Cuando el bello Pedro y el desaliñado Pablo alcanzaron el vergonzoso pacto del abrazo para formar un gobierno
de pesadilla (según el propio Sánchez había reconocido durante la campaña
electoral) escribí por alguna parte “las izquierdas se unen para arruinar de
nuevo a España.”
De que la aventura
izquierdista acabaría llevando otra vez al país a la ruina estaba seguro, porque
es lo que reiteradamente ha ocurrido en nuestra historia (también escribí que
el español es el único animal que tropieza todas las veces que haga falta en la
misma piedra). Lo que no podía prever es que lo haría tan pronto y tan
profundamente.
Lo que está ocurriendo en
España no es una fatalidad del destino, ni fruto de una maldición bíblica o un
revés de fortuna. Ocurre por tener el peor gobierno de nuestra historia
reciente (mira que ZP dejó el listón alto) ante un problema de dimensiones
desconocidas hasta la fecha.
Que no se escuden en el
“¡¡cómo se iba a saber!!”, porque se sabía (no había más que mirar a la cercana
Italia). Que no se escuden en los recortes de Rajoy (para recorte el cierre del
Hospital Militar de Sevilla) porque es ahora, desde el mes de enero, cuando
tenían que haberse hecho los aprovisionamientos de material de protección y de
test. Que no se escuden en los técnicos, cuando siguen confiando (y confiándonos
a él, que es lo grave) en el tal Simón, que decía que aquí la incidencia iba a
ser mínima, y al que tenemos que seguir aguantando que cada día nos informe de
por dónde va ya la cifra de muertos, incluso ahora que él también está
infectado.
La pandemia, como su
propio nombre indica, es global. Pero la gestión catastrófica de la misma lleva
indiscutiblemente la marca España, gracias a este ejecutivo incompetente, conformado
sólo bajo el criterio de repartir sillones entre las dos fuerzas coaligadas y
donde la capacidad y la inteligencia ni están ni se les espera.
El panorama es aterrador:
privados de nuestros derechos fundamentales a la libre circulación, a la
reunión, a la manifestación.. Privados del derecho al trabajo y a la libertad
de empresa...Con el Parlamento prácticamente cerrado, sin poder controlar al Gobierno.
Con un presidente que elude igualmente
el control de la prensa en comparecencias amañadas, y compra con ayudas
millonarias, por si no tuviese bastante con la propaganda de la pública, el
apoyo de las cadenas televisivas privadas. Y con un émulo de Lenin de
vicepresidente, que debe contemplar con satisfacción cómo el previsible colapso
de la economía representará una inimaginable ocasión propicia para la posterior
instauración de un régimen comunista.
Tras tres semanas de
confinamiento, el ministro Illa todavía no ha sido capaz de aprovisionarse ni siquiera
de mascarillas. Para qué hablar de respiradores o de test, que son la única
forma segura de combatir eficazmente la epidemia. Y sin embargo, ya se nos
anuncian otras dos semanas más de prórroga de un estado que no es de alarma,
sino de auténtica excepción. Y lo que es más grave, sin que se aprecie mucha
resistencia, ni por parte de las fuerzas políticas ni por parte de la
ciudadanía.
El Gobierno pide unidad,
y sería lo ideal en tan delicadísima situación, pero, desde su sectarismo, en
realidad lo que pretende es adhesión inquebrantable a su absoluta
incompetencia. Hora es ya de que la oposición ejerza realmente como tal. No
puede ser que siga dando carta libre a esta pandilla de incompetentes para que
continúe haciendo y deshaciendo a su antojo. Lo ideal sería un nuevo ejecutivo,
de concentración, y dónde prime el perfil técnico. Pero si no eso, al menos debe
exigir condiciones como poco de transparencia y de diálogo que hasta ahora no
han existido en absoluto. De otra manera, apoyando gratuitamente a este
gobierno de pesadilla corre el riesgo de convertirse en cómplice de toda esta
catástrofe.
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