Dudé
bastante acerca de renovar para esta temporada mi abono de ópera del Teatro de
la Maestranza, después de la cancelación de La
traviata en la pasada, que quedó inacabada, como la sinfonía de Shubert, y
los problemas que se preveían para la presente. Pero finalmente pensé que es
ahora, en los momentos difíciles, cuando hay que mostrar el compromiso con las
cosas que amamos, y no hay forma mejor de hacerlo en estos casos que pasando por
taquilla.
Como
se preveía, el teatro ha tenido que hacer un esfuerzo tremendo para sacar
adelante estas representaciones de Cosí
fan tutte, con cada vez mayores restricciones de aforo hasta última hora,
lo cual es digno de reconocimiento y apoyo. Pero no sé yo si en lo sucesivo se
van a poder mantener funciones para sólo doscientos asistentes.
Ese
era el número máximo -200- de espectadores que pudimos asistir ayer a la
premier adelantada de esta nueva coproducción del teatro sevillano con el Calderón
de Valladolid. Control de temperatura en la entrada, reubicación de
localidades, geles y mascarillas por todas partes –todos los figurantes y
bailarines en el escenario incluidos- y un ambiente extraño, muy diferente al de
las grandes ocasiones con el aforo lleno. Sólo la presencia de la Consejera de
Cultura, indicaba que estábamos en una noche de estreno y no en un ensayo con
público limitado. Un aspecto positivo no obstante a destacar: es la primera vez
que asisto a una función de cualquier tipo en el Maestranza sin que se escuche
una sola tos. Estaba claro que nadie se atrevería ante la posibilidad de despertar
el recelo del resto de asistentes.
La
representación, adelantada una hora para permitir el regreso de los asistentes
a sus domicilios antes del toque de queda, comenzó no obstante con un poco de
retraso y con problemas en la proyección de los subtítulos, con lo cual algunos
poco informados quizá no se enterarían bien de dónde estaba el origen de toda
la trama.
Cosí fan tutte
es la tercera ópera de la trilogía mozartiana que tiene como libretista a
Lorenzo Da Ponte. Tres obras –Las bodas, Don Giovanni y esta última- en las que
el amor en sus diversas formas es tema principal. Curioso que un sacerdote
supiera tantas cosas del amor. Pero es que Da Ponte, amén de prolífico escritor
de libretos, fue un sacerdote poco pío y muy libertino, lo cual explica el
asunto. Igual se puede decir también que era machista y misógino –cosa de la que
no se han enterado los ignorantes ministros del gobierno de progrez, que de
otra forma lo habrían prohibido ya- porque la tesis de su historia no resiste
un análisis con perspectiva de género. Todas las mujeres son volubles y
caprichosas en el amor -La donna è mobile,
cantaba también el Duque de Mantua verdiano- y para comprobarlo no hay más que
ponerlas a prueba. El “vejestorio” cincuentón D. Alfonso es el que planea el
experimento, la corrosiva y resabiada Despina colabora en él, y las jóvenes parejas
Fiordiligi-Guillelmo, Dorabella-Ferrando son los conejillos de indias. La idea
candorosa y elevada del amor que tienen inicialmente los jóvenes se desmorona,
entre el humor y la amargura, conforme avanza la historia y se comprueba de qué
inconsistente material estamos hechos. Curioso sin embargo que a pesar de que Despina
admite que la infidelidad es consustancial en los hombres, el asunto no gira
sobre esto, sino sobre la debilidad e inconsistencia femeninas.
Me
gustó la puesta en escena del joven sevillano Rafael Rodríguez Villalobos. Una
estética contemporánea, pero sin extravagancias, para una música intemporal. Un
decorado casi inexistente, en colores neutros, al que dan vida las luces y las
sombras, en contraste con las notas de color que aportan los personajes y sus
atribulados corazones. Los jóvenes amantes son niños que creen en un
amor puro y eterno. Niños que juegan a la guerra con sus soldaditos, que se
aferran a su osito de peluche….hasta que la constatación de cómo son las cosas del
querer en la realidad les hace madurar rápidamente en cuestión de horas. La concha,
las candilejas y el recurrente telón nos recuerdan sin embargo que lo que vemos
es puro teatro, así que siempre podremos quedarnos con la duda de si las cosas
son siempre así en la vida real. Que esto es arte, no ciencia.
La
dirección musical está también a cargo de un joven director, el mexicano Iván
López-Reynoso. Sin perjuicio de algunos momentáneos desajustes, supo imprimir la
variedad de tiempos y texturas que la partitura requiere, ajustada siempre de
forma magistral a la amplia paleta de sentimientos que se van desgranando en la
escena.
En
el elenco vocal también destaca la juventud, a excepción del veterano Roberto de
Candia, acorde con su papel. Natalia Labourdette se desenvolvió espléndidamente
en su rol de criada alcahueta, incluidos sus pasajes como fingidos médico o
notario. Xabier Anduaga (Ferrando) ofreció una notable Un’aura amorosa, aunque creo que puede sacar más partido a su bello
timbre lírico-ligero. El polaco Mechlinski lució su buen registro baritonal en
el papel de Guillelmo, mientras que Maite Beaumont, un poco escasa de volumen
en algunos pasajes, defendió bien su Dorabella. Quizá fue Vanessa Goikotexea la
que más destacó en un conjunto bastante homogéneo, y así lo reconoció el
público que, dentro de su escasez, aplaudió calurosamente a los artistas al
final de esta tan peculiar función.