sábado, 30 de junio de 2012

LA TORRE MORDOR-PELLI


Dos fueron esta semana los escenarios internacionales en que  nuestros máximos mandatarios a nivel nacional y local tuvieron que emplearse a fondo para defender los intereses de la nación y de la ciudad respectivamente.
Mariano Rajoy lo hizo en Bruselas, donde se batió bien el cobre junto con su aliado Mario Monti (mañana será otra cosa en al final de la Eurocopa). ¡Qué hubiera sido de nosotros en manos de aquél señor cuya mayor preocupación en este tipo de cónclaves era volver pronto a casa!
Juan Ignacio Zoido, por su parte, tuvo que fajarse de lo lindo en San Petersburgo para impedir que Sevilla fuera incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad en peligro. Lo hizo en defensa de la ciudad,  no de la Torre Pelli, que no es sino el capricho de los nuevos ricos del régimen socialista que nos asoló a los sevillanos, y aún sigue perjudicándonos en lo que puede  desde los despachos de la Junta,  personificados en dos tipos tan marcadamente horteras como Monteseirín y Pulido.
Tenemos que dar la enhorabuena al alcalde, por haber conseguido lo único que al parecer ya cabía, y el pésame a nosotros mismos porque  nada ni nadie nos salvará de tener que convivir con esa pesadilla en forma de edificio, esa invasión bárbara de nuestro espacio vital cuya molesta  presencia se hará inevitable en tantos puntos de nuestra geografía urbana. Ese monumento que para nada hacía falta, y que por tanto era perfectamente prescindible, como ha señalado en estos días especialistas de prestigio como Rafael Moneo o William Curtis.
A Sevilla, como se ha dicho en los periódicos,  le han perdonado la vida. Porque lo cierto es que la torre es de un impacto letal para su patrimonio monumental. Sólo quien no tenga ojos, o los tenga cegados por el fanatismo “progre”, puede negar la afectación visual negativa de esa mole que se yergue amenazante sobre la ciudad. La tenacidad y el trabajo del alcalde han conseguido sin embargo, de momento, evitar el desprestigio añadido que hubiera supuesto la decisión prevista en principio por la UNESCO.
Siempre se dice que sobre gustos no hay nada escrito, que es una cuestión por tanto bastante subjetiva. Pero nadie podrá discutir que la Torre  Pelli es monstruosa, cuando menos en el sentido de la acepción segunda del DRAE: excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea. Es un mazacote cuyo tamaño carece de cualquier tipo de proporción con el entorno, al que avasalla y oprime, imponiendo su descomunal presencia. Por eso  me recuerda a  la Torre Oscura de Mordor, la fortaleza de  Sauron, el señor de la lúgubre  tierra del mal en la novela El Señor de los Anillos. Barad dûr, su nombre en sindarin, es descrita por Tolkien como de una escala tan gigantesca que era casi irreal, inmensamente poderosa y de  pináculos “más negros y tenebrosos que las vastas sombras de alrededor….”
A los que la  defienden por su supuesta contribución a la modernización de la ciudad  –que no habrán leído “Los cielos que perdimos”, ni sabrán quién fue Romero Murube-  les pregunto: ¿no podría  vuestra modernidad ser menos agresiva?  

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