su obsesión. Mas para Carmen es muy diferente. Para ella  “l’amour est enfant de Bohème, qui n’a jamais, jamais connu de loi”. Le da pares y nones hasta que un día José acude a la casa de Dorotea y allí descubre a su amante nada menos que con un teniente de su mismo regimiento, al que acaba matando in situ. Es el punto de no retorno de la trama. De ahí a la vida de bandolero arrastrado por el fatal amor a una mujer que no iba sin embargo a dejarse atar por nada ni por nadie. Pero la casa de la calle del Candilejo quedaría para siempre como el más preciado y evocador recuerdo de la arrebatadora pasión sentida por la gitana, quizá como el único momento de plenitud extática de la relación. “¡Ah! ¡Señor, aquél día!¡Aquél día!..., cuando pienso en él olvido el de mañana” dice José la noche antes de ser ajusticiado.


***

-¿Y la plaza de toros?¿Dónde se deja usted la plaza de la Real Maestranza? Todo el mundo sabe que el cuarto acto de la ópera tiene lugar en las inmediaciones de un coso taurino que no puede ser otro que el del Baratillo.

Pues no señor (o señora). La plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla brilla absolutamente por su ausencia en la novela. La corrida a la que José acude presa de los celos siguiendo a Carmen, porque esta ha ido a ver la actuación de su nuevo amante, el picador (que no matador) Lucas (que no Escamillo), tiene lugar en el coso de la capital cordobesa, y la muerte de Carmen en algún lugar de la serranía, a donde la ha llevado el desesperado exmilitar intentando convencerla de que marchen los dos a América para empezar una nueva vida.

Así que el protagonismo pleno de Sevilla en la ópera hay que atribuírselo no a Mérimée, sino a Mehilac y Halévy. Si la calidad del libreto, escrito bastantes años después de la publicación de la novela, ha sido fuertemente cuestionada en relación con su referente -no así la de la música de Bizet- los sevillanos le debemos a este que nuestra ciudad haya quedado vinculada en exclusiva a este mito universal, algo de lo que no estoy seguro hayamos sabido sacar siempre el deseable provecho.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

