Mantengo
vivo en mi memoria el recuerdo de aquella tarde, martes 19 de abril de 2005. En
la televisión ya había podido ver la fumata blanca que anunciaba la elección
del nuevo pontífice que sucedería al inolvidable Juan Pablo II. Pero yo no
podía esperar. Se acercaba la hora de clase y tenía que salir para la facultad.
Por el camino iba escuchando la radio en el coche, esperando que se desvelara
el nombre del elegido. Pero el asunto se demoraba. Entré ya en el aula todavía
con los auriculares de la radio puestos. Me senté en mi mesa y conecté el
ordenador, sin dejar de escuchar la
radio. Al fin las esperadas palabras: “Nuntio
vobis gaudium magnum… -los alumnos están ya atentos, enciendo el proyector-…
Eminentissimum ac
Reverendissimum……Cardinalem Ratzinger..” Fue como un jarro de
agua fría. No escuché más. Me quité rápidamente los auriculares y comencé la
clase intentando sobreponerme a la decepción. Tal había sido el grado de
intoxicación que en los días precedentes los medios de comunicación en general
habían generado en contra del hasta entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que la noticia de su elección
fue un mazazo.
Mi impresión comenzó a cambiar pronto, ya en sus
primeras palabras desde el propio balcón de
San Pedro que escuché después, en su primera homilía como Papa…Pero fue
sobre todo cuando empecé a leer sus textos, y a conocerlo directamente y no por
las referencias tergiversadas de quienes quieren llevar a la Iglesia a su
desaparición o a la insustancialidad. Me dispuse a leer nada menos que su “Introducción al cristianismo”, una obra
de su etapa de profesor de Teología en Tubinga. En sus páginas iniciales,
abordando el tema de “La fe en el mundo
de hoy”, Ratzinger expone sin tapujos cómo el creyente de hoy está asaltado
por las dudas, no menos probablemente que el increyente: “…El creyente sólo puede realizar
su fe en el océano de la nada, de la impugnación y de lo problemático; el
océano de la inseguridad es el único lugar donde puede recibir su fe..”
A mi esto me llegó hondo porque me veía reflejado en ello. Por otra parte, alguien
que plantea las cosas con esa honestidad, esa humildad y esa valentía no puede
ser un inquisidor intolerante y cerrado, instalado en un mundo de seguridades
inamovibles e indiscutibles, sino alguien que está dispuesto a depurar y
perfeccionar sus propios planteamientos sometiéndolos continuamente al extenuante ejercicio de nadar en ese
embravecido mar. Lo cual por otra parte no implica la renuncia a alcanzar certezas,
por más que estas, para nuestras limitadas capacidades, no sean sino como una
balsa en la inmensidad del océano.
Empecé entonces a leer otros textos, sus encíclicas, sus
cartas pastorales, discursos, libros, entre ellos los tres dedicados a la
figura central de Jesús…En todos ellos encontré el mismo tono del intelectual
honesto, pero a la vez tocado por la gracia de la fe, que busca la verdad sin desconocer sus
limitaciones (no las de la Verdad, sino las propias) pero al mismo tiempo dando
las razones por las que en último extremo opta por unas posturas y no por
otras.
Para mi Benedicto XVI ha sido el Papa de la fe adulta,
alejada de sentimentalismos y sensiblerías, sin renunciar a la esencia. La fe
que no tiene miedo a enfrentarse a los desafíos e interrogantes que le plantea
la realidad del mundo que nos rodea. La fe que es capaz de entablar, sin miedo,
el diálogo con la razón, lejos de enrocamientos atávicos, sin que ello implique
dejarse llevar por cualquier ocurrencia moderna. Creemos no porque no dudamos,
sino a pesar de la duda, y esa duda es a la vez una amenaza y un acicate para
nuestra fe, que se va afianzando conforme supera cada reto. Hoy muchos
abandonaron la fe, o la viven de una forma superficial y descomprometida,
precisamente por no ser capaces de pasar de la creencia infantil a la fe madura.
A lo largo de estos ocho años de pontificado, me he
convertido en un convencido “ratzinguista”. Por eso no dudé ni un momento
cuando se anunció su última visita a España, con motivo de la JMJ. A pesar de
que no encajábamos exactamente, por exceso o por defecto, en el rango de edad de la convocatoria,
acudimos a Madrid toda la familia. Fue una experiencia fuerte de fe y de
pertenencia a la Iglesia, que es Católica porque es universal y unida en torno
al sucesor de Pedro. Hoy, cuando se apuran las últimas horas de su papado,
quiero dejar testimonio de mi
admiración, mi respeto y mi gratitud hacia él por lo mucho que ha significado para
mi vida como creyente.
Muy compartida tu opinión con mis propias vivencias.
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