Murió joven Vincenzo
Bellini (Catania 1801, Puteaux 1835).
Pero apenas treinta y cuatro años le dieron para escribir unas pocas óperas que han pasado entre las mejores de la historia y que permanecen entre las indispensables del repertorio.
Quienes gozan del favor de las musas no necesitan una larga existencia para
alcanzar la inmortalidad. De entre esas obras imperecederas la que para algunos
es la cumbre del belcantismo, Norma, estrenada en La Scala en 1831 con no mucho éxito pero a la que
el compositor tenía en gran estima y que con el tiempo fue apreciada en su
verdadero valor. Acaso a esto contribuyeron en gran medida, ya en la pasada
centuria, las grandes divas como Joan Sutherland, Montserrat Caballé o María Callas que
interpretaron el papel protagonista dándole una dimensión inigualable. El caso es
que Norma sigue siendo hoy día uno de los títulos más atractivos que se pueden
presentar en un teatro de ópera, y en el Maestranza esta era la segunda vez que
ocurría. Un recuerdo por cierto para María Guleghina, protagonista en aquella
ocasión, a quien recientemente pudimos ver en Génova interpretando Tosca con nuestro
Carlos Álvarez como Scarpia.
Acudíamos a la representación
bajo el síndrome de la sustitución por enfermedad de la inicialmente prevista Angela Meade por
la más desconocida Daniela Schillaci, catanesa ella y paisana por tanto del
compositor. No es extraordinario esto de las sustituciones en la ópera. Muchas
de las que después fueron figuras tuvieron su primera oportunidad a través de
este medio. Pero a veces sale y otras no. Y esta vez fue no. Schillaci no
carece de virtudes canoras pero a día de hoy no da el nivel de exigencia de una
Norma. Norma es "Casta diva", y su "Casta diva" pasó absolutamente sin pena ni
gloria. A mí me dejó frío, y supongo que a todo el teatro. Debe ser muy duro
para la cantante afrontar esta pieza, supongo que dando todo de lo que es
capaz, y no arrancar ni un atisbo de aplauso entre el respetable, que en muchos
de estos casos lo hace incluso por inercia. Tiene que ser un palo, y ya es
meritorio seguir defendiendo el papel con dignidad después de tal decepción. No
había empezado bien la cosa, Para colmo, en el dúo que sigue entre Pollione y
Adalgisa se produjo un incidente entre el público que desconcertó totalmente mi
atención sobre lo que pasaba en la escena. Alguien se indispuso (espero que
quedara en el susto) en las primeras filas del balcón de mi derecha, con el
consiguiente revuelo de gente para arriba y para abajo hasta que la persona afectada fue evacuada. Entre decepciones y distracciones
se pasó el primer acto.
Por
si había posibilidad de remontar en el segundo, el coro de toses, carraspeos y
ruidos varios del inefable público maestrante (sonó hasta un portazo durante la
representación), que ya diera la nota en el reciente concierto de Barenboim, se
encargó de hacer lo posible para acompañar inoportunamente al tremendo monólogo
de Norma y el subsiguiente dúo con Adalgisa. Sonia Ganassi, triunfadora aquí en
anteriores comparecencias como Rossina o Leonora, me ratificó la impresión, ya
apreciada en su papel de Romeo el mes pasado en “I Capuleti e i Montecchi” (del
propio Bellini) en La Fenice, de no
estar en su mejor momento. Tampoco sobresalió Rubén Amoretti (Oroveso), casualmente
compañero también de Ganassi en la representación
veneciana. Es curiosa la historia de este burgalés que fue inicialmente tenor
(creo que cantó como tal en Sevilla hace ya bastantes años) y ahora ha cambiado
radicalmente de tesitura. Cumplidor, sin más. En cuanto a Sergio Escobar
(Pollione), toledano debutante por estas latitudes, posee una voz potente y
clara pero falta de la debida modulación
en muchas ocasiones. Con estos mimbres
en una ópera belcantista no se puede hacer mucho más que cumplir decorosamente.
A pesar de ello Maurizio Benini se empeñó en mi opinión (seguramente equivocada
porque el maestro sabrá más que yo de esto) en tiempos lentos que hacen lucir
las voces cuando las hay, pero que las dejan al descubierto más de lo necesario
cuando fallan. La escenografía me pareció correcta pero algo ñoña. Muy a la
italiana. Se movían más las rocas de las grutas que los intérpretes. El
resultado final arrancó los aplausos de cortesía, pero sin entusiasmo.
Era
una buena opción escuchar a la Meade en este mítico papel, pero los numi no quisieron. Otra vez será. Espero resarcirme
mañana con la Lucía que nos anuncian en
directo desde la Bayerische Staatsoper con Diana Damrau como protagonista.
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