El asunto Caixaforum va camino de convertirse
en un culebrón al estilo de esos de los fichajes futbolísticos del verano.
Ahora sí… ahora no, ahora parece que quizás, pero va a ser que tampoco…La
verdad es que la noticia del cambio de ubicación anunciado por La Caixa hace
unas semanas, renunciando al proyecto de las Atarazanas, cogió por sorpresa a
todos. Pareciera en principio que se tratase de un nuevo episodio de lucha
soterrada entre administraciones municipal y autonómica que tuviera como
consecuencia la frustración de este nuevo atractivo para la ciudad. De ahí,
entre otras cosas, que no se entendiese la sonrisa del alcalde al recibir la
noticia. No pocos se le lanzaron a la yugular acusándole del fracaso por su
excesivo escrúpulo legalista, cosa que ya se sabe, aquí hay mucha gente que le
trae sin cuidado, acostumbrados a imponer su capricho. En todo caso contrastaba
sobremanera con la cara de enterrador que se le quedó a Luciano Alonso, el
consejero de la cosa en la Junta. Y muchos ciudadanos se sintieron
desconcertados: otra batallita más de políticos de vuelo bajo, como el grajo
(Navarro Antolín, te lo debo). Ahora resulta que el pleno del Ayuntamiento aprueba una moción y
Zoido se pone otra vez el traje de conseguidor para intentar hacer recapacitar
a los banqueros.
Difícil tarea, me parece
a mí, porque con el paso de los días ha quedado claro que la decisión tiene una
motivación exclusivamente empresarial, y las cuentas son las cuentas. Los
señores de Caixabank habrán pensado que con comerse el marrón de Cajasol, torre Mordor-Pelli incluida, ya aportan bastante a la ciudad y a la región. Ni con
plan especial ni sin san plan especial. Los catalanes han dicho que hasta aquí
hemos llegado. Es normal que el alcalde, dentro de lo que cabe, ponga buena cara a la solución, aunque ahora pretenda reconducirla. Salva los muebles al
mantenerse el compromiso del Caixaforum en la ciudad y se ahorra el riesgo de
que le saquen definitivamente tarjeta roja en la UNESCO con la “restauración”
ideada por Vázquez Consuegra. Quien más pierde es la Junta, que es quien tiene
que mover ficha para dar solución al
edificio de su titularidad. De ahí el gran cabreo de Alonso expresada en forma
de carta en la que casi se pierden las formas. Que no están estos señoritos
acostumbrados a que nadie les tosa, o les de la espalda. En su soberbia, parece
que olvidan el favor que les han hecho tapándole las vergüenzas de la gestión
de los Pulido y compañía al frente de la caja que manejaron a su antojo hasta
antier.
Pienso que puede que no haya mal que por bien no venga.
Suscribo en este sentido plenamente el artículo publicado sobre el
particular por el también arquitecto Fernando Mendoza -que la arquitectura local no empieza y acaba en Vázquez Cosuegra- en Diario de Sevilla. En esta nueva versión de
la ciudad dual y bifronte me alineo en el bando de los mendozistas. No estoy de
acuerdo en absoluto con quienes van llorando por las esquinas lamentando lo que
consideran una irreparable pérdida. Me podrán llamar carca, rancio o inmovilista,
pero yo no quiero más torres Pelli o más
Setas en el corazón de la ciudad. Si esto no se asegura, por lo
menos que me quede como estaba. Con lo que pierde Sevilla es con actuaciones
como las citadas o como la de la biblioteca del Prado, en las que se atropella
a la razón, a la ley o a ambas cosas a la vez. El valor de las Atarazanas está en el propio
edificio y en su vinculación a la historia de la navegación, en la que tanta
importancia tuvo Sevilla, aunque muchos parecen ignorarlo, encandilados siempre
con la última novelería “progresista”.
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