Hoy es el día en que no
podía faltar. Nunca lo hice. Siempre el Martes Santo estuve en la Calzá. Desde
que era niño e iba a casa de mis abuelos, frente a la casa de las Hermanitas de los Pobres.
Desde los balcones veía ilusionado cómo entonces, al final de la mañana, se
iban colocando por el amplio jardín del asilo las insignias en torno a las que
se conformarían luego los tramos de la cofradía, señal inequívoca de que
llegaba la hora de vestir la túnica. Incluso
las escasas veces en que no salí formando parte del cortejo, jamás falté a mi
cita en la calle Oriente. Años hubo, pocos gracias a Dios, que tuve que
volverme por la lluvia antes de tiempo. Pero aun así allí estuve, sintiendo el
calor de mis hermanos, de mi gente, del ambiente, de mis Titulares.
Siempre al llegar al
templo, lo primero rezar ante Ellos. Por eso no me gustaba salir en tramos que
formasen en las hermanitas, sin pasar por la iglesia. Pedir por mí y por los
míos. Dar gracias por poder vivir aquello un año más. Los nervios que te comen
hasta entonces -mientras te vistes, te preparas, te desplazas- se templan una
vez allí con la charla con tantos amigos, que nos conocemos casi desde niños, a
muchos de los cuales se ve de año en año. La hermandad es eso. Una mirada al
cielo, y otra al que tienes a tu lado. Eso lo aprendí sobre todo en mis tiempos de
costalero. Incluso si al final no se sale, ese rato es impagable. Todo eso ha
faltado este año.
Es cierto que hubo otros
años en la historia de las cofradías en que no hubo procesiones de Semana
Santa. El último de ellos, el 33 de la pasada centuria –el 32 sólo hubo una-.
Pero aún en esos tristes momentos los cofrades pudieron estar unidos junto a
las imágenes de su devoción en estas fechas. Se celebraron cultos. Se montaron
altares. Se hicieron turnos de vela…Este año no. Por eso esta situación no
tiene precedente en nuestra ciudad. Ni podemos estar con Ellos ni podemos estar
con nosotros, los que nos unimos bajo su advocación, más que de manera virtual.
La calle Oriente está hoy
desierta, como si hubiera sido transportada a cualquier otro lugar del orbe
donde la Semana Santa es sólo una semana más del año. O como si las cofradías
se hubieran extinguido de la faz de la tierra. Algo como de película de ciencia
ficción. Podría compararlo a esa escena famosa en que aparece la Estatua de la
Libertad derruida en una playa. ¿Fue aquello alguna vez Nueva York? Insólito.
Me pellizco ¿es Martes Santo? Sí que lo es. Sin embargo la puerta de la
parroquia está cerrada. Como lleva ya hace algunas semanas. Quizá esto haga las
delicias de algunos. Dentro están nuestros Titulares. Solos. He visto alguna
foto en las redes. Siempre me ha impresionado la soledad en que queda el templo
una vez que se marcha la cofradía. Pero más impresionante tiene que ser la
soledad de esta tarde de Martes Santo, con las imágenes en sus altares, sin
recibir las oraciones de Sevilla, ni llevar su bendición a quienes las esperan.
Durante tiempo tuve una
pesadilla recurrente, compartida con otros “locos de las cofradías” como yo. En
el fondo los cofrades somos así: un poco como niños grandes. Pero ya lo dijo el
Maestro: si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos. Por lo tanto eso no debe ser
en nuestro caso precisamente un descrédito. Un poco niños y un poco locos. De
amor, por supuesto. Si no fuera así, no sería posible seguramente el milagro de
nuestra Semana Santa. Ocurría en esa pesadilla que el Martes Santo llegaba
tarde a la cofradía y ya se había ido. O cuando llegabas te dabas cuenta de que
te faltaba el cíngulo, o la faja costalera, o cualquier otro elemento del
atuendo y te tenías que volver a casa…y cuando regresabas, ineludiblemente la
cofradía ya se había ido. ¿Por dónde irá? ¿Cómo me incorporo ahora? Sin vara,
sin cirio…¿quién habrá ocupado mi sitio en la trabajadera?....Afortunadamente
despertabas y era eso, sólo un sueño. Jamás llegué tarde a la cita. Jamás
olvidé el más mínimo detalle de la indumentaria. Jamás perdí un relevo. Siempre
completé la estación cuando la hice…Ojalá esto que estamos viviendo fuera sólo
un mal sueño. Pero no, es la verdad de lo que nos ha tocado vivir. Probablemente
no es lo más grave, dadas las circunstancias, pero para los que sentimos esto
es algo que nos impacta. Algo que jamás hubiésemos pensado que pudiera ocurrir,
ni en nuestra peor pesadilla cofrade. Una calle Oriente desierta en Martes
Santo.
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