La calle de
Placentines,
estrecha y
larga, parece
que la rasgó
una saeta
con su punta
fina y breve...
Así evocaba
la angosta calle Placentines el poeta Ramón Cué, el sacerdote
jesuita mejicano, autor de aquél libro “Cómo llora Sevilla” que
inundó de versos cofradieros nuestros años mozos. Es la calle
desde la que se obtiene una de las mejores vistas de la Giralda, a
veces estropeada por el merchandising kistch de las tiendas para
turistas. Debe su nombre a los naturales de la ciudad italiana
Piacenza que acompañaron al Rey Santo en la conquista de Sevilla.
Hoy la calle de Placentines, tanto en su parte ancha (lateral del
Palacio Arzobispal) como en la estrecha que recordaba el poeta, es
una calle prácticamente muerta para el disfrute de las cofradías.
Paulatinamente fueron primero dejando de pasar cofradías por la
parte más angosta, como la mía de la Sagrada Mortaja, como se dejó
de pasar por otras calles estrechas como Cerrajería para sustituirla
por la Cuesta del Rosario. Ahora han venido a darle el golpe de
gracia los cabildos, tanto civil como eclesiástico, de la ciudad.
Los canónigos se han reservado para ellos toda la grada y la acera
del lateral del patio de los Naranjos, para poner allí cuatro
famélicas filas de sillas a disposición de sus beneficiados, en el
sentido amplio de la palabra. Han excluido a cientos de personas que
ya no pueden disfrutar de ese espacio, que por otra parte estaba
prácticamente vacío las veces que he estado por allí. Por su parte
el Ayuntamiento ha cerrado la parte más estrecha de la calle,
convertida en vomitorio para cangrejeros, y aforado el resto, con lo
que el acceso queda al arbitrio del poli de turno que a ojo de buen
cubero diga que aquello ya está lleno. Mi amiga Rosana Reyes vivía en una casa en el tercer tramo de la calle, que desemboca ya en Francos. Allí acudía con frecuencia en las Semanas Santas de mi época de estudiante, y aún después, a contemplar el paso de las hermandades. Ahora seguramente ya no podría hacerlo porque me lo impedirían los aforadores. Nos podemos olvidar de
Placentines para ver cofradías. Como nos podemos olvidar de Francos, Alcázares-Sor
Ángela o -me han dicho, porque yo no he querido ir a verlo- del Arco
del Postigo Aquí ha llegado un señor que ha dicho “la calle es
mía” (¿les suena?) y lo más grave es que incluso le aplauden en
los teatros en actos supuestamente “cofrades”. "Hay otras calles", ha dicho este señor. "Depende de para qué", le respondo yo. Habrá que
lamentar, como Romero Murube con los cielos, las calles que
perdimos. O más bien, las que nos robaron.
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