LA SEVILLA DE MÉRIMÉE



Mi afición por la ópera y por las cosas de Sevilla me han llevado este verano a la lectura de la novelita de Próspero Mérimée en que se basan Ludovic Halévy y Henry Mehilac para su libreto sobre la historia de la famosa cigarrera sevillana al que puso música  George Bizet, y que constituye una de las obras del repertorio lírico más universalmente asociadas al nombre de esta ciudad, a pesar de lo cual quien esto escribe, abonado de más de veinte años del Teatro de la Maestranza, todavía no la ha podido ver representada en él.¡Qué cosas!
Tenía curiosidad por saber cual es el grado de fidelidad del libreto respecto de la novela – a la que me he referido antes en diminutivo por su extensión, que no por su calidad-  y sobre todo qué lugares y que ambientes sevillanos eran utilizados como escenario de los lances de la misma y qué detalles de ellos se daban.
Cuenta Mérimée -que es narrador y personaje a la vez en la primera parte de la obra, en la que anda cual arqueólogo buscando confirmar sus teorías sobre la localización de la batalla de Munda- que conoció a la Carmencita –“voilà, la Carmencita!”- en Córdoba, donde entonces vivía, en una modesta casa al otro lado del puente que atraviesa el río, con el exmilitar vasco-navarro don José, el hombre al que hizo perder la cabeza por ella y terminó matándola después de darse a la vida de bandolero y contrabandista por su causa. Me llamó la atención que nuestro autor dé noticia, allá por el 1830, de una nevería en la ciudad de los califas donde se servían helados. Por mi ignorancia no imaginaba yo tal grado de refinamiento en una ciudad que en aquél entonces, pasados sus tiempos más gloriosos, debía ser más un poblachón rural más que una gran urbe. Tascas, tabernas y colmaos era lo primero que se me podía venir a la mente. Sin embargo el mismo autor nos dice en una nota que “apenas hay en España pueblo que no tenga nevería”. Así que por lo visto era cosa común, si bien solía tratase sólo de un establecimiento tipo café provisto de una nevera, o bien de un depósito de nieve, que proveerían supongo con la traída desde aquellos neveros de los que tantos he visto en mis excursiones por la alta montaña, hoy lógicamente en desuso. En ellas podía uno sentarse a tomar un helado “en una mesita alumbrada por una vela encerrada en un globo de vidrio”, y si las había en Córdoba, también las habría en Sevilla, donde no aprieta menos el calor.
Para pasar a los escenarios sevillanos hay que esperar a la segunda parte de la novela, ubicada temporalmente unos años más tarde que la primera, en la que el desdichado José Lizarrabengoa, que va a ser ajusticiado por sus crímenes, cuenta al escritor la historia de su relación fatal con la gitana Carmen. El ya condenado vuelve a estar en Córdoba, pero cuenta sus andanzas por toda la geografía andaluza (Málaga, Jerez, Vejer, Gaucín, Granada, Ronda, Gibraltar, Montilla… y, cómo no, Sevilla).
El primer enclave hispalense que aparece citado es la Fábrica de Tabacos, “ese gran edificio, extramuros, cerca del Guadalquivir”. Se trata por tanto sin lugar a dudas del edificio obra de Van der Brocht cuya completa terminación databa de medio siglo atrás, y no del que anteriormente albergara tal industria en nuestra ciudad, sita en la más céntrica, y siempre intramuros, plaza de San Pedro. Allí es donde se dice que trabajaban cuatrocientas o quinientas mujeres –otras fuentes elevan considerablemente el número- que cuando hacía calor “se aligera(ba)n de ropa, sobre todo las jóvenes”. Ya anteriormente el amigo Próspero, que no perdía ocasión de poner su picante para la época, había hecho alusión a la desnudez de las cordobesas que a determinada hora del día se bañaban en el río. Como es bien sabido, es a la entrada de la fábrica, un viernes por más señas, donde el soldado conoce a la guapa cigarrera que le lanza, provocadora, la amarilla flor de casia que llevaba en la boca.
Luego también se habla de Triana, donde se sitúa la célebre taberna (figón en la novela) de Lillas (Tomás en caló) Pastia, “un viejo vendedor de pescado frito, gitano, negro como un moro...”. Claro que como en el libreto se dice “Près des remparts de Séville, chez mon ami Lillas Pastia”, yo la imaginaba más bien por la parte de la Macarena, que es donde los sevillanos de hoy conocemos las murallas, pero no es así. De la calle Sierpes, lugar donde se ubicaba la cárcel a la que supuestamente llevarían presa a Carmen tras su pelea en la fábrica, y en la que se escapa de sus guardianes tras engatusar a don José, dice Mérimée que “merece perfectamente el nombre por las revueltas que da”. Serán cosas de la percepción francesa, porque a mi no me lo parece tanto. Claro que si lo comparamos con la rectitud de los bulevares parisinos, entonces sí. Pero es que no es cuestión de comparar Sevilla con París.
No se precisa la ubicación del calabozo en el que acaba el “tontaina” del cabo como consecuencia de la acción anterior, y del que Carmen lo anima a escapar facilitándole una lima introducida en “un pan de Alcalá”, que debería ser  supuestamente el de alguno de los establecimientos militares de la ciudad. Tampoco se dan pistas sobre dónde pudiera estar la casa del coronel a cuya guardia es destinado tras su degradación y cumplimiento de castigo –había rehusado la incitación a la deserción- y donde vuelve a ver a la omnipresente Carmen.
También se habla de otros lugares no identificables: una confitería donde la gitana compra yemas y turrón, un punto de la muralla, cercano a una de sus puertas, donde se había abierto una brecha aprovechada por los contrabandistas, una iglesia en la que entra José a llorar amargamente los desplantes de Carmen… Pero el lugar principal es uno que normalmente los sevillanos asociamos preferentemente a otra leyenda y a otro personaje como es el rey Pedro I, motivo por el cual seguramente también lo conocía el novelista francés, que la cita de manera introductoria en la narración, y además añade una nota explicativa. Me refiero a la calle Candilejo. Pero de esto hablaré en otra entrada, que esta ya me queda un poco larga para lo que es habitual en este blog.


