El pasado jueves los
estudiantes de la Universidad de Sevilla estaban llamados a la huelga. Una más,
sin que se sepa muy bien cuál es su objetivo. Huelga “porque toca”. El caso es
que como suele ser habitual en estas circunstancias, mis alumnos, todos por unanimidad,
decidieron regalarme un par de horitas de “vacaciones”, que oportunamente
aprovechadas, me permitieron sacar tiempo para asistir al ensayo público de la
ópera “Otello”, que se estrenará la semana que viene en el Teatro de la
Maestranza, precisamente organizado por el Centro de Iniciativas Culturales
de la Hispalense.
Tengo el vago recuerdo de
haber asistido, en mis tiempos de estudiante, a algún ensayo de la Orquesta
Bética Filarmónica en alguna dependencia del viejo edificio de la Fábrica de
Tabacos. Eran tiempos en que la vida musical en Sevilla era mucho más limitada.
En esta ocasión la cita era en el Auditorio de la Escuela de Ingenieros, que
tiene unas características magníficas para estos eventos. Pensaba yo que el
ensayo era sólo en cuanto a la parte orquestal, y cuál fue mi sorpresa cuando
me encuentro allí con todo el elenco de voces de la producción, con el gran
Gregory Kunde a la cabeza. Claro, en principio no te das cuenta porque parece
una máxima de los cantantes de ópera el ir vestidos de la manera más informal
posible a los ensayos –por otra parte es
lógico que no vayan vestidos precisamente de oficinistas- pero al rato ya no me cabía duda: allí estaban el citado Kunde, Julianna Di Giacomo
(ella sí, más arregladita) y Ángel Ódena (en plan rockero, como el tenor
norteamericano), junto con el resto de solistas, a quienes no tenía el gusto de
conocer, y que bien podían pasar por los chicos del atrezzo por sus
indumentarias. Tan sólo faltaba el coro, cuyas intervenciones en los fragmentos
acometidos iban a ser canturreadas por
el propio Pedro Halffter, al frente lógicamente de todo aquél invento.
El ensayo comienza puntualmente
a su hora. Una de las cosas que me maravillan en las orquestas es su disciplina
casi militar. De otra manera no sería posible. El trabajo y la disciplina también
son necesarios para algo que resulta tan grácil como hacer música. Unas breves
indicaciones y aquello ya está sonando. Un director, lo primero que tiene que
tener claro en su cabeza es qué es lo que quiere oír. Y cuando la orquesta no suena
como él espera, corta –“esto hay que hacerlo pianísimo. Volvemos a dos compases
antes de C”- y al siguiente gesto ya está la orquesta respondiendo al unísono
para repetir el pasaje en la forma que indica el director. La concentración es
total durante las tres horas que dura el ensayo con un breve descanso de veinte
minutos. Los profesores van haciendo a veces anotaciones en sus partituras que
les sirvan de recordatorio. Pero todo de una manera muy fluida y sin
distracciones ni interrupciones.
Lo de los cantantes es
otra cosa. Aquí se permiten algunas licencias, aunque todos responden, como no
podía ser menos, de una manera absolutamente profesional. No hay más que ver cómo
siguen la partitura aun cuando ellos no intervengan en el pasaje que se esté
interpretando. De vez en cuando hacen mutis, pero la mayor parte del tiempo
están allí, atentos a cómo se desarrolla el ensayo. Ódena, mascando chicle, es
el más travieso. Intercambia gestos y comentarios con sus compañeros. Di Giacomo
lleva su bolso, y su botellita de agua, claro está, allí donde ella va, porque
a veces cambian de ubicación según canten una aria, un duo, un trío…Kunde lleva
la partitura en la tableta, y va haciendo su propia dirección, aparte de
cantando, al tiempo que de vez en cuando recibe whatsapps ¡e incluso los
contesta! Como gran especialista en el papel titular de la obra, hasta se
permite hacer algunas indicaciones a Halffter.
Por momentos los
cantantes se meten tanto en sus personales que parece que estamos ya en la
escena. No sólo cantan, también interpretan con gestos, con movimientos, con
miradas…Hay instantes realmente brillantes, que, en las partes finales de cada
acto, arrancan los aplausos y los bravos
de los asistentes, a los que se nos había pedido sobre todo guardar silencio.
Pero hay cosas que no se pueden reprimir, y en pequeñas dosis pueden permitirse
sin que interfiera en el trabajo.
Al final todo el mundo
estaba encantado con esta experiencia que, como melómano, considero impagable.
El público salía de la sala mezclado con los intérpretes, cantantes y músicos
de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Aproveché para saludar a Gregory
Kunde, que pasaba a mi lado -“Congratulations, Mr Kunde. I’ll see you next week at
the theatre. Good luck!”-“Thank you, thank you very much” me respondió
amablemente, mientras me contenía para no caer en la chiquillada de hacer una selfie.
Me voy reforzado en mi convencimiento de que una ópera es el espectáculo hecho
por la mano del hombre más maravilloso que se pueda contemplar, y es hermoso
verlo cómo se construye desde sus cimientos. Aún falta acoplar los coros,
probar vestuario, ensayar movimientos de escena…En tan sólo una semana
estaremos en el teatro, se levantará el telón, sonará la música, correrán las
emociones….
No hay comentarios:
Publicar un comentario