sábado, 17 de febrero de 2018

EL TESTAMENTO DE VERDI

Verdi  había casi alcanzado la barrera de 80 años, edad avanzadísima para la época, cuando le dio por componer una obra totalmente distinta a las que le habían dado la fama y la gloria. Todo un reto que sólo los genios, como el de Bussetto, tienen la capacidad y el coraje de afrontar. Distinta en la temática -Verdi no componía una ópera bufa desde hacía más de cuarenta años, cuando estrenó la prácticamente olvidada “Un giorno di regno” -  y en lo musical, apostando por una fórmula de diálogo y melodía  continuos, en lugar de las tradicionales arias, dúos, etc.

Sir Jhon Falstaff, que “cuando era paje del duque de Norflok era delgado ligero,  gentil...” es ahora un viejo gordo, borrachín y mujeriego, que aún se cree con encantos para encandilar a las damas (algo que nos pasa a tantos). Boito, autor del libreto, se basó en textos de Shakespeare, como “Las alegres comadres de Windsor” y “Enrique IV”. Que por cierto, me he enterado por Elvira Roca (Imperiofobia y leyenda negra) que presumiblemente el gran bardo  era católico, y no anglicano, motivo por el cual nunca mostró inquina a los españoles, como otros paisanos de su época.

Falstaff  es una obra tan particular dentro de la producción verdiana que la habré visto  casi una decena de veces, y sin embargo todavía no le he cogido el punto. Es una ópera que, a pesar de su indudable calidad, se me resiste (mea culpa, mea culpa). Y ayer, en el Maestranza, me ocurrió lo mismo. Se me resistió prácticamente hasta el tercer acto, el único que me resultó redondo, incluso en lo escénico. Para  empezar, es una partitura desagradecida para los cantantes, que no tienen momentos de especial lucimiento. La única excepción es quizá la de Nannette, y bien que lo aprovechó la joven Natalia Labourdette para convertirse en la más destacada del elenco femenino. Por su parte, Kiril Manolov –que aquí podríamos llamar cariñosamente Manolón, por su enorme humanidad- fue en un crescendo, de menos a más, que a mi particularmente, que había pagado la entrada completa, me supo a poco. Halffter no anduvo fino en el balance entre voces y orquesta, de manera que esta tapaba a aquellas, por lo general pequeñas, en más de una ocasión. Demasiado embarullamiento en los pasajes en que todos cantan a la vez (¿nonetos?) en el primer acto. En definitiva, sólo el último acto me pareció brillante en su conjunto, con notable aportación, como siempre, del coro.


Al final, después de burlados el burlador y su contendiente, el patriarcal Ford (encarnadores ambos del más rancio machismo), llega la famosa fuga en la que Don Giusseppe, con la sabiduría que da la cercanía del final de la suya,  nos desentraña el misterio de la vida: tutto nel mondo é burla. Después de habernos hecho llorar con Violetta, con Aída, con Gilda y Rigoletto, con Don Carlo,  con Leonora, con Desdémona…ahora, sentado el viejo Falstaff en la boca del escenario, con los pies desenfadadamente colgando sobre el foso orquestal, se despide quitando hierro al asunto de la existencia. Puede que  al fin y al cabo sea cierto aquello de que no es más que “una mala noche, en una mala posada”. Tomémosla con humor y alegría, que quizá, probablemente, algún día, nuestras penas serán redimidas.