martes, 18 de febrero de 2014

UNA VOCE POCO FA

Instantánea tomada en el entreacto. 
A pesar de ser lunes –mal día para la lírica- acudíamos al Teatro de la Maestranza con la ilusión de disfrutar de un gran espectáculo operístico que nos aliviara del siempre arduo comienzo de una nueva semana. Primero porque la música jocosa de Rossini es siempre vivificante, fresca, chispeante, por momentos alocada aunque  sin perder la compostura. Con sus crescendos, sus coloraturas, sus endiablados y multitudinarios concertantes…Segundo porque el elenco estaba formado por artistas suficientemente contrastados en el repertorio belcantista en general y rossiniano en particular como Marianna  Pizzolato, Edgardo Rocha, Carlos Chausson y el director Giacomo Sagripanti.
Pero la cosa no resultó tan feliz como nos la prometíamos. Para empezar me llamó la atención que una obra tan popular como La Cenicienta –aunque no tenga ratones, ni calabaza, ni hada madrina, ni zapatito de cristal-  no consiga llenar el Maestranza. Si Rossini no llena, algo inusual en la historia del teatro, aunque ha empezado a no serlo tanto en los últimos tiempos, ¿qué podemos esperar el año próximo con John Adams y su “Dr. Atomic”? Miedo me da.
Luego vino la obertura, pieza muy conocida e interpretada habitualmente en conciertos, que me resultó un tanto desvaída y sin pulso, lo que iba a ser un poco anticipo del resto. Seguro que Sagripanti, que combinó la dirección con el acompañamiento de los recitativos al fortepiano, a pesar de su juventud  sabrá mucho mejor que yo cómo tiene que sonar Rossini. Pero para mi gusto abusó, por lo general,  de un tiempo lento y remilgado. El brío no tiene por qué estar reñido con la elegancia. Será que aún no le ha cogido el punto.
En cuanto a las voces de los personajes principales sólo Chausson estuvo a la altura de lo esperado. Hizo un Don Magnifico de categoría, tanto en su desenvolvimiento escénico como en el canto. Los años parece que no pesan cuando se es un artistazo. Pero ni Pizzolato ni Rocha le dieron réplica. Ambos tienen bellas voces y buena técnica. A la mezzo siciliana la conocía de una muy buena Isabella (La italiana en Argel) que le vi el año pasado, pero ayer me resultó fría e inexpresiva. Una de las Angelinas más tristes que he visto.  El tenor uruguayo brilló en Si, ritrovarla io giuro”, mas en el resto anduvo medio perdido. No lo entiendo, porque tiene cartel y maneras. Tampoco los secundarios estuvieron muy allá. Quizá destacar que las hermanastras (Mercedes Arcuri y Anna Tobella) estuvieron por encima de Alidoro (Gierlach) y Dandini (Quiza). El coro, en esta ocasión sólo de voces masculinas, si que cumplió con creces su cometido.
La dirección escénica fue muy canónica, con una escenografía ingeniosa y agradable a la vista (por lo menos a la mía, que es de la que yo puedo hablar). Sólo dos peros: la horrenda indumentaria con que la protagonista  se presenta en el baile, y el detalle del sombrero alado, estilo camisitas voladoras en la reciente “Brokeback Mountain” del Teatro Real.
En definitiva el problema es que con sólo una voz, la de Chausson, poco se puede hacer en una obra  que precisamente  se inserta en el belcantismo. De ahí el título de este comentario,  aunque como todo el mundo sabe es el de una famosísima aria de Rosina en “El barbero…”, y no de Angelina en una Cenerentola que ciertamente supo a poco.