martes, 19 de agosto de 2014

VERANO DEL CATORCE


Estamos en 2014 y van pasando uno tras otros los plácidos días del verano. Hace exactamente un siglo el escritor austriaco Stefan Zweig daba cuenta de sus despreocupadas vacaciones de aquél otro año 14 en Ostende: “los turistas se tumbaban en la playa junto a sus casetas de colores brillantes o se bañaban en el mar, los niños hacían volar sus cometas, los jóvenes bailaban junto a los cafés o en el paseo junto al muro”. Todo transcurría con anodina normalidad, aunque de vez en cuando llegaban hasta allí los ecos de la amenaza de conflicto armado que se cernía sobre ellos - igual que hoy llegan a nosotros, en el relativo relax de nuestro descanso veraniego, las terribles noticias de la guerra en Irak, en Gaza, en Ucrania...- sin que no obstante esos sobresaltos puntuales fuesen suficientes para alterar el ritmo de las ocupaciones propias de los veraneantes que de las más diversas nacionalidades allí se habían dado cita. Sin embargo, “..de repente -recuerda gráficamente Zweig- una fría ráfaga de terror sopló sobre la playa despoblándola por completo”. El asesinato en Sarajevo del emperador Francisco Fernando de Austria el 28 de junio de aquél año fue el detonante de una serie de fatales decisiones que llevaron a los países de la civilizada y desarrollada Europa a la guerra más feroz y devastadora conocida hasta entonces, que acabó teniendo una dimensión mundial.
Dado lo llamativo de la efemérides, y el tiempo libre que me permiten las vacaciones, me ha parecido oportuno dedicar buena parte de ese tiempo a rememorar y profundizar en las raíces y desarrollo del conflicto, escogiendo para ello el voluminoso libro escrito para la ocasión por la prestigiosa historiadora británica Margaret MacMillan con el título “1914. De la paz a la guerra”(Turner, 2013). En él MacMillan se centra, con admirable minuciosidad, sobre todo en analizar las causas y antecedentes que condujeron al conflicto desde algunas décadas atrás. Cómo un mundo que parecía haberse encaminado por la senda de la paz y del progreso se vio abocado a las más terribles pesadillas que nos trajo el s. XX, iniciadas precisamente por esta conflagración. El relato, a pesar de su prolijidad, es verdaderamente fascinante. MacMillan no se limita a los hechos, sino que se detiene en describir los ambientes social y político imperantes en cada una de las principales potencias del momento -entre las que desde luego no estaba España-, recordar algunas de las ideas predominantes que alentaban la belicosidad (nacionalismo, honor patriótico, darwinismo social, militarismo, etc, frente al débil movimiento pacifista) y especialmente en indagar la personalidad de los principales actores políticos y militares en una época en que el poder, y por lo tanto las decisiones trascendentes, estaba, bastante más que ahora, concentrado en manos de un reducido ramillete de individuos.
             En las casi ochocientas páginas del libro MacMillan maneja con soltura una gran cantidad de información, que va sin embargo exponiendo de forma amena y asequible para el lector medio. Por él pasan desde los fastos del jubileo de diamantes de la reina Victoria o la Exposición Universal de París de 1900 a los ecos de las guerras precedentes más inmediatas (desde las napoleónicas, a la de los bóxers, los boers, Crimea, franco-prusiana o ruso-japonesa); la formación de los bloques contendientes (la triple alianza de Alemania, Imperio Austrohúngaro e Italia, frente a las ententes entre antiguas rivales como Gran Bretaña, Francia y Rusia); el desmoronamiento de los vetustos imperios chino, otomano y persa, que despierta la avidez de las potencias occidentales sobre sus territorios; el debilitamiento del imperio británico, tan extenso como desperdigado, enfrentado a la creciente pujanza de la recién nacida Alemania, y la carrera armamentística naval emprendida por ambos; el problema surgido por el control de Marruecos; los cambios tecnológicos, estratégicos y logísticos en el campo militar; el surgimiento de nuevas potencias extraeuropeas como EEUU y Japón; las relaciones de familia que unían a los monarcas de Gran Bretaña, Alemania y Rusia; el conflicto aún latente de los Balcanes, causa última e inmediata que desencadena la contienda; los retratos del káiser Guillermo, el emperador Francisco José -también el de su amada y popular Sissi-, del archiduque Francisco Fernando -paradójicamente uno de los mayores defensores de la paz, cuya muerte desencadenó la guerra-, del zar Nicolás, de sus principales ministros y asesores militares y diplomáticos (Tirpitz, Delcassé, Salisbury, Fisher, Witt, Grey, Büllow, Joffre, Poincaré, Berchtold, Asquith, Moltke, Bethmann, Conrad, Schlieffen, Sujomlínov, Aehrenthal...) Un libro en suma en el que más que un relato bélico lo que se recoge es el testamento de un mundo, sobre todo de sus clases dirigentes, que -con todos sus problemas y complicaciones- se las prometía felices tras varias décadas de relativa paz, y que sin embargo fue empujado insensatamente a venirse abajo con estrépito en aquél sangriento verano del 14, en que se apagó la luz en Europa y el orbe entero fue cubierto por una tenebrosa tiniebla. Cien años después la guerra aún no ha sido desterrada por la humanidad como método bárbaro de resolución de sus diferencias.

