Corre por ahí una
leyenda urbana según la cual los empresarios son por lo general amigos del
liberalismo económico, y por tanto más afines a los partidos de la derecha, que
suelen defender estos postulados. Nada más lejos de la realidad, en un doble
sentido. Primero porque no hay muchos partidos hoy día que gobiernen o tengan
expectativas de hacerlo -ni de derechas ni de ninguna parte, ni en España ni en
otros países de nuestro entorno- que sean realmente liberales, a pesar de que
hay quienes gustan de poner por doquier la etiqueta de “neoliberal”, más que
nada tratando de desprestigiar a determinados adversarios en una sociedad en la que la libertad cotiza poco. Segundo porque los propios
empresarios, al menos en este país que todavía no se ha quitado del todo las
legañas del paternalismo estatal franquista, son a lo sumo amigos de su propia
libertad, como cualquier hijo de vecino, pero no de la de los demás. Ellos prefieren,
para empezar, un estado protector de sus
negocios, que les evite tener que luchar en la medida de lo posible con la
siempre incómoda competencia. Un estado que proteja su status frente a inoportunas
iniciativas que puedan restarles cuotas de mercado. Ahí están los casos de UBER
o de los hoteleros tradicionales contra el emergente sector de los apartamentos
turísticos. Los empresarios –los malos empresarios que son muchos de los que tenemos
en España- prefieren también un estado, unas administraciones públicas, con las
que sea fácil hacer negocios. Que concedan cuantiosas subvenciones para paliar
su incapacidad para generar recursos por sí mismos, o que gasten el dinero a
manos llenas en contratos y adjudicaciones que les favorezcan. A veces, más fácil que convencer a muchos clientes para que voluntariamente
compren tus productos es convencer a una administración, que coactivamente se encarga de extraer el
dinero de los bolsillos de los ciudadanos, para que acabe en el bolsillo del sagaz emprendedor. Qué decir de aquellos empresarios que viven en
gran parte del favor o el capricho político (léanse por ejemplo las actividades
empresariales relacionadas con el urbanismo). Con tal de sacar rédito poco les
importará que el responsable de turno cumpla o no las leyes. Si tantos políticos
corruptos hay en España se debe en gran parte a que hay otros tantos
empresarios dispuestos a corromper para sacar a delante sus negocios.
Descartado pues que los empresarios españoles,
en general y salvo honrosas excepciones, sean partidarios de la verdadera
economía de libre mercado, y por tanto de la menor
intromisión, para lo bueno y para lo malo, de la administración en la actividad económica, poco puede
extrañar, aunque ciertamente no sea habitual, el posicionamiento tan claro y
rotundo expresado la semana pasada por presidente de la patronal sevillana, Miguel Rus, en favor del candidato socialista a la alcaldía de
Sevilla en las inminentes elecciones municipales, Juan Espadas. No hace sino
expresar la forma que una gran parte del empresariado, especialmente en
Andalucía, tiene de entender lo que es la actividad empresarial y su función en
la sociedad, que al parecer siempre tiene que ir a remolque del poder político.
Esta es sin duda una de las claves de la situación que vivimos en nuestra comunidad
autónoma, en la que todo se supedita gustosamente a lo que disponga quien
maneja lo que se publica en el boletín oficial.
El sr Rus no sólo ha apoyado claramente
y sin ambages al candidato socialista sino que ha denostado lo que ha sido la
labor de la corporación municipal en los últimos cuatro años, en que el equipo
de gobierno se ha dedicado fundamentalmente a sanear las cuentas del Ayuntamiento, prácticamente en quiebra al inicio del mandato, antes que
a seguir despilfarrando el dinero de los sevillanos para forrar a unos cuantos.
Es normal que algunos empresarios echen de menos la época de Monteseirín. Quizá
no los que han cobrado por fin sus facturas pendientes, después de años
esperando, gracias al Plan de Proveedores, pero sí aquellos otros que hacían
grandes negocios a costa de las depauperadas arcas municipales. Que se lo
pregunten si no a SACYR, que, según hemos sabido también esta misma semana, se
va a embolsar por las dichosas Setas otros treinta y seis millones de euros
(unos 6.000.000.000 de las antiguas pesetas, por si
alguien todavía no maneja bien los cambios) a costa de todos los
sevillanos, gracias al regalo que el
anterior alcalde les hizo en los últimos días de su mandato. No deja de ser
significativo que el sr. Rus sea precisamente presidente de
la patronal de la construcción, aparte de la CES. A los malos
empresarios, los que no son capaces de crear riqueza si no es con favores y
prebendas de la administración, este es el tipo de políticos que les gusta. No
digo yo que Espadas tenga que ser igual que
Monteseirín, pero tampoco tengo motivos
para esperar otra cosa cuando no le he oído decir ni mu sobre al asunto. A los
sevillanitos de a pie nos debería preocupar muy mucho que el presidente de los
constructores se muestre entusiasmado con el sr Espadas, porque me da la
impresión que quienes tienen todas las papeletas adjudicadas para pagar los festejos de tan entrañable amistad, si el candidato
socialista llega a la alcaldía, somos precisamente nosotros.
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