Tomo el dicho taurino, que pido prestado de su
blog a mi amigo Ignacio Sánchez-Mejías, para expresar lo que fue la jornada electoral
del pasado domingo en Andalucía.
Se había generado tanta expectación en torno a la
posibilidad de un cambio político en nuestra comunidad, que la decepción para
los que lo esperábamos, al conocer el resultado de los comicios, fue directa y
exactamente proporcional.
No creo que los andaluces seamos muy diferentes del resto de los españoles.
Deberíamos de huir por tanto de análisis incluso insultantes para nosotros del tipo “la gente es ignorante”, “la mayoría
no quiere trabajar”, “estamos rodeados de corruptos”, etc.
Lo cierto es que el partido que gobierna la autonomía
desde hace más de treinta años ha creado un sistema de utilización de los
recursos públicos en beneficio del poder que ha contribuido en gran medida a
adormecer y amordazar la conciencia crítica de los andaluces, con la
inestimable ayuda de la maquinaria de propaganda de sus medios de comunicación.
La red clientelar y de intereses formada por los socialistas es tupida y se
extiende a lo largo y ancho de la
geografía andaluza, constituyéndose en una fuerza muy difícil de neutralizar.
Pero seamos serios. No podemos esperar que quienes se
benefician directa o indirectamente, o simplemente se perciben como
beneficiarios, de ese estado de cosas, se vayan a hacer el harakiri en un
arrebato de moralidad en beneficio del interés general. No están los tiempos
para heroicidades, y los que viviendo al amparo del régimen se han visto en la
peligrosa tesitura de tener que dejar de hacerlo han puesto toda la carne en el
asador para que esto no ocurriera, importándoles un bledo el espantoso hedor
que emana de los distintos departamentos
de la administración andaluza inundados por los
casos de corrupción. Es humano y es comprensible. No se puede pedir otra
cosa.
Las
culpas hay que buscarlas en el otro lado. En el lado de quienes no disfrutamos
del régimen, sino que lo sufrimos y sufragamos. En la balanza de la
responsabilidad de la permanencia de una sola fuerza política en el poder
durante tantos años hay que ponerla fifty-fifty
en el platillo del sistema implantado
por los socialistas y en el de la incapacidad del resto de la sociedad andaluza
para articular una alternativa con la suficiente fuerza y cohesión para luchar
contra tamaño adversario.
Esta
vez sí parecía que se había conseguido aglutinar a una mayoría importantísima
del electorado en torno a unas siglas, no sólo por lo que dijeran las
encuestas, sino por la experiencia de recientes consultas. De ahí el gran
chasco. El partido que en las elecciones generales del 20N sumó casi dos
millones de sufragios, ahora se quedó en poco más de un millón y medio. Que si
la campaña, que si la confianza, que si las medidas del gobierno central, que
si el candidato…Cada uno tendrá sus razones, pero es ahí donde está la clave.
No hubo trasvase de votos, ni siquiera a favor de otras opciones que también
podían haber coadyuvado al cambio. Simplemente unos cuatrocientos mil electores -nada más y nada menos- a los que se esperaba en las urnas se
quedaron en su casa. Cada uno deberá analizar si el motivo de no votar era de
tanto peso como para preferir el escenario que ahora se presenta.
El
resultado, a mi juicio, no puede ser peor. Del camino seguro hacia la nada que
nos garantizaba el PSOE hemos pasado al camino hacia el abismo que nos aguarda
con IU. Habrá sin embargo quienes piensen lo contrario. Pero hay algunas
cuestiones que resultan menos opinables, a saber:
Mayoritariamente se votó por el cambio, y sin embargo
todo apunta a que van a seguir gobernando los mismos.
El partido que mayor castigo sufrió en las urnas,
con una pérdida nada menos que de nueve
escaños, va a salir prácticamente indemne en términos de poder, de lo cual
incluso hace obscena ostentación pública con representación gráfica del reparto del pastel incluida.
El programa y partido que mayor apoyo recibieron fue
el del centro-derecha, y sin embargo, si algún movimiento se puede esperar es
hacia la extrema izquierda.
La
ley y la aritmética parlamentaria lo permiten.
Pero está claro que estas paradojas en nada contribuyen a la mayor confianza de
los ciudadanos en el sistema. Antes bien, cada vez son más los que
desgraciadamente muestran su desapego e indiferencia, lo cual es muy triste en
un país con tan corto bagaje democrático como el nuestro. Sin embargo, no
podemos dejar de insistir en que la corrección de esto no puede ser a través de
la abstención, sino de la participación. La abstención sólo lleva a dejar las
decisiones políticas en manos de otros, que no van a tener ningún reparo en
aprovechar lo que se les ofrece en bandeja.
Se
ha perdido una oportunidad histórica. Pero no me resigno a pensar que no podamos
tener otra. Habrá que seguir trabajando y luchando para intentar corregir este
rumbo que indudablemente nos acerca más a Grecia que a Alemania. A Cuba que a California. Ese día tendrá que
llegar. Y no olvidemos que, por terminar con otro dicho popular que alienta mi
esperanza, “donde menos se espera, salta
la liebre”.
Pues tienes toda la razón en cuestión del voto sujeto al trabajo, veladas amenazas semanas antes del 25-03, no se firmaban contratos para obligar a no cambiar el voto. Creo que se ha perdido una oportunidad de oro, los analistas que estudien las causas y motivos, pero creo que no se volvera a repetir. Según algunos hace un tiempo tuvimos 36 años de dictadura, ahora se van a cumplir 34, casi ná.
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