 

miércoles, 18 de junio de 2014

EL BRILLANTE OCASO DEL ANILLO

Foto Teatro de la Maestranza
La tetralogía wagneriana “El anillo del nibelungo” es la obra más colosal de la historia de la música. Su representación íntegra a lo largo de cuatro sucesivas temporadas ha constituido el proyecto más ambicioso acometido por el Teatro de la Maestranza a lo largo de su aún corta existencia. El ciclo se inició cuando todavía la dichosa crisis económica no había golpeado con tanta dureza como después lo hizo o al menos no se preveía tan larga su duración. Se escogió entonces la exitosa pero muy costosa producción que La Fura del Baus había realizado para Valencia y Florencia. Cuando las aportaciones al presupuesto de las distintas administraciones implicadas comenzaron a mermar se llegó incluso a dudar de poder culminar el empeño. Afortunadamente, a pesar de las restricciones presupuestarias el teatro consiguió programar la cuarta de las óperas, aun a costa de ahorrar en otras producciones, con la consiguiente merma. Y miren ustedes por dónde al final han sido los señores músicos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla quienes, en un alarde de egoísmo sin parangón, han estado a punto de dar al traste con este acontecimiento cultural de primera magnitud para la ciudad con su tan injustificada como inoportuna convocatoria de huelga, al final felizmente evitada. No es de recibo que se ponga en peligro una inversión de nada menos que 500.000.-€ porque los señores músicos exijan participar en la elección del director de la orquesta o anden protestando porque las medidas del foso del teatro no les permite disfrutar del espacio que dispone la normativa de prevención de riesgos laborales. ¡Como si el foso fuera una fábrica! No parecen cuestiones de relevancia para llegar a este extremo. Muchos trabajadores en Sevilla y en España vienen pasando por auténticos problemas laborales pero no tienen la “suerte” de poder poner en jaque incluso la proyección internacional de una ciudad. Aprovecharse de esta circunstancia es un claro abuso por parte de estos señores. Hace poco hemos podido asistir a la cancelación del estreno de una “Carmen” en el Carlo Felice de Génova, en este caso debido a una protesta del personal técnico y administrativo del teatro. Aficionados de todo el mundo esperábamos la retransmisión on line del evento, que finalmente no se produjo para disgusto de todos. Gracias a quien corresponda aquí no se llegó a tanto, pero la mera convocatoria ya me pareció un exceso que sin duda habrá tenido su repercusión sobre todo respecto al público foráneo que hubiera podido tener intención de venir y quizá se retuvo por las incertidumbres.  
         
