La huelga es un instrumento de presión de los
trabajadores para la defensa de sus intereses profesionales. Habitualmente el
destinatario de esa presión es el empresario. Pero en ocasiones también puede
serlo el tercero de los actores intervinientes en nuestro sistema de relaciones
laborales, cual es el poder político, o lo que es lo mismo, el órgano en que en
cada caso este se encarna. Tal es el supuesto de una huelga general, en la que
los trabajadores hacen frente a
determinadas decisiones de los poderes ejecutivo o legislativo.
La huelga general tiene por tanto indudablemente un
carácter político y como tal, en mi opinión,
es un instrumento que pertenece más bien al s. XIX, cuando los trabajadores,
en sistemas de sufragio censitario, no tenían reconocidos derechos políticos, o
cuando determinadas corrientes ideológicas pretendían utilizarla como un arma
al servicio de la revolución. Hoy día tiene menos sentido en los sistemas
democráticos, en los que la totalidad de
los ciudadanos expresan su voluntad en las urnas confiriendo plena legitimidad
para la toma de decisiones políticas a los representantes elegidos a tal fin.
Con todo, vaya por delante que las huelgas políticas
también son admisibles, siempre que exista un interés laboral en juego. En este
sentido, en la huelga general convocada por los sindicatos CCOO y UGT para el
próximo 29 de marzo concurre indudablemente ese interés profesional, al tener
como pretexto la reforma de la legislación laboral recientemente acometida.
Ahora bien, tampoco se puede olvidar que el ejercicio
del derecho de huelga aplicado con esta finalidad sólo puede tener unos
objetivos bastante limitados. El Comité de Libertad Sindical de la OIT ha
tenido ocasión de pronunciarse en numerosas ocasiones sobre la legitimidad de la huelga general en
apoyo de reivindicaciones en que pueda
apreciarse la existencia de algún interés profesional. Pero al mismo tiempo
tiene dicho
...que la prohibición de huelgas tendentes
a ejercer presión sobre el Gobierno y carentes de motivos profesionales no
menoscaba la libertad sindical y que las
huelgas puramente políticas no caen en el ámbito de aplicación de los
principios de la libertad sindical.
Como consecuencia de
ambas premisas, el propio Comité concluye
“ que
los trabajadores y sus organizaciones deben poder manifestar, en caso
necesario,…, su posible descontento sobre cuestiones económicas y sociales que
guarden relación con los intereses de sus miembros, siempre que tal acción se limite a expresar una protesta y no tenga
por objeto perturbar la tranquilidad pública.”
Por consiguiente, el objetivo de este tipo de huelgas
debe limitarse a mostrar el descontento, nunca a pretender doblegar la voluntad
del legislador, que en un sistema democrático es el representante de la
soberanía nacional.
Con tales premisas se me antoja que la huelga
convocada por las centrales mayoritarias en nuestro país carece por completo de
sentido. En nuestras actuales circunstancias, cuando hace bien poco la
totalidad de los ciudadanos mayores de edad hemos tenido la oportunidad de
elegir la orientación política de nuestros gobernantes, y lo hemos hecho
otorgando una sólida mayoría absoluta, no es previsible que el Gobierno de la
nación vaya a sentirse intimidado por la protesta sindical. Sería tanto como
reconocer que las algaradas valen más que las urnas. Por lo tanto, si el único
fin lícito de la huelga general no puede ir más allá de expresar una protesta,
habida cuenta de que dicha expresión no parece que razonablemente pueda tener
efecto sobre el destinatario de la queja, se revela como una medida demasiado
onerosa para la economía nacional en la situación casi de emergencia que
vivimos, de la que por cierto, los propios sindicatos convocantes pueden
considerarse corresponsables.
Pero si estos sindicatos lo ven de otra manera,
adelante con la huelga. Están en su derecho y es su responsabilidad. Pero no se
pretenda confundir las reglas del juego. Si el
Gobierno, a pesar de la protesta, considera, como es previsible, que
debe seguir adelante con la reforma porque es lo que a su criterio conviene al
interés general, para lo que cuenta con el debido apoyo parlamentario, lo único esperable por
parte de los sindicatos es la debida
lealtad democrática para, una vez celebrada su liturgia, ponerse a
trabajar con el resto de los españoles que queremos sacar esto adelante. Otra
actitud, como la persistencia en la escalada de tensión y de conflictividad,
podría empezar a no estar amparada por el derecho.
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