Hubo una época, no tan lejana, en la que a la política se dedicaba gente decente y brillante en sus profesiones que decidieron en un momento dado, movidos seguramente por vocación de servicio, dejar su actividad privada para ocuparse temporalmente de los asuntos públicos. Es el caso, entre otros muchos, de Alfonso Lazo Díaz, sevillano del 36, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y profesor en los sesenta de muchos de los que después serían líderes políticos andaluces en la transición. Socialista de la vieja escuela, proveniente del PSP de Enrique Tierno Galván –también a él le llaman ahora “viejo profesor”-, ocupó cargos de responsabilidad en el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. Fue diputado por Sevilla en el Congreso (1977-1996), portavoz socialista en materia universitaria y presidente de la comisión del Defensor del Pueblo. Llegó a ocupar la secretaría provincial del partido, formó parte, como consejero de Cultura, del primer Gobierno preautonómico de la Junta de Andalucía presidido por Plácido Fernández-Viagas… y cuando le pareció oportuno volvió a la universidad a seguir investigando y enseñando historia y a continuar defendiendo los valores que acaso en el campo de la política partidista ya no le era posible defender. Alfonso Lazo, ya jubilado también de sus ocupaciones académicas, continúa hoy impartiendo sus “clases” a través fundamentalmente de sus colaboraciones en la edición andaluza del diario El Mundo. Es uno de mis columnistas favoritos pues lo considero un intelectual lúcido y honesto que busca siempre la verdad por encima de las querencias ideológicas, y no tiene miedo a exponer lo que piensa, muchas veces a contracorriente de lo que hoy propugnan quienes fueron sus antiguos compañeros de militancia, con una claridad y rotundidad poco comunes.
Hace unos días publicó uno de estos artículos (“Una cierta realidad”, El Mundo, ed. Andalucía, 14/11/2104) que seguro habrá escandalizado a muchos, más que nada desinformados de la historia. En él se hacen algunas afirmaciones -al hilo de lo mucho que nos gusta a los andaluces el intervencionismo estatal, lo que explica, según el autor, nuestras querencias electorales- que aunque no son novedosas, pocas veces las he visto tan claramente expresadas, sobre todo por alguien que viene de la izquierda.
Una de esas afirmaciones es que “el franquismo sociológico sigue vivo en la región: una cierta realidad que no quiere decir su nombre y se disfraza de izquierda”. Se refiere al Régimen socialista andaluz, que se prolonga ya por cerca de cuarenta años, tantos como duró el régimen franquista del que lo considera de alguna manera heredero. Se refiere Lazo a su fundamentación en el papel paternalista y provisor del Estado y al consiguiente intervencionismo gubernativo en lo económico, en el afán controlador, visto aquí como un sistema progresista “ por mucho que la
realidad nos demuestre lo contrario manteniendo Andalucía a la cola del
progreso”.
Pero la cuestión
que quiero fundamentalmente destacar es la referencia al mito de la II República, algo que Lazo ha
estudiado en profundidad. Sobre este asunto mantiene:
la tan publicitada
democracia de la Segunda República...duró menos que un soplo: a partir de
febrero de 1936 el triunfo en las elecciones del Frente Popular convirtió aquel
régimen, que nunca había sido muy liberal, en una dictadura de partidos de
izquierdas y en la práctica desaparición del Estado de Derecho. La guerra civil
no fue un enfrentamiento entre libertad y despotismo, sino el choque entre un
totalitarismo que tomaba como modelo la Italia de Mussolini y la Alemania de
Hitler, y un totalitarismo de izquierdas cuyo modelo fue la Unión Soviética de
Stalin.
No lo digo
yo, lo dice el profesor Lazo. Pero es lo que pienso, después de haber leído no
poco sobre el tema, desde hace bastante tiempo. Frente a esto se nos quiere
imponer por ley que la II República española fue un régimen idílico de libertades
abortado bruscamente por un alzamiento fascista. Con planteamientos así es
natural que los intelectuales decentes y honestos no tengan más remedio que
retirarse de la política y dejar paso a las nuevas camadas de estultos e
ignorantes, amén en muchos casos de corruptos, que ahora imperan. Algo habremos
hecho mal para merecer esto.
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