Foto Teatro de la Maestranza
Pero ayer era un día para dejar todo esto en un segundo plano y disfrutar. Y yo al menos sí que lo hice, de tal manera que la tarde se me hizo corItísima gracias a las cinco horas y media que pasamos en el teatro. Lo más sobresaliente de la velada fue, paradójicamente, la actuación de la orquesta dirigida de forma magistral por Pedro Halffter, a quien al parecer sus propios músicos cuestionan. Ya había tenido la fortuna de escucharla en ensayo y me pareció sublime. Ayer lo ratificaron. Es una lástima que aspectos de índole secundario puedan llegar a  enturbiar el excelente trabajo artístico de esta formación. Siguiendo con la aportación de la tierra, la intervención del coro en el segundo acto me resultó sencillamente espectacular. Por lo que hace a los solistas se puede decir que globalmente cumplieron su cometido de manera notable. Tanto Stefan Vinke (Sigfrido) como  Linda Watson (Brünnhilde) cuentan en sus currículos con presencias en Bayreuth (especialmente la segunda, que ha trabajado allí varias veces a las órdenes nada menos que de Christian Thielemann) lo que es una buena carta de presentación para cualquier cantante wagneriano. Creo sin embargo que ninguno de los dos descolló especialmente por diversas razones, aunque mantuvieron el tipo hasta el último acto, en el que dieron lo mejor de sí, que no es poco con estos “papelones”. Christian Hübner fue muy aplaudido al final, pero a mi no me gustó su voz, y eso que el perverso Hagen es quizá mi personaje favorito de esta ópera. Del resto, de buen tono en general, cabe destacar la Waltraute de Elena Zihdkova, quien también encarnó una de las nornas.
       
Foto Teatro de la Maestranza
La puesta en escena de Padrissa fue, como es habitual, impactante visualmente, aunque no siempre le encontrase su posible sentido a algunos de los muchos que por lo general utiliza. El caso es que nos sorprendió como quizá no lo había hecho desde la primera entrega de “El oro del Rin”. Resaltaría sobre todo el inicio del tercer acto, en el que todos nos sentimos sumergidos en el río desde donde llegaba el canto de las ondinas, y el tratamiento de la marcha fúnebre de Sigfrido, dando primero el protagonismo absoluto a la orquesta y luego con la tremenda escena del cortejo fúnebre transitando por el patio de butacas. De lo más espectacular a lo más sobrio, pero siempre con un resultado dramático soberbio. En la escena final sin embargo me sobraron los textos escritos con letras de fuego, que apenas me esforcé en leer. Yo tenía, fascinado, mis cinco sentidos puestos en absorber hasta el último de los matices de aquella música maravillosa que se iba derramando sin remedio como las aguas del Rin, que se iba consumiendo en el fuego funerario y purificador hasta llegar inevitablemente a su final.

          Ha concluido el ciclo, ha terminado la temporada y también puede ser que una larga etapa de diez años con Pedro Halffter al frente de la dirección del teatro, con sus luces y sus sombras. Hay ahora que hacer análisis y ver qué es lo mejor para el futuro de la institución, algo que se antoja difícil cuando hay entresijos políticos de por medio. Sería muy triste vernos en la situación en que hoy se encuentra el Palau e les Arts valenciano. Ojalá prevalezcan el sentido y el interés común para que Sevilla pueda seguir avanzando posiciones en el panorama musical y operístico con representaciones como la que ayer pudimos presenciar.      

sábado, 14 de junio de 2014

¡QUE NOS LA LLEVAN! (PERO NO)

“Alejándome todo lo posible del centro de la villa, llegué a la plazuela de Palacio, donde me detuvo un obstáculo casi insuperable; un gran gentío, que bajando de las calles del Viento, de Rebeque, del Factor, de Noblejas y de las plazuelas de San Gil y del Tufo, invadía toda la calle Nueva y parte de la plazuela de la Armería. Pensando que sería probable encontrar entre tanta gente al licenciado Lobo, procuré abrirme paso hasta rebasar tan molesta compañía; pero esto era punto menos que imposible, porque me encontraba envuelto, arrastrado por aquel inmenso oleaje humano, contra el cual era difícil luchar.
Yo estaba tan preocupado con mis propios asuntos,  que durante algún tiempo no discurrí sobre la causa de aquella tan grande y ruidosa reunión de gente, ni sobre lo que pedía, porque indudablemente pedía o manifestaba desear alguna cosa. Después de recibir algunos porrazos y tropezar repetidas veces, me detuve arrimado al muro de Palacio, y pregunté a los que me rodeaban:
-¿Pero qué quiere toda esa gente?
-Es que se van, se los llevan -me dijo un chispero-, y eso no lo hemos de consentir…"

