(Viene de la entrada anterior)
Así que Arenas, tras su amarga victoria de 2012, pegó la espantá, tomó el olivo y se subió al tendido de Madrid para seguir no obstante, desde allí, intentando controlar la lidia de aquél toro que no había querido ni ver de cerca. A Juan Ignacio Zoido le esperaba una difícil tarea que además le restaba mucho tiempo a su ocupación fundamental que debía haber sido siempre el Ayuntamiento de Sevilla.
Yo escribí
entonces que Zoido me parecía el que mejores condiciones reunía en tales
circunstancias, indeseadas, pero siempre pensando en que sería una situación
transitoria hasta dar con el nuevo líder que pudiera optar a la presidencia de
la Junta. El problema es que esa transitoriedad duró demasiado. Fueron dos años
perdidos, en los que las estructuras del partido se renovaron poco, siempre
con la premisa de la unidad, la unidad y la unidad. La inútil y estéril unidad
que anula el sano debate político.
Para mí hubo un momento
clave: cuando la dimisión de Griñán habría sido una oportunidad idónea para al
menos optar a la investidura y hacer ver que seguía habíendo un proyecto
alternativo para Andalucía. Pero la formación mayoritaria en la cámara no estaba para nada,
perdida aún en su laberinto.
Mientras tanto en Madrid andaban tan ocupados
intentando sacar a España de la crisis que se olvidaban de los compromisos
adquiridos con los votantes, e incluso de los principios del partido. Pero
Rajoy sí que tuvo tiempo para finalmente dedicarnos unos minutos a los
andaluces para imponer a su candidato. Creo que ahí Zoido se equivocó al empecinarse en la alternativa única de José
Luis Sanz, afectado ya por el caso Tomares, que lo hacía muy vulnerable. Lo
ideal es que se hubiera concurrido a un congreso con dos o tres candidatos,
pero la sacrosanta consigna de la unidad no lo permitió. El propio Sanz no se
atrevió a tomar la iniciativa y esperó y esperó el dedazo, hasta que el dedo
apuntó hacia otro lado. Zoido, que al final ha sido uno de los damnificados del
proceso, tuvo que soportar que le pagaran los servicios prestados imponiéndole
un candidato que no era el suyo.
Y aquí
viene Juanma Moreno, un señor encantador, un anti prototipo de señorito
andaluz, un tipo que ha demostrado poder estar por encima de Díaz, pero que, partiendo con el estigma de venir
impuesto de Madrid, hasta ahora creo que pocos han llegado a poder catar si es carne o pescado. Desde que llegó no se
ha visto muy claro si lo que quiere es acabar con el régimen instaurado por los
socialistas en Andalucía o más bien heredarlo. ¡Si hasta llegó a ofrecer su apoyo a Susana Díaz en
sustitución del de IU cuando la crisis de la Corrala Utopía! El partido que había ganado las anteriores
elecciones ofreciendo apoyo para que gobierne quien las perdió ¡eso dónde se ha
visto! Así es normal que incluso criticara que se adelantaran los comicios cuando a
Susana le vino bien deshacerse del socio
que la había mantenido en la poltrona. Cuando una fuerza es alternativa de
gobierno lo que tiene es que estar deseando de tener una oportunidad para
alcanzarlo. Pero en el PP se han hecho las cosas tan mal que al final el
resultado no podía ser otro, y se sabía y esperaba de antemano, hasta el punto de temer tener que acudir a las urnas. Que no me
cuenten que ha sido cuestión de tiempo porque ahí tienen a Marín, que a ese sí
que no lo conoce nadie, y ha sacado nueve diputados. Lo que pasa es que cuando
la gente piensa que le han tomado el pelo, basta que aparezca uno medio qué para que se
eche en sus brazos, aunque sólo sea para dar celos. Al menos hasta que este
también –quién sabe- se lo tome. Pero la culpa no es de Moreno, sino de Rajoy
que lo impuso. Él es el responsable inmediato del descalabro. Y lo peor es que
parece no haberse enterado.
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