Se acabaron las
especulaciones. Hablaron las urnas. Ya no hay encuestas encima de la mesa sino resultados. Y lo que ocurrió era lo que se
esperaba: de nuevo victoria del PSOE, pero con la particularidad a mi juicio de
que estas elecciones, más que ganarlas Susana Diaz, las perdió el Partido
Popular. El PSOE perdió apoyos, pero donde hubo una huida masiva de votantes -hasta medio millón, que se dice pronto, un tercio de los votos obtenidos en
anteriores comicios- fue en el partido que ha sido primera fuerza en Andalucía en los últimos años. Una derrota pues que
hay que calificar de debacle sin paliativos y que no por esperada resulta menos
dolorosa para los que hemos confiado en su momento en que la formación azul
podía ser la llave del cambio que necesita Andalucía para despegar.
Una derrota que empezó
a gestarse en el propio balcón de la calle San Fernando la noche misma de la
victoria muy digna pero insuficiente de las elecciones de 2012. Javier Arenas
no supo asimilar el mazazo de aquella decepción (eso sí que no se esperaba) y a
los pocos días cogió la puerta de forma sorpresiva dejando al partido en la estacada y sumido en el estupor. Arenas
es el primer responsable de lo que ocurrió el domingo. Es compresible que como
persona estuviese inicialmente hundido por no haber alcanzado el objetivo tras
tantos intentos y teniéndolo tan cerca. Pero su irse para no irse, esto es, para
quedarse entre bambalinas, que es donde ha estado todo este tiempo, hizo mucho
daño al partido que de buenas a primeras, cuando nadie lo esperaba se vio sin
líder y sin saber muy bien a dónde ir. Le dejó el marrón a Juan Ignacio Zoido,
que era la única persona que en aquél momento podía hacerlo, aunque ello
tuviera unos costes que veremos si no se acaban pagando también con la pérdida de
la alcaldía de Sevilla. Arenas es responsable doblemente porque al irse
precipitadamente él sabía que su sucesión no era fácil en tanto que durante años había manejado el
partido de forma absolutamente personalista, sin dejar que a su alrededor
creciera nadie que pudiera hacerle sombra. Él tenía que haberse quedado a
pilotar esa travesía del desierto y no marcharse a seguir intrigando desde
Madrid, dejando aquí que se quemaran otros. Porque además su marcha no supuso ninguna
catarsis en el partido. Simplemente corrió el escalafón. ¿Era Arenas el único
culpable-responsable de que no se hubiese alcanzado la mayoría absoluta en
aquellas elecciones? Pues cualquiera diría que sí, porque salvo él aquí no se movió
nadie más. Así que el partido se queda sin su líder natural pero con todo el
aparato que no había sido capaz de llevarlo al triunfo.
Ahora Javié, como dicen
que le llaman los que lo adulan en privado, vuelve a aparecer en el modesto cuarto
puesto de la lista de Almería. ¿Para qué? ¿No había nadie que pudiera ocupar
esa plaza? Volverá a sentarse en el parlamento del que ha estado ausente en los tres últimos años, después de llevar al partido a su mejor resultado histórico. Pienso
que hubiera sido un buen presidente para la Junta, pero desde entonces no ha
hecho sino sentar las bases del
hundimiento del domingo. Es su primer responsable, y todavía no le he escuchado
decir palabra. Pero lógicamente hay más.
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