Así narra Benito Pérez Galdós, a través de su personaje Gabriel de Araceli,  cómo al amanecer del 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se concentraba junto al Palacio Real intentando impedir la salida de los últimos miembros de la familia real que aún permanecían en España, entre ellos el infante Francisco de Paula,  camino de Bayona.

Algo así es lo que debió ocurrir en días pasados junto al Palacio de San Telmo. Cuando la gente supo por los periódicos (digitales y de papel, que aún los hay) que se barajaba llevarse a Susana Díaz a Madrid para hacerse cargo de lo que queda del PSOE, el pueblo llano poco menos que se amotinó y acudió en masa a pedir a la presidenta de la Junta “no te vayas todavía, no te vayas por favor..” Tal fue el revuelo popular que la dirigente socialista hubo de acudir con urgencia a una conocida cadena de radio para anunciar que de lo dicho no había ná, que ella se quedaba aquí porque se lo pedían sus votantes (se olvidaba la señora de que a ella no la ha votado nadie, pero eso es un detalle sin importancia). Lo que no consiguieron los madrileños lo habíamos conseguido los sevillanos.

Esta es poco más o menos la versión oficial, adornada con un poco de literatura. A diferencia de Galdós, que se basa fundamentalmente en hechos históricos, aquí casi todo es ficción. Pero quién sabe si en un futuro no se la contarán así a nuestros nietos. La verdad es que la gran lideresa, que es lista como el hambre, algo que habrá heredado de su casta fontanera, ha medido sus fuerzas antes de dar el salto, y como ha visto que se la podía pegar, ha dicho: de aquí no me muevo no vaya a ser que me pase que por irme de Sevilla, pierda mi silla. La medición de fuerzas –dentro del partido, por supuesto- es una de las asignaturas principales que debe aprobar un político de éxito. La de gobernar bien es una maría, da igual la nota que saque, pero esta otra es fundamental. De hecho a esta señora aún no se le conoce acción de gobierno, y sin embargo ahí está en el candelero optando a todo. Siempre se ha dicho, y nadie lo pone en duda, que Susana es una mujer de aparato. Su carrera política así lo demuestra. Y un político de aparato asciende porque tiran de él desde arriba, no porque le empujen desde abajo. Ella ha pretendido que desde arriba le despejasen el camino de su marcha triunfal, única manera de asegurarse la elección. Pero como no lo han conseguido, y mira que lo han intentado, pues ha dado el paso atrás. Ella no va a presentarse a un congreso donde se elija conforme a una votación abierta a toda la militancia (o eso dicen). Capaz es de perder y queda como la chata. Además, la cosa está tan malita en el PSOE que aún en el caso de ganar, con un panorama  tan feo quizá sea mejor esperar bien resguardada en su feudo andaluz donde tiene acreditada resistencia a cualquier circunstancia adversa. Ello es coherente también con que haya anunciado su neutralidad respecto de los candidatos que van surgiendo. Seguramente no querrá que el que gane lo haga con la suficiente fuerza como para cerrarle por mucho tiempo el camino hasta la cumbre, que ahora de momento ha reusado transitar. Pura táctica, que es lo importante en un político hoy en día.

Pero para la propaganda que tan bien maneja el régimen lo que quedará es que Susana Díaz -esa mujer que cuando habla parece que en cualquier momento puede arrancarse por peteneras, de lo sentía que es- ha sacrificado su imparable carrera política por salvarnos a los andaluces y las andaluzas, algo que nunca tendremos nosotros y nosotras -¿se dice así?- con qué pagarle y que tendremos que agradecerle eternamente.

