Noche de estreno en el
Teatro de la Maestranza de Sevilla, en la víspera de Todos los Santos,
convertida últimamente en “la noche de los mamarrachos”, dicho sea con los
debidos respetos y en términos de defensa. Y no con Don Giovanni, que hubiera sido lo propio –es lógico, porque ya lo
tuvimos aquí el año pasado- sino con Otello.
Cuando salió, de forma tan tardía este año, la programación de la temporada, me
pareció un tanto anodina, con tres de los cuatro títulos ya repetidos y
archiconocidos. Pero Verdi es siempre un valor seguro y su versión de la
historia del moro de Venecia es impactante de principio a fin. Así que no le
vamos a hacer ascos, y mucho menos si se cuenta con buenos elementos vocales
para la empresa.
Sin duda la mayor
atracción de la noche era escuchar en directo al tenor norteamericano Gregory
Kunde. El pasado año se nos anunció a su compatriota Angela Meade en Norma, y al final no pudo ser. Esta vez
sí. El caso de Kunde es bastante peculiar. No es ningún jovencito (ha pasado ya
de los sesenta) y sin embargo se encuentra en el mejor momento de una carrera
que sólo en los últimos años ha alcanzado un relieve estelar. Era un tenor preeminentemente
rossiniano, que desempeñaba bien su
trabajo, pero sin ningún brillo especial. Hasta que alguien le recomendó
que para dar el salto de nivel que
deseaba lo que tenía que hacer era cambiar el repertorio. Para mí pasó bastante desapercibido en su
anterior comparecencia en nuestra ciudad, en febrero de 2009, con Tancredi. Claro que entonces quizá fue
eclipsado por dos divas como Daniella Barcelona y Mariella Devia, que lo
acompañaban en el reparto. No fue sino hasta hace un par de años que me
sorprendió en su papel de Vasco de Gama en L’Africana
de Meyerbeer representada en La Fenice. Desde entonces ha sido para mí uno
de los tenores a seguir y fue una grata sorpresa verlo anunciado en Sevilla, ya
que hoy día es considerado como uno de los mejores otelos verdianos que puedan
escucharse.
Ángel Ódena también es
un cantante ya conocido en estos lares. Entre otros muchos papeles desempeñados
aquí destaca el Juanillo del último Gato Montés (2013). Aunque su carrera se desarrolla básicamente en el ámbito
nacional no le faltan experiencias en importantes plazas extranjeras como Nueva York, París o Berlín. El de Yago,
la encarnación del mal, es un papel adecuado al lucimiento de sus condiciones
baritonales. Su voz oscura y potente es
de las que llenan la sala, aunque a veces pueda resultar algo tosca.
Ambos estuvieron a la
altura de lo esperado, aunque con algunos momentos de duda. Pero la que estuvo
superlativa, la que me embelesó y me dejó boquiabierto fue Julianna di Giacomo,
de quien no tenía ninguna referencia previa, hasta que la conocí en el ensayo
de la semana pasada. Desde su primera nota hasta su último addio. Capaz tanto de superar con su agudo a toda la masa
coral y orquestal como de hacer los más delicados pianissimi (Salce!Salce!) Con un timbre de voz
bellísimo y un gran gusto en la interpretación. Su extensa aria del cuarto acto,
Ave María incluida, fue sobrecogedora. Por eso he decidido titular este
comentario Desdémona. Por ella y por su personaje. Porque es ella, la víctima,
la que merece ser ensalzada. No me valen ni el posterior arrepentimiento de
Otelo, que le lleva a quitarse también la vida, ni la escusa de las pérfidas
artes de Yago. No es una ópera fácil de ver sabiendo que su tragedia se repite
hoy tristemente en tantas ocasiones sin que nadie sepa ponerle remedio.
Desdémona es la inocencia pura, sin tacha, que sin embargo recibe la muerte de
manos de quien, en lugar de amarla como a una persona, la tiene por una posesión en la cual cosifica
su supuestamente manchado “honor”. ¡Viva Desdémona y muera mil veces Otelo!
Entre estas voces
principales y el resto del elenco no hubo uno, sino varios escalones. Al joven
Pancho Corujo (Casio) casi no le escuchamos y lo mismo cabe decir de Mireia
Pintó (Elena). Pero los coros estuvieron muy bien (el del teatro y el de niños
de Los Palacios) y también la orquesta, como acostumbra, con la dirección de
Pedro Halffter, siempre una garantía. Sobre la escena diré que no me gustó.
Anodina y gris, sin nada que recuerde el ambiente mediterráneo en el que se
desarrolla esta historia de celos, sin más colorido que esos absurdos
personajes bufonescos que se mueven y
contorsionan sin venir a cuento, que no sirven sino para distraer de lo
esencial. Además creo que se troceó en exceso la representación sin motivo
aparente, con dos descansos y ese saludo a destiempo de figurantes y coros al
final del tercer acto.
Con todo, a mi el
conjunto me pareció muy notable. Sin embargo, el campechano público del Maestranza,
que lleva bocadillos para comer en los entreactos (como en Glyndebourne, pero
sin cesta ni mantel) que no deja de toser ni cuando Otelo está entonando “E tu.. come sei pallida! e stanca, e muta,
e bella,…” ante el cadáver de Desdémona, que
sale de la sala en mitad de un aria levantando una fila de espectadores..… no debió
de disfrutar mucho, porque los aplausos al final de la representación fueron
cortitos. No acordes desde luego, a mi modesto parecer, con el nivel de lo
presenciado.
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