viernes, 10 de abril de 2020

LA PIEDRA ANGULAR



Tarde de Viernes Santo. Tarde oscura de dolor y muerte. La tarde más aciaga de la historia de la humanidad. Y en medio de tanta desolación, ahí está María sosteniendo en sus brazos el cuerpo exangüe de nuestro Salvador. Es la piedra que desecharon los arquitectos, pero no así su madre, mujer sencilla y bendita de Nazaret, Madre nuestra de la Piedad.


Los arquitectos de este mundo de hoy, los que construyen una sociedad materialista que no sabe a dónde va porque no encuentra sentido, ahogada en el hedonismo y el consumismo, siguen desechando aquella piedra. Creen tenerlo todo controlado. Creen poder asegurarnos el paraíso en la Tierra, y sin embargo no pueden defendernos de un simple virus. La soberbia del hombre es superlativa. Cree poderlo todo con su ciencia, pero a la vista está que la ciencia no lo resuelve todo y en todo momento. ¿Quién hará justicia a las decenas de miles de fallecidos en condiciones inhumanas? ¿Podemos esperar en la justicia de los hombres? ¿Dónde serán recompensadas las víctimas inocentes de nuestro mundo, a quienes la ciencia no alcanzó a salvar? Sólo con una perspectiva trascendente podemos confiar en una verdadera Justicia.

Es necesario un momento de reflexión, un acto de humildad. Desearía estar esta tarde, como tantos Viernes Santos, con María, junto a la cruz,  con la gente sencilla que la acompañó en aquellos tristes momentos, y que no desesperaron a pesar de la injusticia que tenían delante. Quisiera adentrarme en secreto entre los blancos muros del exconvento de la Paz. Atravesar sin que nadie me vea el compás, pasar a hurtadillas ante el alto ciprés que tanto sabe de nuestra vida de  hermandad, y alcanzar la recogida soledad de la iglesia. Y allí arrodillarme ante el misterio, despojado de apriorismos y certezas mundanas, a contemplar el cuerpo maltrecho de nuestro Padre Descendido de la Cruz y la consoladora Piedad de su Madre. Hacerme humilde y sencillo, como fueron los discípulos, gentes del pueblo llano, e intentar escuchar y sacar las enseñanzas que en este momento difícil puede insuflarnos el Espíritu.

Este año, la tarde del Viernes Santo será especialmente triste porque me faltará, nos faltará a todos los hermanos de la Sagrada Mortaja, la cercanía física de nuestros Titulares, aunque los tengamos en el corazón. Pero igual llegará, no lo dudéis, la mañana del Domingo de todos los domingos. Igual llegará el anuncio de la Resurrección, de la victoria de la Vida sobre la muerte, como llegará el día en que hayamos superado esta epidemia. Llegará el día en que Dios hará su justicia. Las mujeres que ahora se arrodillan ante su cuerpo sin vida  -Magdalena, Salomé, Cleofás- correrán a proclamar, porque se lo dijo el ángel, que ya no está entre los muertos el que Vive. Y el Jesús del madero volverá a estar en la mar de Galilea junto a los suyos. Y será entonces la Piedra Angular. Incluso aunque nosotros, ¡ay!, sigamos probablemente sin enterarnos. 

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