sábado, 7 de junio de 2014

CONVERSACIÓN EN LA RED

Sin duda son muchas las cosas que han ocurrido en la vida política española en las últimas semanas que merecerían una reflexión o un comentario. Elecciones, fenómeno Podemos, sucesión en el PSOE, abdicación del Rey, debate monarquía-república... Me voy a referir a esto último al hilo de un diálogo tuitero que mantuve con un destacado dirigente político andaluz que en estos días propugna un referéndum –inconstitucional por cierto- sobre la cuestión.
       Estaba yo viendo el programa de Paco Robles en Sevilla Televisión, que tuvo la gentileza de dedicarle unos minutos –bastantes- a la concentración de cuatro gatos que hubo en la Plaza Nueva pidiendo al advenimiento de la III República, cuando escucho a Antonio Maíllo: hay que dejar a la gente que elija entre monarquía o república, que es lo mismo que elegir entre monarquía y democracia real. Explicaré antes que nada, porque esto probablemente haya mucha gente que no lo sepa, que  Maíllo es   el coordinador general de IU en Andalucía. Un perfecto desconocido para la población en general, pese a lo cual él se considera representante del pueblo “de verdad”. Cualquier persona con medianas entendederas puede llegar a la conclusión de que para Maíllo, a tenor de sus argumentos, la monarquía no es democrática, que es por consiguiente  como decir que el sistema constitucional vigente en España no lo es. Sorprendido por semejante afirmación -lo digo con ironía, porque nada malo de esta gente puede sorprenderme- me apresuré a poner un tuit en mi cuenta en el que decía
- No sé qué hace @iuandalucia en un gobierno no democrátco (según @MailloAntonio) como el de la Junta.
      Al rato Maíllo me pregunta 
         -¿ dónde he dicho eso?
- @MailloAntonio cuando dice, falazmente, que hay que elegir entre monarquía o democracia- le respondo.
- @eneas_i etimológicamente hay contraposición entre "el poder del pueblo" y "el gobierno de uno solo", y políticamente también, abrazo- intenta explicarse Maíllo.
- @MailloAntonio debería ud saber q el rey d España no gobierna.Sin embargo sí lo hace su formación política en Andalucía sin ganar elecciones- le contesto.

Fin de la conversación.

         Como se ve el sr. Maíllo es un ignorante, cosa que no creo, o un farsante, algo que me cuadra más con el personaje. No tiene empacho en retorcer las palabras y los conceptos y luego hacer gracietas con la etimología –como filólogo que es- para taparse las vergüenzas de las mentiras y falacias que utiliza en su demagógico discurso político. Él y los suyos lo que persiguen no es una república sin más, sino un régimen comunista. De hecho, de la II República que hoy tanto reivindican, los comunistas fueron los primeros enemigos porque la consideraban burguesa. Lo que les molesta no es el rey, sino las libertades individuales. Ahora es obvio que no se conformarían con una república, por ejemplo, como la francesa. Lo que ellos pretenden es el modelo Venezuela, Cuba o Corea del Norte, donde las libertades son pisoteadas o ni existen, los discrepantes son encarcelados y el “poder del pueblo” es ejercido por unas castas diez veces más corruptas que la que aquí critican, con la única diferencia de que les son ideológicamente afines.
         Me parece muy bien que quien quiera defienda la república o cualquier otra forma de estado. Estaría dispuesto a discutirlo y a considerar las opciones. Pero siempre que pudiese hacerlo con gente decente intelectual y políticamente, lo que a la vista está que no es el caso. 
       Parafraseando a Zavalita en la célebre “Conversación en La Catedral” podríamos preguntarnos, en relación a nuestra historia más reciente: ¿cuándo se jodió España? Sin duda, diría yo, cuando ciudadanos como Maíllo empezaron a tener peso en la vida política española. Sobran los corruptos, pero también los demagogos.


