domingo, 12 de abril de 2020

LA HORA DE LAS CACEROLAS


Este país, como a la izquierda le gusta decir, fue en tiempos de los romanos llamado Hispania. Entre las hipóteis que se barajan sobre la etimología de esta palabra es bien conocida la de que el topónimo significa “tierra de conejos”. Pues bien, los habitantes actuales de esta tierra de conejos llevamos ya casi un mes confinados en nuestras madrigueras y no se ve el momento en que vayamos a poder volver a salir a disfrutar de nuestra libertad.

En todo este tiempo el Gobierno de la nación lo que ha hecho es comprar a las televisiones privadas con 15 millones de euros para que transmita la propaganda que ya difunde sobradamente la televisión pública, librarse del control parlamentario de la oposición, impedir el trabajo de la prensa libre mediante ruedas de prensa amañadas, o coartar la libertad de expresión de los ciudadanos expresada a través de las redes sociales. De los test, las mascarillas o los respiradores, que era a lo que debería haberse dedicado para que esta clausura fuese lo más breve posible, todavía no está claro qué haya pasado para que sigamos a día de hoy esperando.

Entretanto los “conejillos”, que somos los que estamos cargando con todo el coste de vencer a la  epidemia con nuestra ejemplar y cívica disciplina mientras el gobierno experimenta a ver si es capaz de hacer algo eficaz por su parte, nos expresamos cada tarde aplaudiendo a los verdaderos  héroes en esta guerra, que son los profesionales de la sanidad. Gesto loable y merecido sin duda. Pero viendo la actitud prepotente y desafiante del presidente del Gobierno en el Congreso el otro día no me extrañaría nada que algún día semejante cínico engreído salga diciendo que los aplausos eran para él, igual que ha dicho que la gestión de la crisis de su gabinete está siendo la mejor del mundo.

Por esto pienso que ya va siendo hora de que cambiemos las bienintencionadas palmitas de las ocho por las cacerolas. Al menos rienda suelta a nuestro cabreo, y que se enteren de verdad nuestros gobernantes de lo que pensamos de ellos. De otra manera corremos el riesgo de que alguien por ahí empiece a cuestionándose si aquello de Hispania no significaba más bien “país de borregos”.

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