Pues
sí. Como contaba en mi anterior entrada, en la novela Carmen de Próspero Mérimée,
inspiradora de la famosísima ópera del mismo nombre, se habla de diversos
lugares perfectamente identificables de Sevilla como la Fábrica de Tabacos, la
calle Sierpes o el barrio de Triana. Pero el lugar sevillano quizá más
trascendente en la narración, y es poco conocido porque su mención no se
trasladó al libreto operístico, lo sitúa Mérimée en la calle Candilejo. Quien
pase por ella se habrá dado cuenta de que desde hace unos meses se ha abierto allí
una tienda con el sugerente nombre de “Le secret de Carmen”, en cuya fachada
además hay una placa recordatoria patrocinada por el programa “Sevilla, Ciudad
de Ópera”. Pero ese secreto se
desvela en la novela, no en la ópera.
Hay que tener en cuenta que si Mérimée escribe Carmen
no es porque por casualidad se le ocurriera un buen día paseando por los Campos
Elíseos o el Bosque de Bolonia. Su atracción por España, común a otros
escritores franceses de la época, es una constante en su vida, de manera que
llega a realizar hasta seis viajes por
nuestro país, en el primero de los cuales (1830) parece ser que la condesa de
Montijo, madre de la que luego sería emperatriz de los franceses, Eugenia de
Montijo, le contó las historias en las que años más tarde, concretamente
quince, se basó para escribir la obra
que nos ocupa. Como la Edad Media era también un tema de atención preferente
para los escritores románticos, don Próspero conocía los relatos tan atractivos
para dicha mentalidad que se contaban del rey Pedro I de Castilla, llamado por
unos el Cruel y por otros el Justiciero, entre ellos lógicamente el del famoso
homicidio por el que fue colocada allí donde se produjo, y aún permanece, la
cabeza del propio rey. De hecho, años después de publicar Carmen, Mérimée
escribió una historia de este monarca. Así que es posible que el conocimiento
de esta calle sevillana por tal motivo es lo que le llevara a situar imaginariamente en ella
la casa de la vieja Dorotea, que es donde Carmen seduce finalmente al incauto don
José. A ella llegan tras una noche de fiesta en la trianera taberna de Pastia,
después de atravesar prácticamente toda la ciudad, pues como es sabido, la
calle del Candilejo, que es como se le menciona repetidamente, se encuentra ya
bien cerca de la puerta de la Carne. Después de convencer a la reticente vieja,
la pareja se queda a solas en la casa y entonces Carmen hace gala de su arrebatadora sensualidad, que el lector tiene no obstante que imaginar, porque se
dan pocas pistas. “Pasamos juntos todo el
día, comiendo, bebiendo y lo demás” cuenta púdicamente Mérimée por boca de
don José. Desde entonces el soldado ya no puede pensar en otra cosa. La calle
del Candilejo se convierte en el epicentro de su obsesión. Mas para Carmen es
muy diferente. Para ella “l’amour est enfant de Bohème, qui n’a
jamais, jamais connu de loi”. Le da pares y nones hasta que un día José
acude a la casa de Dorotea y allí descubre a su amante nada menos que con un
teniente de su mismo regimiento, al que acaba matando in situ. Es el punto de no retorno de la trama. De ahí a la vida de
bandolero arrastrado por el fatal amor a una mujer que no iba sin embargo a
dejarse atar por nada ni por nadie. Pero la casa de la calle del Candilejo
quedaría para siempre como el más preciado y evocador recuerdo de la
arrebatadora pasión sentida por la gitana, quizá como el único momento de plenitud
extática de la relación. “¡Ah! ¡Señor,
aquél día!¡Aquél día!..., cuando pienso en él olvido el de mañana” dice José
la noche antes de ser ajusticiado.
***
-¿Y
la plaza de toros?¿Dónde se deja usted la plaza de la Real Maestranza? Todo el
mundo sabe que el cuarto acto de la ópera tiene lugar en las inmediaciones de
un coso taurino que no puede ser otro que el del Baratillo.
Pues no señor (o señora). La plaza de toros de la Real
Maestranza de Caballería de Sevilla brilla absolutamente por su ausencia en la
novela. La corrida a la que José acude presa de los celos siguiendo a Carmen, porque
esta ha ido a ver la actuación de su nuevo amante, el picador (que no matador)
Lucas (que no Escamillo), tiene lugar en el coso de la capital cordobesa, y la
muerte de Carmen en algún lugar de la serranía, a donde la ha llevado el
desesperado exmilitar intentando convencerla de que marchen los dos a América
para empezar una nueva vida.
Así que el protagonismo pleno de Sevilla en la ópera
hay que atribuírselo no a Mérimée, sino a Mehilac y Halévy. Si la calidad del
libreto, escrito bastantes años después de la publicación de la novela, ha sido
fuertemente cuestionada en relación con su referente -no así la de la música de
Bizet- los sevillanos le debemos a este que nuestra ciudad haya quedado
vinculada en exclusiva a este mito universal, algo de lo que no estoy seguro
hayamos sabido sacar siempre el deseable provecho.
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