sábado, 30 de marzo de 2019

UN DRAMA TREMEBUNDO

Foto: Juan Flores ABC

Si me dan a escoger entre el famoso tríptico verdiano que conforman Traviata, Rigoletto y Trovatore sin duda este sería el orden de mis preferencias. No es por tanto la que en estos días se representó en el Maestranza mi opera favorita del de La Roncole. Y no es que carezca, por supuesto, de calidad musical, pero la historia del chiclanero Antonio García Gutiérrez, llevada al libreto por mi tocayo Salvatore Cammarano, es a mi modo de ver infumable, por más que cuenten las crónicas que en su día constituyó un gran éxito teatral. Esa mezcla de amores, venganzas y muertes, que también se da pero de otra manera en Rigoletto, a mi en este caso no me convence en absoluto, y hace que nunca pueda llegar a creerme realmente lo que estoy viendo. Supongo que será cuestión de mentalidades, las de nuestros tatarabuelos tan diferentes de las nuestras. 

La velada presentaba el atractivo principal de la presencia de nuevo entre nosotros de Angela Meade, una cantante top en el panorama internacional que hemos tenido la fortuna de poder disfrutar aquí por segunda vez. Dejó buena tarjeta de presentación en Tacea la notte placida, pero fue en la segunda parte de la obra donde dejó ver todo el amplio abanico de sus virtudes canoras. Un fiato portentoso, unos agudos vibrantes, unos filados incandescentes... Su D'amor sull'ali rosee constituyó uno de esos momentos mágicos en una representación operística en te olvidas hasta de respirar.

Si de Meade lo esperábamos todo, la mezzo Agnieszka Rehils constituyó una gratísima sorpresa pues no tenía ninguna referencia de ella. Una voz densa, con un registro grave de los que marcan la diferencia. La única pega es que su figura esbelta y juvenil no da quizá el tipo de la gitana Azucena, madre, aunque sólo putativa, del ya crecidito Manrico.

Junto a estos dos portentos vocales, mantuvo el tipo, si acaso un pelín por debajo de sus compañeras, el italiano Piero Pretti , con también lucido curriculum en primeras plazas,  que no tuvo problemas para, en el momento culminante de su papel,  coronar Di quella pira con un bien colocado y prolongado do de pecho.

Mucho más gris por el contrario el trabajo de Levrov y Dal Zovo en los papeles del malvado Conde de Luna y de su fiel Ferrando. Levrov estuvo francamente mal en Il balen del suo sorriso aunque luego mejoró en el dúo con Leonora del cuarto acto.
Tampoco me agradó mucho en esta ocasión la dirección de Pedro Halffter, con unos tempi excesivamente parsimoniosos en algunos pasajes que restaban fuerza a la interpretación. También el coro tuvo sus desajustes, algo no habitual en la consolidada formación.

Pero lo peor sin duda fue la producción. Vamos a ser claros: impresentable. Yo no entiendo los paños calientes que he leído en las críticas, por el mero hecho de que sea fiel al libreto. Esas dos escaleras…esos paneles…esa iluminación escasísima… Una cosa es el minimalismo y otra la tacañería en medios. Por lo que llevo visto últimamente no son los teatros italianos, por lo general, buen referente para producciones. La cosa debe estar cortita, también por allí.

A pesar de todo, después de todas estas peguitas de viejo cascarrabias, hay que decir que la representación satisfizo en gran manera al respetable, a tenor de los aplausos cosechados. Incluso me comentaba alguien, que se acercaba por vez primera a este maravilloso espectáculo, que le había encantado. Esperemos que estas funciones a teatro lleno hayan contribuido a fomentar y relanzar la afición por el género en nuestra ciudad.