Han coincidido casi en el tiempo la
finalización del conflicto de la basura y el milagro de la luz que nos anuncia
la cercanía de la esperada primavera. Con esto corremos los sevillanos el riesgo de pasar a
volcarnos en ocupaciones más gratificantes y olvidarnos de todo
lo ocurrido. Me parece sin embargo que no deberíamos pasar página de la experiencia sin antes sacar algunas conclusiones
de cara al futuro.
La primera es que ha quedado claro
quién defiende los intereses generales de la ciudad (Zoido) y quién no está
(Espadas y Torrijos) sino para poner palitos en las ruedas del carro que mal
que bien va sacándonos de la situación de ruina en que la anterior
corporación dejó las arcas municipales. Sin duda lo mejor que le podía pasar al
gobierno municipal popular en esta difícil operación es la calamitosa oposición de la que disfruta,
la única que pueden plantearle estos dos desacreditados pancartistas.
La segunda es que al parecer las
huelgas, sin trampas, no funcionan. Cuando no son los “piquetes informativos”
de las últimas huelgas generales, son los sabotajes de esta, que han impedido
en buena medida la prestación de los servicios mínimos. No puede reclamarse la
huelga como un derecho fundamental, y actuar al margen de la ley en su
ejercicio para conseguir un mayor efecto, porque con ello se pierde cualquier
legitimidad en la protesta. En
democracia deberíamos acostumbrarnos a que las cosas no se pueden defender por
la fuerza, y la ciudadanía en general debería rechazar, como ha ocurrido en
este caso, este tipo de reivindicaciones.
Otro aspecto relacionado con el
anterior que ha saltado a la vista en este conflicto es que determinados
colectivos están controlados por auténticas mafias. A ver quién es el guapo, o
la guapa, que en este tipo de contextos se
opone a lo que decidan “los compañeros”. ¿Cómo se explica si no el radical
cambio de decisión de la plantilla producido cuando se votó en secreto?¿Tienen
realmente estos trabajadores libertad para ejercer sus derechos en un sentido o
en otro?¿Puede el poder político ceder a presiones de este tipo? Indudablemente
no, pero ya vemos aquí de qué parte se han puesto los partidos de la oposición.
Podíamos seguir analizando una larga
lista de aspectos (el papel de la Junta de Andalucía, la fijación de servicios
mínimos y su posterior rectificación por el TSJA, la falta de paridad entre los
perjuicios infringidos a la ciudad y los sufridos por los huelguistas….), pero
en mi opinión el más relevante es que ha quedado meridianamente claro que el
carácter público de la empresa de limpieza municipal sólo beneficia a sus
privilegiados trabajadores que se lucran de un variado y extenso muestrario de
bicocas recogidas en su convenio colectivo, fruto conjunto de la acumulación de
presiones anteriores y la falta de sometimiento a competencia que les proporciona tan
ventajoso status.
El carácter público de una empresa de
esta naturaleza sólo puede defenderse por alguna de estas tres razones: porque
se preste mejor servicio, porque sea más barato, o por cuestiones ideológicas.
A la vista está que ni LIPASAM presta a los sevillanos un mejor servicio de lo
que lo haría una empresa privada, ni resulta más barato, precisamente porque
los políticos son, salvo excepciones, remisos a quemarse con reivindicaciones
laborales, y prefieren ceder ante ellas tirando un dinero que al fin y al cabo
“no es de nadie”. Si las dos anteriores fallan, sólo nos queda la razón
(sinrazón) ideológica, la defensa cegata y a ultranza de “lo público” como
paradigma de todos los bienes, cuando la realidad nos demuestra en tantas
ocasiones que cuando no es foco de corrupción
lo es despilfarro, o ambas cosas a la vez.
Por eso me gustaría que alguna vez
nos dieran la oportunidad a los sevillanos, que somos mayorcitos, de pronunciarnos, libremente y sin presiones
de alborotadores callejeros, si queremos seguir manteniendo un servicio malo y
caro, o preferimos librarnos de él, y articular
nuevas fórmulas que no nos supongan una carga permanente a todos los
ciudadanos para beneficio exclusivo de
unos pocos y satisfacción del capricho ideológico de otros cuantos.
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