Los lunes no
son buenos para ir a la ópera. Los lunes en realidad no son buenos
para casi nada. El disfrute de las embriagadoras delicias
finisemanales se ve roto de manera brutal con el enfrentamiento de
nuevo con la hostil habitualidad laboral. De manera que tras ese
imponente shock, casi de lo único que uno tiene ganas cuando llega
la noche es de volverse a acostar para reponerse del mal trago. Bien
que lo sabe esto, por ejemplo, el sector de la hostelería. Sales un
lunes por noche en Sevilla y los bares, las cervecerías, las tascas,
los restaurantes....todos están tan vacíos que te dan ganas de
entrar a tomarte algo por lástima del camarero de turno que, a pesar
de todo, está allí al pie del cañón esperando algún cliente al
que atender.
Pero este
lunes tocaba rematar la temporada en el Maestranza, nada menos que
con el estreno en España de Der Konig
Kandaules, obra inacabada de Alexander von
Zemlinski, músico austriaco, maestro
de Schönberg
o Korngold, del que ya degustamos aquí otras piezas como El
enano
o Una
tragedia florentina.
Kandaules
era la rareza en una temporada bastante conservadora (como la próxima ya anunciada). Confieso que cuando salió la programación yo no
tenía ni idea de la existencia de esta ópera, que tuvo que esperar
para su estreno hasta 1996, más de cincuenta años después de la
muerte de su creador, tras ser completada, sobre todo en su
instrumentación, por el musicólogo Anthony Beaumont.
Hay óperas
que están fuera del repertorio habitual por derecho propio (algunas
de ellas he escuchado últimamente). Pero esta no. Se trata de una
obra muy potable y ha sido todo un acierto de Pedro Halffter, que ya
la dirigió en versión concierto en el Festival de Canarias hace
unos años, su escenificación ahora en Sevilla. Su música es
impactante, de gran dramatismo y diversidad de dinámicas, desde lo
más oscuro a lo más brillante y colorista. La orquesta sonó de
maravilla, consiguiendo unos ambientes y unas texturas excepcionales.
Aunque creo que a Halffter se le fue algo la mano en los volúmenes,
que taparon a las voces más de lo deseable.
Dentro de
los personajes principales, el mejor para mi gusto fue Martin Gantner
(Gyges), magnífico en toda la representación. La voz de Peter
Svensson (Kandaules)
me sonó inicialmente algo leñosa, para ir después ganando en
flexibilidad y recorrido. En cuanto a la soprano -única voz
femenina- Nicola Beller Carbone quizá le faltara algo de más peso
vocal para un papel de exigencia dramática, pero estuvo también a
gran altura. La producción del Teatro Massimo de Palermo,
ideada
por Manfred Schweigkofler,
resultó adecuada e interesante, sobre todo por el atractivo juego
de la iluminación.
La historia
de Candaulo, rey de Lidia, recogida por Heródoto y versionada de
diversas maneras hasta André Gide, de donde bebe el libreto, es una
manifestación, podríamos decir, hablando en el lenguaje político
de moda, del heteropatriarcado. Dos personajes tan diferentes como
Candaulo y Gyges coinciden sin embargo en considerar a la mujer como
un mero objeto susceptible de posesión. El uno, el pescador, para
su personal y exclusivo disfrute (o eso piensa él). El otro, el rey,
para exh
ibirlo ante los demás hasta extremos inapropiados y
peligrosos. Ambas formas de dominación llevarán a un fatal
desenlace de muerte, aunque con víctimas dispares. Pero la
emancipación femenina está ya en marcha cuando Nyssia, tras empujar
a Gyges a dar muerte a Candaulo, se niega a volver a vestir el velo
que antes la cubría de las miradas ajenas.
Y yo, que
para mi....¿desgracia? soy hetero y padre de familia, me voy del
teatro con carga de conciencia (mea culpa, mea culpa...) que es lo
que toca.
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