Wiener Staatsoper |
Era otoño,
como ahora, y estábamos en Viena. Habíamos ido allí en un viaje
especial, uno de esos viajes que en principio uno piensa hacer sólo
una vez en la vida. Al menos así fue en tiempos. Ahora ya nunca se
sabe. Habíamos ido por la mañana a visitar el suntuoso edificio de
la Ópera Estatal, inaugurado por el emperador Francisco José y su
popular esposa Sissi -aunque la actual fábrica se debe casi en su
totalidad a su reconstrucción obligada tras la Segunda Guerra Mundial- y a cuya historia están ligados los nombres de Gustav
Mahler, Richard Strauss, Herbert von Karajan, Lorin Maazel o Claudio
Abado, entre otros. Al terminar la visita supimos con sorpresa que
aún quedaban entradas para la representación de la tarde...¡de
pie!. Y no lo dudamos. Eramos jóvenes y audaces. Tuvimos que comer
pronto e ir al hotel a cambiarnos, porque allí las funciones
comienzan temprano. Mi experiencia hasta entonces del espectáculo
operístico era prácticamente nula. Sí que conocía la música de
muchas obras, por los discos de vinilo que tenía en casa, y había
visto alguna retransmisión en televisión. Pero en aquella época en
Sevilla no había temporada y si se representaba algo en el Lope de
Vega era muy de tarde en tarde. Así que fui a estrenarme nada menos
que en la ciudad de los valses y con una obra de Richard Wagner:
“Tannhäuser y el torneo de canto de Wartburg”. Dos
ilustres como Heinrich Hollreiser y Otto Shcenk eran los responsables
de la dirección musical y escénica respectivamente. Entre las
voces, ya estaba allí Kurt Rydl, junto a Toni Krämer, Wolfang
Brendel, Sharon Sweet o Uta Priew. Nada más comenzaron los sones de
la obertura a fluir desde el foso, que se veía allí abajo, semi
iluminado en la oscuridad del teatro, fui completamente abducido por
la música. Luego vinieron el concurso de canto, precedido por la
brillante entrada de los invitados, el coro de los peregrinos, la
canción de la estrella, la narración de la peregrinación y a Roma y el grandioso y emotivo final. Fue tal la impresión
que aquello me produjo que desde entonces me quedé enganchado a la
ópera, hasta ahora.
Han pasado justamente veinticinco años
desde entonces y el Teatro de la Maestranza ha tenido “el detalle”
de volver a programar el titulo (ya lo hizo en con aquella dirección
de escena de Werner Herzog, que después vi repetida en Madrid) aunque en esta
ocasión en la versión de París.
El
probablemente increyente y entusiasta revolucionario Richard Wagner
utilizó esta historia de trasfondo religioso, con lo que satisfacía
a sus católicos patronos de Dresde, para criticar solapadamente la
hipocresía y el maniqueismo de la sociedad de su tiempo, en la que
el pecado del sexo era el peor de todos. Es por eso que el director
de escena Achim Thorwald ha resaltado este aspecto utilizando los
colores blanco y negro, predominantes en todo el segundo acto. Es ese
maniqueismo el que hace que el protagonista tenga que debatirse
durante toda la obra entre polos que se presentan opuestos: amor o
lujuria, pecado o redención, sensualidad o penitencia, carne o
espíritu. Probablemente Wagner tuviera en mente un ideal de mujer
que unificara la dignidad y el señorío (Elisabeth) con el pleno
goce de su sexualidad (Venus). Pero para aquella hipócrita sociedad
estos eran elementos antitéticos. Por un lado estaban las señoras,
por otro las prostitutas. Al final la salvación se produce por
efecto del casto amor de Elisabeth. Mas Wagner manifestó en más de
una ocasión que ese no es exactamente así como le hubiera gustado
terminar la obra. Por eso Thorwald se ha permitido la licencia de
satisfacer el deseo del autor introduciendo también a Venus en la
acción salvífica, algo que al genio de Leipzig no le habrían
permitido en su tiempo. No hay amor sin sexo, pensaba Wagner....Más
allá de las motivaciones de Thorwald he de decir que la
escenografía fue lo peor de la función, de las más pobres que he
visto. Nada que ver con el nivel musical.
Decía Pedro
Halftfer en los días previos que él se había hecho director para
dirigir Tannhäuser, y que esperaba hacernos emocionar con la
interpretación. Conmigo lo tenía fácil, dados los lazos que me
unen a la obra. Pero creo que el sentimiento fue generalizado. El
director madrileño se ha convertido en un auténtico especialista
del repertorio wagneriano y ya nos tiene acostumbrados a lucir lo
mejor de la ROSS en estas ocasiones. No obstante diré que no me
gustó la obertura, demasiado acelerada y casi marcial. Sólo en la
parte en que la música se serena y empieza a recordar a la de Tristán..
comenzó aquello a encajar. También es cierto que a mi me gusta más
la versión de Dresde.
El elenco de
cantantes mezclaba un grupo de acreditadas voces wagnerianas, todas
consagradas en el templo de Bayreuth, (Peter Seiffert, Ricarda
Merbeth, Attila Jun, Martin Gantner, Petersemer) junto con otro de
valores nacionales (José Manuel Montero, Vicente Ombuena, David
Lagares, Damián del Castillo y Estefanía Perdomo) que no
desmerecieron en absoluto a los anteriores. Hubo altibajos, como es
natural, pero el nivel general fue muy elevado. En el polo negativo
no me gustó el diálogo de Venus y Tannhäuser del primer acto, un
tanto chillón y en exceso decibélico. En el positivo, por señalar
alguno, las intervenciones de Martin Gantner, a quien tenía especial
interés de escuchar en directo tras disfrutar de su espléndida
participación en los Meistersinger retransmitido hace nada desde
Múnich. El coro, tan importante en esta ópera, estuvo magnífico,
tanto dentro como fuera de la escena. Mención especial quiero hacer
de Damián del Castillo y Estefanía Perdomo, cuyas breves pero
bellísimas intervenciones no pasaron desapercibidas.
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