Este país, como a la
izquierda le gusta decir, fue en tiempos de los romanos llamado Hispania. Entre las hipóteis que se barajan sobre la etimología de esta palabra es bien conocida la de que el topónimo significa “tierra de conejos”. Pues bien, los
habitantes actuales de esta tierra de conejos llevamos ya casi un mes confinados
en nuestras madrigueras y no se ve el momento en que vayamos a poder volver a
salir a disfrutar de nuestra libertad.
En todo este tiempo el
Gobierno de la nación lo que ha hecho es comprar a las televisiones privadas con
15 millones de euros para que transmita la propaganda que ya difunde
sobradamente la televisión pública, librarse del control parlamentario de la
oposición, impedir el trabajo de la prensa libre mediante ruedas de prensa
amañadas, o coartar la libertad de expresión de los ciudadanos expresada a
través de las redes sociales. De los test, las mascarillas o los respiradores,
que era a lo que debería haberse dedicado para que esta clausura fuese lo más
breve posible, todavía no está claro qué haya pasado para que sigamos a día de
hoy esperando.
Entretanto los “conejillos”,
que somos los que estamos cargando con todo el coste de vencer a la epidemia con nuestra ejemplar y cívica disciplina mientras el gobierno experimenta a ver si es capaz de hacer algo eficaz por su parte,
nos expresamos cada tarde aplaudiendo a los verdaderos héroes en esta guerra, que son los
profesionales de la sanidad. Gesto loable y merecido sin duda. Pero viendo la
actitud prepotente y desafiante del presidente del Gobierno en el Congreso el otro día no me extrañaría
nada que algún día semejante cínico engreído salga diciendo que los aplausos eran para
él, igual que ha dicho que la gestión de la crisis de su gabinete está siendo
la mejor del mundo.
Por esto pienso que ya va
siendo hora de que cambiemos las bienintencionadas palmitas de las ocho por las cacerolas. Al menos rienda suelta a nuestro cabreo, y que se enteren de verdad
nuestros gobernantes de lo que pensamos de ellos. De otra manera corremos el
riesgo de que alguien por ahí empiece a cuestionándose si aquello de Hispania
no significaba más bien “país de borregos”.
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