Mi
generación alcanzó a conocer una Semana Santa sin vallas y con las
bullas justitas. Eran unos tiempos, primera juventud, en que los más
recalcitrantes, por decirlo de alguna manera, nos movíamos con
facilidad para ver no ya todas las
cofradías, sino hasta dos veces bastantes de ellas. Se podía
asistir incluso a varias entradas o salidas en una jornada. Los
cortejos de nazarenos más comedidos también ayudaban. Con la
masificación empezó a estropearse todo. Ya era más difícil andar
por la calle y comenzaron a hacerse presentes las vallas en salidas y
entradas, que para mi eran todavía habituales. Suponían una gran
comodidad para la hermandad, pero dificultaban en gran medida la
dispersión posterior de la bulla al no retirarse tras su paso.
Empezaba ya a experimentarse -no lo olvidemos- con el distanciamiento
entre la cofradía y el público que la contempla, aunque eran
restricciones muy concretas.
A pesar del
paulatino incremento de los inconvenientes -entre ellos también los
de le edad- he vivido la Semana Santa, salvo por obligaciones en mis
años en el Consejo, siempre a pie de calle, muchas horas cada día.
Por lo tanto alguna experiencia tengo. Nunca he visto una cofradía que no pueda andar...si la cofradía quiere. He visto ambulancias
atravesar bullas y filas de nazarenos. He presenciado el acceso de
una de ellas a la complicada calle Sales y Ferré para asistir a un
infartado mientras discurría por allí la cofradía del Cristo de
Burgos. Sin mayores problemas que el lógico e inevitable parón de
la procesión. Estaba en la calle -no en la Campana, ni en los
palcos, ni en la Catedral- con mi mujer embarazada el año de las
carreritas, precisamente en la zona del Duque-Museo. Nuestras
autoridades fueron incapaces (?) de averiguar el verdadero origen de
aquellos movimientos, iniciados en diversos puntos y con una
coincidencia sorprendente. En todo caso aquello puso de manifiesto la
tremenda fragilidad de nuestra fiesta ante la aparición de elementos
extraños a ella y supuso un punto de inflexión en la preocupación
por la seguridad. Por otra parte no era de extrañar que determinados
comportamientos que eran permitidos con impunidad cada fin de semana
en la ciudad(botellonas en Gavidia, Arenal, ahora Setas...) afectasen
también a sus días grandes. Sin la magnitud de aquél año 2000,
diversos incidentes se repitieron en madrugadas posteriores, el
último el pasado año, que aunque fue leve, dio mucho ruido por
afectar a una muy señalada hermandad. En cualquier caso, hechos muy
aislados dentro del conjunto global de la semana. Lo que sí que se
generalizó en los últimos años fue el uso de las sillitas, otro
elemento perturbador, precisamente por las trabas que suponen a la
movilidad del resto de los usuarios de la via pública en estas
fechas. Así que nos encontramos que, aparte del fenómeno de la
masificación, con el que llevamos conviviendo hace al menos tres
décadas y que es natural conforme al incremento de la población, la
Semana Santa actual tiene dos problemas concretos a resolver en
materia de seguridad y movilidad: los cafres y las sillitas. Pues
bien, aquí han llegado unos señores que no han atacado ni el uno
ni el otro, sino que se han limitado a poner nuevas vallas y a
impedir la movilidad por muchos puntos del centro y la contemplación
de las cofradías en determinadas calles. A mi me gustaría que me
explicara alguno de estos cerebros qué es lo que hubieran resuelto
las vallas en caso de una estampida como las ya conocidas. No lo
quiero ni pensar. Pero claro, ellos están en que su plan ha sido un
éxito. Natural, la inmensa mayoría de la gente que vamos a ver
cofradías somos civilizados y no nos vamos a liar a pedradas con la
policía que nos corta el paso. Pero a la mente y a la boca se nos
vienen algunas palabras gruesas. A mi no hace falta que me corte el
paso a una calle un policía cuando veo que está abarrotada. Pero el
problema es que el policía te lo corta también cuando no lo está,
o incluso cuando ni siquiera está pasando una cofradía. El Jueves
Santo me impidieron pasar por el Postigo ¡una hora antes de que
llegase por allí la Quinta Angustia!
Si por
seguridad fuera, probablemente la Semana Santa de Sevilla no se
debería celebrar. No hay forma humana de controlar policialmente
todos los posibles desmanes que pueden producirse con tal cantidad de
gente en la calle. Pero han llegado unos “salvadores” de la
fiesta que lo que tenían claro es que tenían que hacer algo, más
que nada para que se notara y para que sepamos todos quién manda
aquí. Nos venden que ahora es más segura, cuando de lo que
únicamente no cabe duda es de que es más incómoda para los que
disfrutamos de las cofradías en la calle. Yo no no digo que algunas
de las medidas adoptadas no sean válidas (mayor presencia policial,
vallado de las Setas, facilitar el tránsito...), pero la filosofía
adoptada de “esto se arregla impidiendo el acceso de público”
me parece, aparte de facilona y poco imaginativa, perniciosa para una
fiesta en la que también la participación de ese público forma
parte de la celebración. Vallar la ciudad entera, desde esta
perspectiva, sería lo más apropiado, por seguro. Lo siguiente sería
que hubiera que pedir “cita previa”, como ocurre para muchos
trámites administrativos, y estos señores nos dirían, a su antojo,
si podemos o no podemos.
Habrá
muchas formas de ver la Semana Santa. Cada uno tendrá la suya. Pero
a la mía, que es la de muchos de mis amigos cofrades, le han
asestado un golpe de muerte. Tengo la sensación de que, visto lo
visto, puede ocurrir como en aquél cuento de Cortázar. Unos
intrusos, que aquí son perfectamente conocidos, irán ocupando
espacios hasta echarnos definitivamente de nuestra casa. Será poco
cristiano decirlo, pero sus responsables, por muchas medallas que
ellos mismos se pongan, tienen garantizado mi odio eterno.
Totalmente de acuerdo. Pero aquí sólo se escucha lo estupendo que somos todos, empezando por el presidente del Consejo, que estará acostumbrado a verlas venir desde el palquillo. Para mi este año la Semana Santa ha sido infernal.
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