Por prescripción
facultativa no vi el debate de ayer entre los candidatos a la presidencia de la
Junta de los partidos con presencia hasta hoy en el Parlamento de Andalucía. Corría serio
peligro de que me diera un ataque de risa, de ira o de llanto, según me cogiera.
Así que sin mucho pesar dediqué la noche a otras cosas más placenteras. Pero
esta mañana no he podido evitar ver algún flash del evento, y casi que se ha
producido el efecto temido por mi médico, aunque haya sido en menor dosis que si lo hubiera visto entero. Así
que resulta que sale Susana Díaz, se
pone muy seria, como sólo ella sabe ponerse, con cara de "indigná" y haciendo un esfuerzo sobrehumano
va y dice: “A mi la corrupción me repugna, como a todos los andaluces”. Y se
queda tan pancha. La carencia de sentido del ridículo es una de las cualidades que al
parecer irremisiblemente han de adornar al político de hoy. Porque hace falta
no tenerlo para decir tal cosa y seguir allí de pie frente a las cámaras como
si nada. He leído en algún sitio que al debate le faltaron aplausos grabados.
Yo más bien diría risas, carcajadas grabadas, porque la escena era de club de
la comedia. Dice Susana “A mi la corrupción me repugna, como a todos los
andaluces” y se oye de fondo (¡¡¡jajajaja!!!). Porque es que eso no se puede
decir mínimamente en serio, tenía que ser la parte graciosa del debate, las
tomas falsas, ¡ese es el corte que yo he
visto! Si a Susana Díaz le repugnase verdaderamente la corrupción estaría continuamente de vomitera, y no
precisamente por su embarazo. Andaría de retrete en retrete, de escupidera en
escupidera, de letrina en letrina, no habría pimperanes entre todas las
existencias del Servicio Andaluz de Salud, con recortes o sin ellos, para
calmar el flujo vomitorio. Porque Susana
- aunque ella tenga el desparpajo de querer
aparentar que no tiene que ver con el asunto, que es cosa del pasado, que ella
es “el tiempo nuevo”- es hija del sistema de corrupción en el que se asienta el poder en Andalucía
desde hace décadas, se ha criado políticamente en el epicentro la corrupción, y
sigue empeñada en tapar todo lo que puede sobre el tema, dificultando el
trabajo de los jueces que la investigan. Su pedestal se asienta directamente sobre
las cloacas. Tan cerca ha tenido y tiene
la corrupción que a menos que tenga
totalmente atrofiado el sentido del olfato algún olorcillo putrefacto le ha
tenido que llegar. Así que no venga ahora con sus dotes histriónicas a hacer
bromas sobre el tema, que con las del extremeño ya tenemos bastante. En cuanto a los
andaluces está claro que no a todos les repugna la corrupción, porque si así fuera
los responsables de esta situación generalizada habrían sido enviados a su casa
hace ya mucho tiempo, y sin embargo ahí siguen mandando, solos o en compañía de
otros, como la comparsa cómplice de IU. Hay muchos andaluces a quienes les importa
un pimiento lo de la corrupción, como lo
corrobora la constatación empírica de que a pesar de ella siguen votando
a sus responsables. Así que la frase es falsa por partida doble. Es una de esas
frases propias de lo políticamente correcto pero que no se sostienen de ninguna
manera, que no resisten lo más mínimo el contraste con la realidad. Debería ser
así, indiscutiblemente, pero el caso es que no lo es. Ni a ella particularmente
ni a muchos andaluces en general les repugna
lo más mínimo la corrupción, mientras no se demuestre lo contrario. No al menos
mientras los corruptos sean de los suyos.
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