¡Ay, Alameda! Hoy, como tantas veces desde que vivo a tu vera, he pasado por tí, por tu extenso espacio, ocupado por la laguna antes de que Barajas te conformara como lugar de paseo. Te he atravesado de norte a sur, de las columnas de los leones a las de los hércules, y luego a la inversa. Era temprano, dia de fiesta, y estabas quieta y callada. Aún no se había levantado la vida en tus nuevos establecimientos de ocio, tan frecuentados a otras horas del día. Tiempo ha que desaparacieron de tu entorno aquellas actividades que te dieron mala fama, y hoy eres un lugar frecuentado por familias, turistas y gentes de lo más variopinta. Pero será algo más tarde cuando te ocupen. Los niños vendrán a jugar, no al toro como antaño, cuando José era el rey del barrio, pero sí a la pelota, con las bicicletas o en los columpios, toboganes y otros artilugios por el estilo con que te han dotado. Por desgracia, y como contrapunto, también hace tiempo que se perdieron otras de tus señas de identidad, aunque de muy mala manera colocaron para recordarlas en uno de tus rincones las esculturas de artistas ligados a ti, como Caracol, Chicuelo o La Niña de los Peines.
¡Ay,
Alameda! Hoy he paseado por tí y he contemplado tus árboles aún
desnudos y desamparados tras el paso del invierno. Pero una luz
especial vestía ya de colores las fachadas de tus casas, entre las
que sobresalía como siempre la de las Sirenas. El frío matutino ya
se bate en retirada. Pronto empezarán los brotes verdes de las hojas
en las ramas de tus plátanos, almeces y álamos. Para el verano te
habrás cubierto de verde para proporcionarnos amables sombras a los
que por ti transitamos. Pero antes, bastante antes, de aquí a un mes
aproximadamente, ya tu aspecto hará patente lo que hoy es sólo un
aventurado e incipiente anuncio.
¡Ay,
Alameda! De aquí a no mucho amanecerá un día resplandeciente.
Domingo por más señas, en que a primeras horas de la tarde verás
alterada tu rutina cotidiana. Será cuando por tu extremo sur
atraviese un cortejo azul y plata que viene de la Puerta de Córdoba
trayendo a la Virgen de la Hiniesta. Entonces, los niños que
habitualmente te visitan dejarán sus juegos y se arremolinarán en
torno a los nazarenos pidiéndoles caramelos y estampitas. Luego, más
tarde, cuando ya el sol decline e invite a encender la cera entre dos
luces, será la sobriedad y elegancia blanca de la primera de las
cofradías de tu vecina calle Feria la que imponga su silencio sobre
tu habitual ambiente bullicioso, para romperlo con el estruendo de
cornetas y tambores que llegaron de Triana, y los sones de
Amarguras.
¡Ay,
Alameda! Eso será sólo el inicio de una semana esplendorosa. Días
de gozo nos esperan. Yo no quiero ni Campana ni palcos. Si mis
fuerzas no me alcanzaran para patearme Sevilla de punta cabo como
todavía hago, y espero que por muchos años, yo cogería y me iría
allí contigo, a ver las que por ti pasan -cervecita y tapa para la espera- y luego,en cinco minutos,
a casita. El Martes, los Javieres. El Miércoles, El Carmen y La
Lanzada. El Jueves podríamos ver venir el olivo de Montesión desde
la Correduría, por la antigua Siete Puertas, y luego el palio, con
sus rosarios de plata que repican en los varales, salir de las
sombras de la calle encajonada hacia la claridad luminosa de tu
espacio abierto.
¡Ay,
Alameda! Qué poquito falta para esa noche, para unos santa, para
otros mágica, pero para todos especial, en que serás nuevamente
conquistada por las legiones de Roma. Hasta ti llegarán en marcial
formación, apenas dejados atrás sus territorios, para ser
revisadas nada menos que por Julio César, desde su elevación de
estilita. Y tras la tropa que da escolta al Hijo de la Esperanza,
Ella, la mísmisima Esperanza Macarena. Ya se ven allá a lo lejos
los ciriales, con ese cimbreo inconfundible de ser arrastrados por la
bulla. Tras ellos vuelan las bambalinas de malla dorada y reluce encendida
toda la candelería. Acaso afinando el oído alcancemos a escuchar
las saetas que le cantan desde el cielo los viejos flamencos, los que
hicieron de este lugar un territorio mítico del cante. Pero ahora lo
que se oye sin duda es la música. Y la muchedumbre hasta hace un
momento ruidosa y descuidada, que entretenía la larga espera de
cualquier manera, cansada ya de ver tantos capirotes verdes, guarda
un respetuoso silencio porque pasa la Madre de Dios. Ella ya va
anunciando la Aurora de la Resurrección que cerrará el ciclo el
domingo siguiente.
¡Ay,
Alameda! Yo le escuché a uno que mandaba decir muy ufano que tú eras el
“boulevard laico” más grande de Europa. No sabía el pobre
iluso que tu estabas hecha, como toda Sevilla cuando llegan estas
fechas, para que transite por ti la Gloria.
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