Terminó. La semana más
grande del año, en el sentimiento de tantos sevillanos, pasó como un suspiro. Leve, presurosa, sin opción
alguna al hartazgo, como queriendo dejar las ganas intactas a la espera de la
del año próximo, para la que ya hay quien cuenta los días que faltan. Breve
como un suspiro que va del blanco de los nazarenos del Porvenir al blanco de
los nazarenos de la Resurrección. Idéntico atuendo inmaculado para el alfa y el
omega de esta semana que casi no da tiempo
asimilar al ritmo al que transcurre desde que se pone en la calle la primera
cruz de guía, hasta que traspasa el dintel de la puerta el último varal del
último paso de palio. Casi sin darnos cuenta se nos ha ido, dejándonos un regusto
agridulce en el que se mezclan la alegría pascual con la nostalgia de los días
del gozo anticipado que para nosotros son los de nuestra semana mayor. En este maremágnum de horas y momentos que se suceden acompasada
pero aceleradamente, hace falta saberse muy bien la nómina de las cofradías para ubicar cada uno en su sitio, no sin trabajo a
veces. Casi no me había dado lugar de saborear el inicio cuando ya me veía el Martes en La Calzá, vestido de nazareno
de San Benito para acompañar a las
imágenes que venero desde niño. Era el Viernes
por la mañana viendo la Macarena en la calle Relator, y me parecía que era el
día anterior cuando había visto a Antonio Santiago mandando el palio de la
Virgen de los Dolores al compás de Saeta Sevillana por la calle Tetuán. Era Viernes por la tarde cuando pasaba con mi hermandad de la Sagrada Mortaja por
San Juan de la Palma y sentía la sensación de que era la noche anterior cuando
allí mismo había visto entrar la Amargura. Iba el Jueves en busca de la
cofradía de los Negros por la plaza de Pilatos, en ese atardecer de luces inciertas
y vencejos, y me asaltaba la impresión de que acababa de de dejar allí al palio
de Gracia y Esperanza embocando Caballerizas tras saludar a las religiosas del
convento de San Leandro. En este año
además con pleno de salidas, algo inusual en este siglo, son muchos más los recuerdos y vivencias que
se agolpan, que se empujan unas a otras como en una bulla, esperando que el
tiempo las asiente y las ponga en sosegado orden. Es momento ahora para
rememorar con reposo lo vivido. Desde que comenzaran alargarse los días y a
templarse la luz, desde que las cenizas nos recordaran el sentido penitencial
de la cuaresma, desde que comenzamos a
celebrar nuestros cultos de regla, desde que empezamos a limpiar plata y montar
pasos… No todo lo que hemos visto y oído ha sido bueno ni agradable. Balance
hay que hacer, como no, de ello. Hay elementos muy nocivos para nuestra
celebración que viene adulterándose en muchos aspectos. Pero en este atardecer
del día primero de la semana, cuando los discípulos que iban camino de Emaús se
encontraron de nuevo con Jesús, ya resucitado, al que no reconocieron inicialmente,
y que es por eso día para la alegría y no para la tristeza, dejadme que me recree con el recuerdo de lo
bello y lo sublime que aún contiene, que es mucho, y Dios quiera que por mucho tiempo, nuestra
Semana Santa de Sevilla. Y que esos recuerdos mantengan intacto, con el paso de
las estaciones que se irán sucediendo hasta entonces, mi anhelo de vivirla una vez más con intensidad el año próximo.
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