domingo, 30 de marzo de 2014

AUSENCIA


La calle Relator lleva el nombre de un viejo oficio forense. Como Procurador hay en Triana, o Letrados de Sevilla en el Prado,  hay Relator entre San Gil y Omnium Sanctorum, larga y orientada de levante a poniente, aunque ya no exista esta figura en nuestros tribunales.
En ella estuvo hasta la desamortización de Mendizábal el antiguo Convento de San Basilio, sede en diversos periodos de las hermandades de la Macarena, la Cena o la Lanzada, en cuya ubicación hoy se levanta una iglesia anglicana.
En la misma calle están también la veterana Relojería Borrero,  el  bar  Los Niños del Flor, con sus veladores en el ensanche en que antaño estuvo la Cruz de los Desamparados, la panadería de Ana –mi panadera-, o la taberna-librería de Gonzalo Molina, que regentan sus hijos Manolo y Luisa, mantenedores de este inclasificable y apuntalado santuario de la delicia gastronómica que son las alitas de pollo, por donde se me antoja que cualquier día podría aparecer el fantasma de Núñez Herrera.
Es una calle habitualmente bastante frecuentada y animada, con gente variopinta que va y viene a todas horas. Sin embargo el aspecto de la foto que ilustra este texto es el que presentaba la tarde del Lunes Santo del pasado año 2013. Paso por ella casi a diario y pocas veces la había contemplado tan desolada y triste. Y es que el día anterior, Domingo de Ramos, aquello que se esperó durante un largo año, había vuelto a frustrarse. Dos años ya sin transitar por ella el cortejo azul y plata de la Virgen de la Hiniesta. Dos años sin nazarenos es mucho tiempo para una calle con las medidas exactas para servir de marco perfecto a una cofradía. Dos años sin contemplar el paso a la vez sobrio y colorista del Cristo de la Buena Muerte. Dos años sin que el sol de domingo  que se pone por la Alameda se cuele entre la candelería buscando el bello  rostro de la dolorosa que llega desde San Julián, después de atravesar milagrosamente la ojiva y de escuchar saetas y campanilleros en el Pumarejo, y que se encamina con el garbo que imprimen las grandes cuadrillas hacia Feria.  Dos años ya sin Ella es mucho tiempo para una calle que tiene las medidas perfectas para enmarcarla… Si llegara un tercero, no lo quiera el cielo, es posible que escuchásemos gritar a los adoquines de la calzada, sollozar a la cal de las fachadas y gemir a las rejas de ventanas y  balcones lamentando el vacío enorme que provoca su prolongada ausencia.  



sábado, 22 de marzo de 2014

DEL VIEJO NUEVO ESTUDIO


Cuando vine a vivir aquí, el caserío del viejo barrio de la Feria estaba ya muy remozado. Mi propia nueva casa se levantaba sobre el solar de lo que habría sido antes un corral de vecinos y lo mismo ocurre con otras muchas edificaciones del entorno. Pero aún quedaba en pie algún vetusto inmueble cuya antigüedad se pierde en la memoria. Era el caso de una vieja casa, de una sola planta,  en el número 11 actual de la calle Antonio Susillo. Una casa vieja y con  historia, pues en ella había tenido su taller, en su época de máxima producción artística, el escultor umbreteño Antonio Illanes Rodríguez, autor las imágenes de las Hermandades  de San Roque y La Paz, del Stmo Cristo de las Aguas, de la Virgen de las Tristezas de la Vera-Cruz, del Stmo Cristo de  La Lanzada, o del Sagrado Corazón de Nervión. Illanes era un hombre de grandes inquietudes artísticas y culturales. Su labor en este campo no se limitó a su trabajo de tallista y pintor –él mismo pintaba sus imágenes, algo que consideraba fundamental en su estilo-, sino que fue académico, promotor de iniciativas culturales y también un estiloso escritor costumbrista según dejó plasmado en dos libros, en los que cuenta las numerosas anécdotas e historias relacionadas con su primer taller en la calle Santiago (Del viejo estudio), y luego con este del barrio macareno (Del nuevo estudio). No me resisto a transcribir la descripción que el propio artista hizo de su taller en este segundo libro, que tomo a su vez de un artículo de Pablo Ferrán publicado en ABC hace ya una década:
«Tiene el número nueve de la calle Susillo, antigua de Quesos, y mucho antes Corral de las Gallinas, la casa que compré por cuatro ochavos, pero que era buen dinero en aquellos casi fabulosos tiempos. Generación del 25 le han llamado algunos escritores. Es la vivienda soñada por un poeta, pequeñita y sevillana, antiquísima, quizás de tiempo de moro, y es lástima que algún día desaparecerá; campanilla monacal en la puerta, verdes rejas en las ventanas que horadan los gruesos muros y soportan solamente la techumbre; encima, aprisionada por los altos paredones que la cercan, las tejas suspirando cielos»
      
