La semana pasada falleció el escritor Horacio Vázquez-Rial,
autor, entre otros muchos, de un libro de título tan rotundo y atractivo como "La izquierda reacccionaria", en
cuyas páginas se desmonta el mito de la izquierda ilustrada y se muestra cómo
el socialismo es en verdad anti-ilustrado, reaccionario e irracional, con su acérrima defensa de la igualdad, como bien
supremo, por encima incluso de la libertad.
Esto podrá parecer una blasfemia –me los imagino, rasgando
sus vestiduras y retorciéndose como Drácula ante un crucifijo- para los pontífices
del pensamiento único y políticamente correcto que ahora se pretende imponer, por ejemplo, en
las escuelas por parte de la Junta de Andalucía, que juega al totalitarismo, y
se niega a asumir las correcciones introducidas por el Ministerio de Educación
en la polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía. Pero no faltan precisamente
argumentos, como expone Vázquez-Rial, para mantenerlo. Son múltiples los ejemplos en que podemos
apreciar cómo la verdadera reacción está hoy en muchos de los planteamientos y
actitudes izquierdistas (léase el esclarecedor artículo de Alfonso Lazo en El
Mundo de 14/09/2012 sobre la nostalgia franquista de nuestros actuales
sindicatos mayoritarios), que son los que realmente se oponen al progreso.
Hasta tal punto es así que parece que vamos a tener
que resignarnos a que un día si y otro también nos encontremos con
comportamientos tan reaccionarios como los boicots de actos (como el de la apertura de
curso en la Complutense) o las agresiones a quienes siguen levantando la bandera de la
libertad frente a sus planteamientos colectivistas (como el tupper-molotov
contra Esperanza Aguirre), protagonizados por la fauna de siempre. Claro, como
ellos son “la izquierda” pueden hacerlo. Tienen legitimidad moral para eso y
más (asaltar supermercados). Los demás no.
No ven que los demás, los que no vamos por la vida de "defensores" de la humanidad doliente, lo
que tenemos es vergüenza y más educación, y somos más tolerantes, y cultivamos mucho
más esas virtudes cívicas que durante años han pretendido patrimonializar en
exclusiva. Y aunque haya tantas cosas que no nos gusten en la situación que
vive el país –ahora y en los últimos ocho años- no vamos por ahí haciendo el
cafre.
Pero que no se confundan ni nos confundan: no por
gritar más se tienen más razones ni más derechos. ¡Lástima que ya no estará Horacio
para desenmascararlos!
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