Sevillanos:
una nueva Semana Santa ha llegado. ¡Disfrutadla! Disfrutad de la luz
de la primavera, aunque a veces la tape alguna nube. Disfrutad de las
tardes radiantes y las noches serenas, que ojalá sean las más.
Disfrutad de las mañanas en los templos. Disfrutad incluso cuando el
tiempo no acompañe, que siempre habrá maneras de hacerlo. Disfrutad
del perfume de azahar que se esparce por nuestras calles y plazas.
Disfrutad del recuerdo de las vivencias pasadas, de las que ya no se
repetirán y de las que otra vez volverán a revivirse. Disfrutad de
la luna de Parasceve, no sea que nos la quiten. Disfrutad del olor
del incienso y de la cera, del de la flor fresca que deja un palio
cuando pasa. Disfrutad bien de la buena música cuando suene, porque
esto es algo que cada vez ocurre menos. Disfrutad con el buen trabajo
de los costaleros y la maestría de los capataces que saben mandar.
Disfrutad del arte de los priostes, de los vestidores, de los
floristas, de todos los que contribuyen al arte efímero de nuestras
procesiones. Disfrutad de la belleza sin igual de la ciudad en estos
días. Disfrutad del quejido hondo de una saeta y del canto blanco de
una escolanía. Disfrutad del encuentro con los amigos que quizá
sólo en este momento del año tiene lugar. Disfrutad del rumor de
vencejos la mañana en la que Sevilla no habrá dormido. Disfrutad de
la palmas y de los ramos que dan la señal que todos esperábamos.
Disfrutad del silencio, lo mismo que de los sonidos arcanos que sólo
los iniciados saben apreciar. Disfrutad de los atardeceres y de ese
amanecer único. Disfrutad del ambiente y de los detalles, que
vuestros sentidos sean capaces de absorber el todo y la parte, lo
grande y lo pequeño, lo material y lo intangible, lo descriptible y
lo inefable.
Pero entre
tanto goce estético y sensual, no olvidéis lo fundamental. No os
olvidéis de rezar. Las imágenes no salen a la calle para que nos
tomemos una copita con ellas, que es lo que parecen entender algunos
que las contemplan con el vaso de cerveza o de cubata en la mano.
Tampoco para que les hagamos fotos como si de estrellas mediáticas
se tratasen. Salen para acercarnos a Dios y recordarnos su obra
redentora. Por eso no podemos, los que creemos, encerrarnos una
semana en una burbuja de bienestar y sensaciones agradables y
olvidarnos de los problemas del mundo. Recemos por la salud de los
enfermos, por los que no tienen trabajo, por los que les falta la
esperanza. Recemos por el drama de los refugiados. Recemos por las
víctimas del terror, por nuestros hermanos perseguidos en tantos
lugares del mundo. Recemos por los inocentes que no llegan a ver la
luz. Recemos por nuestras familias y por nuestros amigos, por
nuestros allegados y por los que nos son lejanos. Recemos por los que
están y por los que se fueron.... Nuestras cofradías no son sólo
cuestión de estética, tiene que haber también un sustrato ético
que es el que nos hace sentirnos solidarios con todos los que sufren.
Porque sería hipócrita compadecerse del sufrimiento de Aquellos
cuyas imágenes veneramos en estas escenas de la Pasión si no
hacemos lo mismo con el de todos los hombres. Sacamos nuestras
imágenes a la calle para que les recemos, incluso aunque no vayamos
mucho a misa o a la iglesia. La devoción -no los solos de trompetas
ni los cambios de costero a costero- es lo que hizo que nuestras
hermandades sobrevivieran a las dificultades de la historia. Sin
nuestras oraciones -cada uno a su manera- sin nuestra devoción a
esas imágenes, la Semana Santa se convertiría en un mero
espectáculo teatral sin mayor sentido. Para muchos que la ven desde
fuera, o incluso algunos de los que la viven desde dentro, lo es así.
Pero no es precisamente eso lo que la hace singular e inigualable
para la mayoría, quiero pensar, de los que la hacemos posible cada
año. Olvidarnos de lo que representan esas imágenes y para qué
salen a nuestro encuentro sería olvidar el sentido más auténtico
de esta fiesta y el camino más corto para acabar con ella.
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