       A lo que parece, a pesar de la unción religiosa de sus imágenes, Illanes no era precisamente un místico, y su casa-taller fue escenario no sólo de la factura de estas obras que hoy suscitan la devoción de tantos sevillanos, sino también de numerosas reuniones de intelectuales y artistas, veladas literarias  y  fiestas a las que acudían relevantes personajes del cine, de la tauromaquia, del cante o del baile. Entre ellos se cuenta que una vez acudió allí nada menos que la famosa actriz Rita  Hayworth, con lo que nos podemos hacer una idea de que los saraos que se organizaban no serían cualquier cosa.

Azulejo conmemorativo en su estado orginal. Foto obtenida
del blog "Crónicas Julianas" de Julio Domínguez Arjona.
       Illanes murió en 1976, y su casa taller le sobrevivió hasta 2002, en que fue demolido para levantar en el solar un edificio de nueva planta. El estudio que un día fuera llamado nuevo, se había hecho viejo. En la fachada de la antigua edificación, varias hermandades de penitencia para las que había trabajado el escultor habían colocado un azulejo conmemorativo. Cuando vino la piqueta, el azulejo fue cuidadosamente desmontado, y después vuelto a colocar a la finalización de la obra. Pero el despistado alarife que se ocupara de ello equivocó el orden de las piezas, y puso las de arriba abajo y las de abajo arriba. Y se quedó tan a gusto. A lo mejor al hombre aquello incluso le parecería original, creativo, su toque personal. Como vivo casi al lado, y me topo con el azulejo cada vez que salgo de casa por el callejón de Teide, hace ya muchos años que lo comenté a algunos hermanos de las cofradías implicadas, pero no hubo reacción. El azulejo allí sigue, con su formato invertido, esperando que alguien venga a subsanar el desaguisado. Es un detalle pequeño, que sin embargo no deja de fastidiarme. Quizá esto que cuento no pertenezca a la gran historia de Sevilla, pero sí a la pequeña historia, a su intrahistoria. La de aquellos hombres y mujeres que con su arte hicieron grande nuestra Semana Santa. ¡Qué sería de nosotros sin esa historia!

domingo, 2 de marzo de 2014

CIEN

Con ésta he llegado a mi centésima entrada en este blog. Iniciado hace aproximadamente dos años, el 8 de marzo de 2012, sale a una media de casi entrada por semana. No está mal, para ser un mero hobby sin mayor propósito. En este tiempo he tratado muy diversos temas. Cuando comencé no tenía una idea clara acerca de lo que iba a escribir. Los temas profesionales los he dejado para otros ámbitos más especializados. La política ha sido un componente importante, sobre todo al principio. Pero a veces llega a aburrirme tanto –relación de amor/odio- que he preferido ocuparme de otras cuestiones más agradables como puedan ser el deporte, algo de cofradías –pero poco-, otros temas de actualidad ocasional, una pizca de literatura, y especialmente de una de mis mayores aficiones como es la ópera, terreno en el que muy osadamente me he ido adentrando y del que ahora no sé bien cómo salir. Sé que esta variedad perjudica  el posicionamiento de un blog en los rankings -aprendiz de mucho, maestro de nada-, pero eso me permite escribir de lo que me venga en gana, y no ceñirme a una temática concreta. Además, yo escribo fundamentalmente para mí, porque necesito poner negro sobre blanco algunas ideas que me rondan la cabeza y cuando las veo en la pantalla me dejan espacio en las neuronas para otras. Pero está claro que no lo haría para publicarlo sin el apoyo de los que de vez en cuando o asiduamente me leéis. En más de una ocasión me he planteado dejarlo, porque no sé hasta que punto merece la pena exponerte a que cualquiera que te lea por ahí diga “vaya las tonterías que escribe este tío”. Pero aunque habrá muchos que lo piensen, siempre ha habido alguien que por el contrario  me ha dicho “te sigo” o “me gustó lo que escribiste” o cualquier cosa parecida. Y por su culpa he seguido haciéndolo, hasta hoy. Son ellos los responsables últimos de que esto ocurra. Por mi parte sólo puedo decir que lo siento.