jueves, 1 de mayo de 2014

ESTADO VAMPIRO

Asistí la semana pasada a la presentación en Sevilla del último libro de Juan Ramón Rallo que con el título “Una revolución liberal para España” ha sido editado recientemente por Deusto. El acto tuvo lugar en el Colegio Claret a iniciativa de Students For Liberty, una organización internacional de jóvenes liberales con presencia en nuestro país y, concretamente, en nuestra ciudad, que piensan que una mayor libertad es la mejor fórmula para resolver muchos de los problemas del mundo actual. Cosa rara y harto sorprendente porque según aparece en los medios habitualmente, en España, y más concretamente en Andalucía, sólo hay jóvenes defensores de “lo público” y del paternalismo estatal.
         JuanRamón Rallo es una de las figuras más destacadas del panorama académico actual en España, tanto por su trabajo de investigación como por su incansable labor de divulgación a través de todos los medios disponibles en prensa digital y tradicional, radio, televisión y redes sociales. A sus treinta años ha tenido tiempo de doctorarse en Economía, licenciarse en Derecho, u obtener un máster en Economía de la Escuela Austriaca. Actualmente es profesor en varios centros de educación superior y director del Instituto Juan de Mariana.
         Sigo hace algún tiempo a Juan Ramón Rallo, cómo no,  con sentido crítico. Él es un liberal acérrimo desde unos postulados estrictamente económicos y, en mi opinión, más bien teóricos. Por mi parte prefiero un liberalismo más práctico y realizable, con ingredientes más variados que el de la frialdad de los números. Más pegado a la realidad del mundo altamente socializado –mucho más de lo que pensamos- en que nos movemos  y en el que parece que mucha gente se encuentra a gusto, quizá porque no es consciente de los costes, en términos de libertad individual, que este tiene. Además  Rallo en el Estado por lo general parece que  sólo ve inconvenientes, y yo, aparte de estos, también le veo algunas ventajas, siempre que su función se limite a esos campos en que puede proporcionarlas. Pero en lo que estoy absolutamente de acuerdo con él es que la dimensión y el peso del Estado en nuestras vidas debería de reducirse considerablemente, con lo cual los dos vamos a contracorriente del pensamiento imperante.
        No he tenido tiempo aún de leer el libro en su totalidad, pero su planteamiento general es el siguiente: en nuestro país el Estado detrae coactivamente para sí nada menos que el 50% de los recursos que genera nuestra economía. Consiguientemente los ciudadanos individualmente  perdemos la posibilidad de decidir libremente sobre el destino de esos recursos que obligatoriamente hemos de entregar a políticos y burócratas para que decidan por nosotros. Esta situación se acepta, entre otras cosas, porque parece que no hay alternativas para hacerlo de otra forma en nuestras actuales sociedades. Rallo va demostrando sector por sector que sí hay otras opciones para que los ciudadanos tenga mayor capacidad de decisión y elección respecto a la sanidad, la educación o las pensiones  mediante fórmulas liberales, de forma que al final, los recursos manejados por el Estado quedarían reducidos al 5%, sin que por ello los ciudadanos dejen de percibir esos servicios.
          No sé si esa reducción tan drástica sería la deseable, porque como ya he dicho antes, pienso que en la política y en la organización de la sociedad hay que tener en cuenta factores que no sólo son los económicos. Pero entre el 50 y el 5 hay un amplísimo trecho en el que seguramente se pueden encontrar puntos intermedios. Lo que no es soportable es la situación actual, que lastra gravemente el progreso económico y social por la constante dependencia del esclerotizado y tantas veces corrupto aparato estatal. Lo que pasa es que la gente por lo general piensa que en este Estado, que hemos llamado de bienestar (¿para quién?), los ricos financian los servicios que se prestan a los pobres. Pero esta es una percepción equivocada, como demuestra por ejemplo el caso del “mileurista”, cuya posible disponibilidad de renta se ve mermada nada menos que un ¡¡cuarenta y cinco por ciento!! como consecuencia de impuestos y cargas sociales. Con lo que la transferencia no se produce entre ricos y pobres, sino entre pobres y pobres o a lo sumo, entre pobres y más pobres todavía. Eso sí, actuando por medio el burócrata de turno que decide por nosotros lo que más nos interesa. A un Estado que nos chupa la sangre de esa manera no se me ocurre otra forma de llamarlo que Estado-vampiro. Creo que merece la pena estudiar algunas de las propuestas de Rallo, a ver cómo nos lo quitamos de encima. Porque a este bicho con una simple ristra de ajos y un crucifijo no lo espantamos.