miércoles, 27 de junio de 2012

EUROPA ES PARTE DEL PROBLEMA. TAMBIÉN DE LA SOLUCIÓN


España vive una situación económica complicada fundamentalmente debido a determinados excesos cometidos en nuestro pasado reciente. Incluso el dirigente político que más contribuyó a esto -¿adivinan quién?- ha reconocido en estos días que sufriríamos ahora menos si hubiéramos ahorrado más en los últimos años. Pero nuestra particular problemática se enmarca a su vez en una crisis financiera mundial, que actúa como detonante. Y se ve condicionada al mismo tiempo por nuestra pertenencia al euro, que, como todo en esta vida, tiene muchas ventajas, y ha reportado importantes beneficios a nuestra economía, pero también tiene inconvenientes.
A estas alturas de la película  creo que nadie puede discutir seriamente que el euro está mal hecho. Que la unión monetaria europea es un edificio mal diseñado y peor construido. Poco más o menos que una chapuza. Una buena idea, pero mal ejecutada. Curiosamente nadie, por ahora, se pregunta de quién o quiénes es esa responsabilidad. El éxito tiene muchos padres. El fracaso, o cuando menos los errores, ninguno. Algún día tendremos que aclarar las cosas en este sentido. Lo que parece indudable por el momento es que los problemas de la zona euro lo son en parte por los de determinadas economías nacionales, pero también por la falta o insuficiencia de mecanismos comunitarios para dar respuesta conjunta a los mismos. Porque la crisis financiera que origina  toda esta tormenta es global, y sin embargo los problemas de nuestra moneda, hasta el punto de cuestionarse su superviviencia,  no los sufren otras como el dólar o la libra esterlina.
De nuestros errores particulares somos responsables nosotros, y a ellos tenemos que hacer frente. Pero estos errores confluyen con otros que son imputables al proceso de construcción europea, del que son responsables todos los estados miembros de la Unión. Es por tanto exigible que todos contribuyan también a solventar la crisis, y no se pongan tan estupendos algunos, cuando hace una década eran ellos los que no cumplían con los límites de déficit.
La solución, llegado este punto, no puede ser acabar con el euro y con el proyecto europeo. Supondría un retroceso enorme en nuestras economías, y consiguientemente, en nuestras posibilidades de desarrollo futuro. Antes bien ha de llegar por la vía de una mayor integración   y de una mayor fortaleza de las instituciones comunitarias. No es momento de lamentaciones del estilo “si no hubiéramos entrado en el euro”, porque el hecho es que entramos y ello nos reportó un desarrollo que de otra forma probablemente no hubiéramos tenido. Ahora hay que apretar los dientes y continuar el camino, corrigiendo los errores que pudieran haberse cometido en el pasado. Y en esto tendrán todos que poner de su parte, y no cargar exclusivamente sobre los que en peor situación estamos, como si los culpables fuésemos exclusivamente nosotros. Esperemos que los líderes reunidos en la trascendental -una más- cumbre europea de esta semana   tengan la clarividencia y amplitud de miras necesaria para ello y sepan enderezar el rumbo hacia la meta que mejor garantice nuestro futuro, aunque sea a costa de los sacrificios del presente.

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