Menuda tarde la de ayer, observando en tiempo real a
través de la pantalla de este aparato en el que ahora escribo -que lo mismo me permite
contemplar una ópera desde Glyndebourne, que un espectacular salto al vacío y sin red de
cualquier valor del desbocado IBEX-, cómo
se hundía la bolsa y cómo ascendía la prima de riesgo hasta niveles históricos
y que probablemente marquen el punto de no retorno que los más agoreros llevan
meses vaticinando.
Lo único que puede aún darnos algún aliento es que nada parece ser predecible. Pasó la videoconferencia aquella
tan trascendental del Eurogrupo para lo del rescate a la banca, se consiguió un
acuerdo, y de poco ha servido para calmar a la fiera. Pasaron las elecciones
griegas, y cuando parecía que todo iría a mejor, porque el resultado fue el
menos malo, no fue. Pasó la última
cumbre europea en la que Italia y España parecían haber conseguido lo que querían…y
aquí seguimos (la evolución de la prima de riesgo de Italia fue ayer en
paralelo con la nuestra). A lo mejor ahora que parece que ya nada nos salvará,
los mercados van y se dan la vuelta.
Esta quimera no obstante parece difícil. Sólo la manguera
del BCE podría apagar este fuego, y no parece que haya intención. Porque a lo
largo de la semana se dieron una serie de circunstancias que explican muy bien el
desenlace final.
Primero fue el Ministro Montoro, quien en sede
parlamentaria reconoció sin tapujos que no hay dinero ni para el pago de las nóminas . Esto,
que está bien desde el punto de vista de la trasparencia y de plantear las
cosas tal como son y sin tapujos, tiene
la contrapartida de que también llega a oídos de los acreedores, que se ponen más
nerviosos aún ante la perspectiva de no poder recobrar su dinero. Además suscitaba
la queja de la pijoprogre Ana Belén, musa del clan de la ceja, quien denunciaba
amargamente en la prensa de que se había metido mucho miedo a la gente. Tiene razón Anita. Con ZP vivíamos
mejor. En la inopia, pero mejor. No nos daban estos sustos. Se practicaba más,
pese al laicismo reinante, eso tan caritativo
de la mentira piadosa.
Luego vino el problema autonómico, con el caradura de
Arturo Más invitando a la rebelión de las regiones ante el gobierno central,
cuando hace dos días andaba pidiéndole dinero porque no le llega. Por mucha
cohesión que se quiera aparentar en las reuniones del Consejo de Política
Fiscal y Financiera, en el que a todo el mundo al final se le perdona la vida por aquello de vamos a
llevarnos bien, luego salen los tipos como este echando órdagos al gobierno, y
los acreedores vuelven a constatar que España, hoy por hoy, tiene muy difícil
controlar el cáncer de las autonomías que la están devorando, con toda una
casta de políticos profesionales de todos los colores que han encontrado en
ellas un tan acomodado medio de vida.
Para terminar, los sindicatos ponen también su granito
de arena para que cada vez nos parezcamos más a Grecia, y se echan a la calle con
el impúdico lema de "Quieren arruinar el país. Hay que impedirlo". Una versión más
de la conocida historia de los pirómanos
metidos a bomberos. No, miren ustedes, tengan un mínimo de decencia. El gobierno
de Rajoy será capaz o no de sacarnos de la
ruina. Pero los que nos llevaron a esa ruina fueron los políticos a los que ustedes
apoyaron sin rechistar, y de los que por tanto son ustedes cómplices e incluso cooperadores
necesarios. Sólo con la desvergüenza habitual
de que suelen hacer gala estos caballeretes peden formularse determinados
planteamientos.
El resultado final, traca fallera valenciana incluida,
es que estamos al borde del rescate-rescate. El rescatón, y no el rescatito que
se nos había prometido, y que por cierto, cómo son las cosas, fue precisamente
también aprobado ayer. Los hombres de negro están haciendo las maletas y yo,
para aliviar el estrés que me produce el desconocer con exactitud cómo será eso, me propongo en estos próximos días
del verano darme una vueltecita por Portugal, cortita para no pagar peaje, a
ver allí cómo lo llevan. Porque supongo que la gente seguirá viviendo. Tampoco
es que se acabe el mundo. Digo, yo. No vamos a desesperarnos por esto.
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