En ningún sitio está escrito
cuánto debe durar una ópera. Como tampoco lo está lo que debe durar una
sinfonía o un concierto para piano. Por eso las hay de extensísima y de reducida
duración. De entre las que conozco, la más larga es el “San Francisco Javier”
de Olivier Messiaen, con sus buenas seis horas de música. En el otro extremo
hay un ramillete de obras de reducido tamaño como puedan ser las del tríptico
pucciniano (“Il tabarro”, “Suor Angelica”, “Gianni Schicchi”), “El niño y los
sortilegios” y “La hora española” de Ravel, “Iolanta” de Tchaikovsky o “El
enano” y “Una tragedia florentina” de Zemlimsky, entre las que recuerdo ahora
mismo.
Pero la duración media suele estar entre las dos y las tres horas. Es quizá por eso que el público, cuando va al teatro, no espera menos de la función. Con lo cual, cuando se abordan obras de pequeño formato lo habitual suele ser doblar el programa. Cosa que yo no acabo de entender bien el por qué siempre se haga así, ya que al fin y al cabo supone un cierto desmerecimiento de las dos obras, cuando quizá estas piezas, valiosas por si mismas, podrían ser un reclamo para el público reticente a pasar muchas horas en la butaca. Pero el caso es que esa es la costumbre, y no parece que nadie vaya a cambiarla. Con lo cual se hace necesario concertar matrimonios operísticos. De entre ellos, uno de los más afamados y estables es el que une a las óperas “Cavalleria rusticana” de Pietro Mascagni y “Pagliaci” de Ruggero Leoncavallo, que se representan como pareja bien avenida en todos los rincones del globo desde hace décadas. Pues bien, estos días se ha dado en Sevilla uno de los adulterios más sonados que a este respecto puede haber, puesto que la inseparable pareja ha sido rota en el teatro maestrante, donde se representa la ópera de Mascagni, no con su acompañante habitual, sino con una obra bien desconocida (estreno en España) del checo Leos Janaceck titulada “Sárka”.
A mi, puestos a romper matrimonios, me hubiera
gustado ver, en el lugar de la ópera desplazada, “La vida breve” de Manuel de
Falla, por ejemplo, pero a la dupla venía impuesta por la producción
procedente del Teatro de La Fenice de Venecia, firmada por el cineasta italiano
Ermanno Olmi. Así que frente a la
mayor homogeneidad temática y de estilos de las obras de amor y celos meridionales,
en esta ocasión se apostó por los contrastes, aunque siempre con el tema del
amor y la muerte como eje central. El amor mítico y legendario frente al amor terrenal
y humano. La leyenda medieval frente al drama decimonónico. El brumoso bosque
bohemio frente a la salada claridad
siciliana. La partida la ganó, creo, claramente el sur, y no porque la obra de
Janacek carezca de mérito, pero para empezar, si unas obras destacan en el
repertorio más que otras es porque gozan de mayor favor del público, y eso es
por algo, a lo que se une el que en esta ocasión varios factores jugaron en su
contra.
Sin ánimo de
exhaustividad, como diría un conocido presentador radiofónico, vamos con la
música: Roman Sadnik (Ctirad) es simplemente
el peor cantante que he visto en veinte años en el Maestranza. Siento mucho
decirlo, pero es así. Aquí no somos muy dados a abuchear, y algunos le
abuchearon. Viorica Cortez ya no
está para cantar. Le salva su encaje perfecto con el personaje de Mama Lucía,
pero nada más. José Ferrero me
decepcionó en parte. No es que estuviera mal, pero esperaba más de él, después
de su comparecencia wagneriana el pasado año. A lo mejor es que tengo todavía
en el oído el Turiddu que le escuché recientemente a José Cura en Lieja, y el
argentino es uno de los mejores intérpretes del personaje. Mark S. Doss fue el único que dobló en los dos repartos (Premysl y
Alfio). Cumplió, pero su voz me resultó algo tosca. El papel de Sárka, la
amazona protagonista de la primera obra, fue magníficamente encarnado por Christina Carvin….And the winner is…..Dolora Zajic!!. Volvió a impresionar
con su Santuzza, como ya lo hiciera como Princesa de Éboli en “Don Carlo” y fue
la más destacada y aclamada de la noche. El coro, mejor también en “Cavalleria..”
que en “Sárka”. Es que cantar en checo tiene que tener su aquél. Y en cuanto a
la dirección de Emilio Serrate me
pareció un tanto superficial, poco meditada y matizada en “Sárka”. Muy
diferente en “Cavallería..”, bastante más brillante.
En definitiva
una velada de contrastes. Me da la impresión de que no será de las que se
recuerden especialmente. Pero hay que agradecer no obstante la oferta de
títulos menos conocidos, pues esto enriquece y distingue, aunque no siempre
salga redondo.
NOTA DEL AUTOR: Perdón por las
faltas, pero he renunciado a la imposible ortografía checa, porque no encuentro
los signos en mi ordenador.
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