domingo, 9 de febrero de 2014

UNA INFANTA DEMASIADO IGUAL

La chusma resentida, que es numerosa en este país, ya tuvo su ración de morbo viendo entrar a una Infanta de España en el Juzgado a declarar como imputada en una causa penal. Ni siquiera los intolerables privilegios otorgados (llegó en coche casi hasta la puerta, no pasó el detector de metales....) alcanzan a soslayar el placer de haber podido contemplar semejante escena. Todos somos iguales, o eso dicen. Lástima que esa igualación sea siempre por abajo, nunca por arriba.
             Porque efectivamente la Infanta ha demostrado ser igualita que muchísimas otras esposas. Ha ido y ha declarado lo que podía esperarse conforme a la tan ensalzada igualdad. En esto mi colega Miguel Roca tampoco es que haya innovado mucho. Ha hecho lo que es de libro. Si yo hubiera sido el abogado de SAR -que es a lo que con gran sentido crematístico dice mi hija que tendría que dedicarme- le hubiera recomendado lo mismo. La Infanta no sabía lo que hacía su marido, confiaba en él, firmaba lo que él le decía y no hacía preguntas. No sé de qué se quejan los defensores de esa igualdad por abajo. No hay nada que reprochar por ese lado. No es la primera vez, ni será la última, que este tipo de declaración se escucha en un Juzgado. Probablemente sea verdad. Pero tampoco tiene que serlo, porque para eso se declara en calidad de imputado.
             Pienso por el contrario que lo objetable es que de la hija del Rey sería esperable un comportamiento distinto, no igual al del resto. Pero esto no lo pueden reclamar los igualitaristas. Un comportamiento ejemplar, diferente del de cualquier otra esposa que no perteneciese a la Familia Real, precisamente porque su situación le exigía un superior grado de vigilancia sobre cualquier aspecto que pudiera afectar al buen nombre y la reputación propios y de la institución monárquica. Es posible que tengan razón aquellos que dicen que la monarquía pierde su sentido cuando príncipes y princesas, infantas e infantes empiezan a casarse con plebeyos y a seguir sus costumbres. Pero claro, esto lo dicen unos señores que son unos reaccionarios. Hay que casarse por amor, igual que  todo el mundo. Y confiar ciegamente en tu amorcito, igual que todo el mundo.

            Precisamente por haberse comportado igual que todo el mundo es por lo que Dª Cristina debe renunciar a sus derechos dinásticos y salir de la Familia Real. Así podrá vivir tranquilamente su romance con su Iñaki, que nos ha salido rana. Como puede hacer cualquier hija de vecino, pero no la del Rey de España.

sábado, 8 de febrero de 2014

UN FALSO DILEMA

Navegando distraidamente por la red, recalando aquí y allá por los diarios digitales, de enlace en enlace, me topo con un articulito publicado  hace unos meses por Julio Anguita recordándonos algo que ya algunos sabíamos: para él, como para todos los de su ideología, democracia es igual a comunismo, de lo que se sigue necesariamente según esta concepción que sin comunismo no hay democracia posible. Democracia “real” le llaman. Anguita, y otros como él, incluso muchos que ni siquiera llegan a su extremo, abomina de los mercados. Piensa que deben ser sometidos por la política. Este es un lugar común que muchos han esgrimido durante la crisis: los malvados mercados son los culpables de cuanto de malo nos pasa.
Tengo yo otra percepción bastante diferente. Para mi el mercado es la expresión de la libertad económica, lo mismo que la democracia lo es de la libertad política. Con todos sus defectos y sus limitaciones, lo mismo en un caso que en otro. Hay quienes sacralizan la democracia como si esta no tuviera defectos, algunos corregibles y otros intrínsecos a la condición humana. Yo no lo hago, y tampoco sacralizo el mercado, pero creo que no hay menos democracia en este que el ámbito político.
Me recordaba un alumno en clase, objetando mi planteamiento,  que  entre poco más de setecientas empresas controlan el 80% de la economía mundial, con lo que ellas son realmente las dueñas del mercado. No sé si esto es realmente cierto, pues se refiere a las conclusiones de un reciente estudio no del todo contrastado, como tantos que salen por ahí. Pero aunque así fuera, me pregunto ¿y entre cuantas “empresas” dominan la política en España? ¿No tenemos los ciudadanos mucha más capacidad de elección y de decisión en el terreno económico que en el político? En política sólo podemos votar, normalmente, cada cuatro años, y entre un número de opciones ciertamente limitado. En el mercado votamos cada día comprando o no comprando aquello que nos gusta o nos desagrada, y las empresas suelen ser mucho más receptivas a los deseos de sus clientes que los partidos políticos a los de sus propios votantes. Sí, es cierto que a veces, las menos, no tenemos posibilidad de elección. En política casi nunca: o carne o pescado, con lo que si eres vegetariano…

En definitiva la oposición que algunos quieren hacer entre democracia y mercado, de manera que sólo existiría la primera cuando los segundos estuvieran dominados por el poder político, es puramente artificiosa, porque ambos son expresiones, cada una en su campo, de una misma cosa: la libertad. A quien no le gusta la libertad no puede gustarle el mercado, pero tampoco le gusta la democracia. Si acaso utilizan esta, vendiéndonos la ilusión de que decidimos nosotros,  para la consecución de sus fines, que no son otros que controlarlo todo. Y esto último, me temo, es una pretensión bastante extendida entre los políticos en general, no sólo comunistas.