Navidad no es para mí la fiesta de la familia, ni de los recuerdos,
ni de la nostalgia, ni de los buenos sentimientos, o de los deseos que se
cumplen…o no. Ni de la amistad, ni de las risas, ni de los dulces, los turrones
o las peladillas. Ni del lujo y los excesos, el champán o las burbujas. No es
la fiesta de la lotería ni de los regalos,
ni de los seres queridos, ni de los que están lejos, ni de la nieve, los
trineos o los renos. No es la fiesta de las luces (aunque sí de la Luz). Es un poco de todo eso, pero es mucho
más.
Si la Navidad fuera la fiesta de la familia, no
podrían celebrarla los que no la tienen. Si fuera la fiesta de las comidas de
empresa, no podrían celebrarla los que no encuentran trabajo. Si fuera la
fiesta del lujo y los regalos, nada tendrían que celebrar los que carecen de
medios. Si la Navidad fuera la fiesta de
los seres queridos no podrían celebrarla los que han perdido a alguno de ellos.
Si fuera la fiesta de la nieve no se celebraría allí donde ahora es verano. Sin
embargo ninguna de estas carencias o circunstancias impiden la celebración de la
Navidad.
Navidad es, así lo creo, la fiesta de Dios que viene a nosotros, que
desciende a nosotros como Hijo para mostrarnos el camino por el que subir
hacia el Padre que nos ha creado, que habita en nosotros en
forma de Espíritu, y que nos ha
prometido volver en forma definitiva al final de los tiempos para hacernos
partícipes de su reino. Es la fiesta de
Dios que desparrama su amor sobre su criatura haciéndose cercano a ella, a sus debilidades, a sus sufrimientos y
penurias, para redimirla del pecado y de la muerte.
Por eso puede celebrarse la Navidad incluso desde el
dolor y la pobreza. Porque Dios ha venido a dar la buena nueva a los humildes,
el consuelo a los afligidos, a anunciar
la liberación a los oprimidos. Por eso tenemos motivos los cristianos para celebrarla con
alegría, aún en medio de las dificultades. Con austeridad y siendo solidarios con los que
sufren y pasan necesidad. No porque sea una moda snob, porque esté bien
visto, sino porque es una exigencia de nuestra condición de hijos para con
nuestros hermanos.
Confieso que me llevó su tiempo llegar a entender esto en toda su profundidad, a pesar de ser
católico de toda la vida. No se si por
mi torpeza o por el excesivo ruido de estos días. Pero es ahora cuando
realmente disfruto de la Navidad. Con una alegría que surge de dentro de mi, y no de
los circunstanciales factores externos.
Si piensas, como yo, que este es el verdadero sentido
de la Navidad, te deseo sobre todo que en estas fiestas experimentes el gozo de
la presencia de Dios en nuestras vidas, y que ello te sirva para un relanzamiento y reforzamiento
de tu fe, en este año en que la Iglesia nos invita a redescubrirla en toda su plenitud.
Si tienes otra visión de la Navidad, pero compartes el deseo de paz, justicia y hermandad entre los hombres, siéntete al menos concernido por el canto de los ángeles que, según el Evangelio, se aparecieron a los pastores diciendo “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
Si tienes otra visión de la Navidad, pero compartes el deseo de paz, justicia y hermandad entre los hombres, siéntete al menos concernido por el canto de los ángeles que, según el Evangelio, se aparecieron a los pastores diciendo “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
Gracias por tu reflexión, Salvador.
ResponderEliminar