Laura Gómiz lo ha aclarado todo. En su declaración
ante el Juzgado de lo Social nº 2, en el acto de la vista de la causa por el
despido de Cristóbal Cantos y sobre las grabaciones de sus conversaciones con el
despedido, en las que claramente, a mi juicio, le presiona para falsificar expedientes, ha
manifestado: “Es mi voz, pero no mis pensamientos”. No soy yo, es alguien que habla por mí y me
hace decir cosas feas. Ahora va a resultar que la tal Laura Gómiz es la niña de
la famosa película “El exorcista”, ya de mayor (buena madurez, por cierto). Ella no quería, pero una
irresistible fuerza interior le obligaba a corromperse. No era ella, era el Maligno
el que le hacía inventarse los falsos expedientes, el que alimentaba esa fecunda imaginación de la que
se jactaba ante sus subordinados. Por eso veo cierta contradicción cuando dice que
Cantos “veía fantasmas donde no los había”. ¿En qué quedamos? ¿Había espíritus
o no los había? ¿Lo de inventarse expedientes era cosa del más allá o del más
acá?. Más bien me inclino por creer que
allí tenía que haber fantasmas y fantasmones, espíritus inmundos de todo tipo.
La dulce Laura no era más que un instrumento en manos de tan maléficos seres.
Siempre pensé que había que ser de una determinada
pasta para estar en ciertos sitios y hacer determinadas cosas. Y ahí está la
prueba evidente. Hay que tener desahogo y desparpajo para decir ante un
tribunal “es mi voz, pero no mis pensamientos”, y quedarse tan pancha.
Demasiada gente de este tipo, con escasos
referentes morales, han estado
manejando durante demasiado tiempo nuestros dineros. Alguno ha pasado ya a la
cárcel (Guerrero). Es hora de que la justicia actúe y ponga a cada uno en su
sitio. Pero los votantes también.
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